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México D.F. Martes 18 de mayo de 2004
MUERTE DE UN COLABORACIONISTA
El
asesinato del presidente del Consejo de Gobierno designado por Estados
Unidos en Irak, Izzedin Salim, es un hecho humanamente deplorable, pero
constituye una consecuencia lógica del desarrollo de la resistencia
nacional a la ocupación angloestadunidense, un severo golpe a los
planes de los invasores y una clara exhibición del grado de organización
y la capacidad de ataque que han adquirido los combatientes iraquíes
después de 13 meses de confrontación con las tropas extranjeras.
Para poner el hecho en su justo contexto, debe considerarse,
en primer lugar, que Salim, independientemente de sus cualidades personales,
se había colocado -al aceptar su inclusión en el consejo
de gobierno títere-, en una posición de traidor a su país
y a su comunidad, la chiíta, que en los momentos actuales, en Najaf,
Kerbala, Basora, Nasiriya y otras localidades combate con heroísmo,
sobreponiéndose a la abrumadora desigualdad militar, a los soldados
extranjeros. Si ha de darse algún crédito a los ensayos occidentales
de sondear la opinión pública de Irak, éstos señalan
que más de 80 por ciento de los habitantes de ese país se
oponen, de manera activa o pasiva, pacífica o violenta, a la ocupación
militar que tiene como fachada civil y local el órgano del que Salim
formaba parte.
De hecho, el colaboracionista asesinado ayer es uno entre
miles de iraquíes que han sido muertos por sus compatriotas por
trabajar para los ocupantes. Es, además, el segundo integrante del
consejo de gobierno que ha sido ejecutado por la resistencia. En septiembre
pasado fue ultimada Aquila Hashimi, una de las tres mujeres incluidas en
el teatro de marionetas del mando militar estadunidense en Bagdad.
Debe destacarse, por otra parte, la significación
estratégica del atentado de ayer, ocurrido en plena zona verde,
es decir, en el área fortificada de Bagdad -antes sede del régimen
depuesto de Saddam Hussein- en la que las autoridades ocupantes han ubicado
su cuartel general. Esa circunstancia pone de manifiesto la capacidad de
maniobra, la extensión de las redes y el respaldo popular de que
disponen las organizaciones de la resistencia nacional iraquí, y
evidencia la vulnerabilidad de los mandos invasores.
En el ámbito internacional, el asesinato del colaboracionista
chiíta pone en un severo predicamento a George W. Bush y a Tony
Blair, máximos responsables de la aventura colonial contra Irak,
toda vez que ocurre mes y medio antes de la programada simulación
de "traspaso de poder" al organismo del que Salim formaba parte.
La ceremonia correspondiente no será, previsiblemente,
más que eso, una ceremonia, toda vez que las tropas ocupantes tienen
previsto permanecer en el país árabe por tiempo indefinido
y la soberanía iraquí seguirá, en los planes de los
gobiernos invasores, confiscada por Washington y Londres. Pero si el consejo
de gobierno impuesto por la tropa angloestadunidense es una entidad tan
odiada por los propios iraquíes, tan precaria que cualquiera de
sus miembros puede ser víctima de un atentado, y tan frágil
en términos políticos, ¿a quién recurrirán
los invasores para hacer como que restituyen la independencia de Irak?
A estas alturas, Bush y Blair debieran tener claro que
su pretendido traspaso de poder es una mascarada tan inverosímil
como innecesaria, y que lo único que puede evitarles nuevas derrotas
militares, políticas y morales es el inmediato retiro de sus tropas,
sin rituales huecos e hipócritas, del Irak que destruyeron.
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