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México D.F. Martes 10 de febrero de 2004
Vilma Fuentes
Evocar a Cioran
Una de las más extrañas relaciones que he tenido fue con Emil-Michel Cioran. No tanto a causa de su personalidad, doble, ni de su escritura, ambigua, afirmativa y con un dejo de utilización de una desesperanza provocativa y provocadora, casi complaciente, como a causa de los lugares en que nos vimos casi a cada encuentro. Para decirlo claramente: en cementerios.
Nos conocimos en el de Montparnasse, cuando el entierro del escritor ruso Ravitch. Una vez que lo vimos bien enterrado, fuimos a dar a La Coupole, entre amigos. El restaurante, hace tan pocos años, aún hechizaba como un lugar histórico cuando el viejo cargador de carbón, el señor Laffont, era todavía el dueño, antes de transformarse con su nuevo decorado en una especie de Sanborns. Para seguir el festejo -no sólo en México celebramos a los muertos-, Ugné Karvelis nos invitó a su departamento.
Platiqué con Cioran, el autor de Syllogismes de l'amertume -esa recopilación de aforismos y fragmentos en los que la revuelta cede ante el humor de un escepticismo sombrío- durante toda la tarde y parte de la noche. Me contó que en Rumania hacían siempre fiestas después del funeral. El hombre, ya sin edad, parecía, si no alegre, sí caluroso. Para nada escéptico ante la vida. Esther Selligson, con quien coincidí en el Centro Mexicano de Escritores, me lo había advertido.
Volví a ver a Cioran cuando el entierro de Cortázar. Nos reímos mucho del retardo de las exequias, causado por el de Jack Lang -de su retardo, no de sus exequias-, entonces ministro de Cultura. En fin, un muerto, quiero imaginar, puede esperar con serenidad un tiempo más o menos infinito. Los encuentros se sucedieron en el Père-Lachaise. La incineración de Henri Michaux, que Cioran evocó cuando el entierro de mi querido Jesse Fernández, tan gran fotógrafo, con Antonio Saura.
-ƑDesde cuándo no nos vemos? -preguntó Saura.
-Si mal no recuerdo... cuando la incineración de Michaux.
-La verdad, prefiero los entierros.
-Igual yo, por lo menos está uno al aire libre, aunque haga frío, y no encerrado sin poder platicar -suspiró Cioran.
El artista cubano Camacho no dejaba de contar, riendo, a quien quisiera escucharlo, que había seguido otro cortejo. A punto estuvo de llorar por un muerto desconocido. Lágrimas perdidas en el caso.
Siguieron otros entierros que dejé de frecuentar -acaso porque eran cada vez más seguido. O porque la mayoría de los asistentes eran caras nuevas. O casi nuevas por lo envejecidas.
Si ahora recuerdo estos encuentros, casi nueve años después de su muerte, el 1Ŷ de junio de 1995, es porque acaban de aparecer dos libros que vuelven a situar en la escena la figura y los controvertidos escritos de Cioran. En ellos se discute el panfleto ''maldito'', que data de 1936, a sus 26 años, Las transfiguraciones de Rumania, cuya versión francesa sigue inédita, pues los herederos se oponen a su publicación. Para hablar de este libro, no me queda más que referirme a los comentarios de Patrice Bollon, autor de Cioran, el herético: ''Se trata de una pieza (el panfleto) esencial. Al leerlo, chocan, no tanto su apoyo a Hitler y su antisemitismo ambivalente, desconcertante, infinitamente más cerca de León Bloy (...) como su curiosa revuelta contra la pequeñez de su país y la nulidad del conjunto de sus conciudadanos. Esto no excusa de manera alguna lo otro, pero sugiere otra lectura de su falta: si Cioran tomó el partido de Hitler (y de Stalin) fue a causa de un extremismo cuasimetafísico, una pura pasión de la oposición (...) lo que hoy sería tal vez el dinero-rey, el reino del falso éxito o la buena conciencia democrática occidental''.
Pero Cioran, que contaba riendo cómo debía deletrear su apellido a las secretarias de Gallimard -Ƒcómo podían conocerlo si no se vendían más de 200 ejemplares de sus libros?, me decía; Ƒcómo conozco tanta gente que lo cita entre dos frases?, me pregunto-, abandonó en 1949 su lengua maternal. Una forma de metempsicosis: ceñir la pasión de su lengua a la ''camisa de fuerza y de salón'', que representaba a sus oídos el francés. Ser otro siguiendo fiel a sí mismo. ƑNo escribió Mallarmé: ''Me fui fiel a mí mismo''?
Creo que no hay nada más grave, doloroso, que la pena de olvidar su lengua. Peor: de deber olvidarla.
Cioran murió víctima de la enfermedad de Alzheimer.
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