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México D.F. Martes 10 de febrero de 2004
HAITI, PAIS FRACTURADO
El
saldo de los sucesivos desgobiernos presididos por Jean-Bertrand Aristide
en Haití está a la vista: sociedad postrada en la peor miseria
del continente, economía paralizada y en ruinas, oposición
civil masiva, organizada y movilizada que exige la salida del gobernante
y, por si algo faltara, una violenta rebelión de bandas armadas
creadas por el propio gobierno para reprimir a los opositores, que se salieron
de control y ahora se han adueñado del poder en Gonaives y Saint
Marc, dos localidades del noroeste del país.
Con escasa cautela, los medios internacionales suelen
englobar bajo la misma categoría de "oposición" el movimiento
cívico -y pacífico- que se moviliza en las calles de Puerto
Príncipe y otras ciudades y los grupos armados que han tomado por
asalto las comisarías policiacas en las ciudades mencionadas y han
impuesto su mando en ellas.
Es pertinente insistir, por ello, en que los alzados de
Gonaives -quienes hasta hace poco tiempo se hacían llamar "el
ejército caníbal"- son grupos de choque organizados y reclutados
en las filas de los antiguos tonton-macoutes por el propio Aristide,
quien posteriormente intentó deshacerse de tan impresentable instrumento
de gobierno y mandó asesinar al líder de la banda, Amiot
Metayer. La insubordinación de esos elementos violentos y delictivos
podría convertirse en factor autoritario y antidemocrático,
así como en embrión de un régimen aún peor
-si cabe- que el de Aristide.
Por su parte, la Plataforma Democrática, movimiento
cívico que demanda la dimisión del Presidente y cuyos líderes
visibles son, entre otros, Gérard Pierre Charles, Victor Benoit,
Luc Mesadieu, Andy Apaid y Evans Paul, enfrenta el doble desafío
de lograr la salida pacífica del poder de Aristide, por una parte,
y de controlar y mantener a raya a los promotores de la violencia y los
saqueos en Gonaives y Saint Marc.
Sólo si se logran esos dos propósitos será
posible crear las condiciones necesarias para establecer un régimen
democrático y de derecho en el infortunado país caribeño
y emprender las acciones necesarias para erradicar la opresión,
la marginación, la insalubridad, el analfabetismo y la miseria que
afectan a la gran mayoría de la población haitiana.
La comunidad internacional -empezando por Francia y Estados
Unidos, sojuzgadores históricos de esa francófona nación
antillana- tiene ante sí la responsabilidad moral de saldar su enorme
deuda con Haití, país que se presenta, en el momento actual,
fracturado en tres elementos bien definidos: la corrupta familia Lavalás,
en el gobierno; los delictivos ex esbirros del noroeste, y la Plataforma
Democrática, único factor posible de desarrollo y estabilización.
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