Canciller en campaña
La incapacidad del grupo en el poder para gobernar el país en forma mínimamente tranquilizadora y aceptable se ve agravada por el hecho de que varios de sus integrantes se encuentran en plena promoción personal para proyectarse a otros cargos y descuidan, en consecuencia, sus tareas actuales. El caso más evidente es el del canciller Luis Ernesto Derbez, postulado a destiempo por el foxismo para ocupar la secretaría general de la Organización de Estados Americanos (OEA), y quien ahora invierte su tiempo y los recursos de la Secretaría de Relaciones Exteriores en la consecución de ese objetivo.
El afán del presente gobierno por colocar a uno de los suyos en el cargo referido es, en principio, un propósito aceptable y adecuado para la proyección de la imagen de México en el exterior. Pero la postulación de Derbez tiene varias facetas deplorables que es pertinente analizar.
Por principio de cuentas, la decisión se adoptó en forma tardía, cuando ya el gobierno mexicano había manifestado su respaldo a un candidato centroamericano para suceder en el cargo al ex presidente costarricense Miguel Angel Rodríguez, quien hubo de enfrentar cargos por corrupción y hoy se encuentra preso en su país. Cierto, quien resultó ser el candidato en cuestión, el también ex presidente Francisco Flores, de El Salvador, es un aspirante impresentable, entre otras cosas, por su injerencismo en el intento de golpe de Estado que tuvo lugar en Venezuela en abril de 2002. Pero, más allá de antecedentes personales, la volátil postura del foxismo degradó las relaciones con los gobiernos centroamericanos, pues todos, con excepción del de Honduras, se sienten bien representados por el salvadoreño.
La postulación del ex canciller chileno José Miguel Insulza descompuso el panorama, y el surgimiento de una candidatura más, la de Derbez, acabó de romper toda expectativa de que América Latina lograra consenso para definir al próximo dirigente del organismo pa-namericano. Tal circunstancia de fragmentación de las diplomacias latinoamericanas, las cuales se alinean en torno a tres figuras ųo cuatro, si es que Rigoberta Menchú, ganadora del premio Nobel de la Paz, lograra algún respaldo significativo para acceder al puestoų, coloca a Washington en la clara posición de escoger a quién prefiere para ocupar la secretaría general de la OEA. Ha de agregarse que la aspiración de Derbez ha generado tirantez diplomática entre México y Santiago de Chile.
Aunque hasta el momento el Departamento de Estado pareciera inclinarse por el salvadoreño Flores, el canciller mexicano tiene antecedentes lamentables que podrían granjearle el respaldo de la superpotencia. Uno de ellos es haber sido coprotagonista ųal lado de Santiago Creel, secretario de Gobernaciónų de los desfiguros que generaron una crisis en las relaciones entre México y Cuba. El otro es su descabellada justificación de que los efectivos migratorios del país vecino usen balas de goma rellenas de gas pimienta para agredir a trabajadores migrantes mexicanos, a quienes Derbez tendría ųdice la leyų que respaldar y proteger.
Con todo, el aspecto más lamentable de los afanes de promoción personal del todavía secretario de Relaciones Exteriores es el abandono de sus tareas regulares como responsable de la diplomacia mexicana. Baste, para ilustrar esa actitud, un solo ejemplo: a principios de este mes se realizó, en Tlatelolco, la reunión anual de embajadores y cónsules, en la cual se analizan temas fundamentales de la coyuntura y se sintoniza a las legaciones en el exterior con la política exterior del país y a la que se invita a importantes personalidades mexicanas y extranjeras. Pero Derbez inauguró el encuentro y acto seguido tomó un avión a Guyana para promover su candidatura.
Si al abandono de la cancillería se agrega la aplicación de la Secretaría de Gobernación a impulsar los deseos de su titular, Santiago Creel, de hacerse con la candidatura presidencial panista en los comicios del año entrante, se obtiene un panorama descorazonador: los responsables de la política exterior e interior de país están más atentos a sus ambiciones políticas personales que a las responsabilidades que les fueron encomendadas. Y eso explica, en parte, el estado de desgobierno que se vive en el país.