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México D.F. Jueves 8 de abril de 2004
GENOCIDIO EN FALLUJAH
El
pasado 31 de marzo, en la ciudad iraquí de Fallujah, preponderantemente
sunita, una horda de pobladores capturó y asesinó a cuatro
ex militares estadunidenses vinculados al régimen de ocupación
que preside Paul Bremer; quemó y mutiló sus cadáveres,
los arrastró por las calles de la localidad y luego los colgó
en lo alto de un puente ferroviario. El gobierno estadunidense se prometió
vengar ese acto, indiscutiblemente bárbaro y atroz, y desde el martes
de esta semana empezó a cumplir su palabra. Miles de marines
rodearon la insurrecta Fallujah y emprendieron la masacre de sus pobladores.
El único hospital que funciona en la localidad fue alcanzado, ese
mismo día, por fuego de tanques y misiles estadunidenses. Ayer,
miércoles, aeronaves y tanques de los invasores bombardearon una
mezquita repleta de fieles y varios sitios residenciales, provocando la
muerte de más de un centenar de niños, ancianos, mujeres
y hombres.
El teniente coronel Brennan Byrne, de las fuerzas ocupantes,
aseguró en Bagdad que no existió el ataque a la mezquita
y dijo que "no hay informaciones de víctimas civiles", pero la cadena
qatarí Al Jazeera difundió fotos de los daños provocados
al templo y de algunos de los cadáveres reventados de las víctimas
de la agresión, confirmando de esa forma la información proporcionada
por fuentes hospitalarias de Fallujah, que se vieron desbordadas por el
arribo de incontables heridos. Los residentes de Fallujah hicieron un llamado
a los líderes del mundo árabe y los instaron a hacer lo posible
por detener el sitio y el ataque a la ciudad de 300 mil habitantes, en
tanto que las mezquitas de la localidad instaron a la población
a emprender una guerra santa contra los invasores. Fuentes de la
resistencia citadas por Al Jazeera reivindicaron el derribo de tres helicópteros
y la destrucción de cuatro vehículos terrestres de los agresores
estadunidenses.
Para vergüenza del oficio periodístico, el
infierno de Fallujah ha sido reducido por los medios informativos occidentales
a notas sobre el debate de si las fuerzas estadunidenses bombardearon o
no la mezquita de Abd al-Aziz al-Samarai. Pero el hecho es que esa ciudad
iraquí se encuentra hoy bajo un asedio que busca, a todas luces,
dar un escarmiento genocida a la resistencia por medio del asesinato masivo
de civiles inocentes. Y Fallujah no es, por cierto, el único escenario
de combates y de represalias de tierra arrasada en la guerra que se libra
desde hace 13 meses en Irak. Ayer mismo, el secretario de Defensa estadunidense,
Donald Rumsfeld, se vio obligado a reconocer que la ciudad de Najaf ha
escapado al control de las fuerzas invasoras, a consecuencia de la creciente
rebelión chiíta contra la ocupación, y sus subalternos
admitieron que en las últimas horas los efectivos de Washington
sufrieron 36 bajas -12 muertos y 24 heridos- en la sunita Ramadi. También
ocurrieron enfrentamientos de diversa intensidad en la localidad chiíta
de Al Kut, buena parte de la cual está bajo control de la resistencia,
en Diwaniya y en diversos puntos de Bagdad.
El rompimiento de los chiítas con los agresores
estadunidenses ha colocado a Washington ante la posibilidad real de perder
la guerra de Irak en un plazo más o menos corto. Si los sunitas,
favorecidos por el extinto régimen de Saddam Hussein, reaccionaron
desde las fases iniciales de la invasión en contra de las tropas
extranjeras, ahora las comunidades chiítas se han sumado a la resistencia,
lo que deja al gobierno de George W. Bush sin más aliados locales
ciertos que los kurdos, los cuales constituyen 17 por ciento de la población
iraquí, en tanto los árabes -sunitas y chiítas- conforman
80 por ciento.
La bostezante y paralizada Liga Arabe, que en el último
año no había sido capaz de fijar una postura común
en torno al drama de Irak, reaccionó ayer con la propuesta absurda,
por extemporánea, de que la ONU se haga cargo del desastre creado
por Bush en la antigua Mesopotamia. Es demasiado tarde para tal idea. Hace
ya muchos meses que la resistencia iraquí dejó en claro su
posición acerca del máximo organismo internacional, cuya
sede en Bagdad fue despedazada en un cruento atentado que costó
la vida a decenas de diplomáticos de Naciones Unidas. Ante la violencia,
el arrasamiento, el encono y el genocidio causados por Estados Unidos en
Irak, al organismo internacional no le queda mucho por hacer en ese país,
salvo, tal vez, atestiguar el retiro total e incondicional de los invasores.
Sólo hace falta que éstos terminen de darse cuenta de lo
cerca que se encuentran de la derrota política, moral y hasta militar
en la martirizada nación árabe.
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