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México D.F. Martes 10 de febrero de 2004
Gastón Castellanos
Hay que derrotar al derrotismo
La intención de estas líneas es analizar brevemente la atmósfera de inconformidad, desconfianza e incertidumbre que se percibe en los diferentes sectores sociales del país. Empezamos este año con un panorama poco halagador. Se reportó que la población ascendió a 105 millones de habitantes, de los cuales casi la mitad vive en condiciones de pobreza. Aumentó la cifra de desempleo y se externó de manera simplista promover el empleo informal. El PIB fue menor al estimado y disminuyó la inversión de capitales. La deuda del IPAB es una flagrante tara económica. El déficit de servicios educativos, de salud, de vivienda, etcétera, es notorio, sobre todo en las zonas marginadas. La explosión demográfica es un problema que hemos soslayado, tiene una válvula de escape en el éxodo cada vez mayor de connacionales en búsqueda de trabajo en condiciones muy desfavorables. No nos avergüenza la incapacidad secular de crear los empleos requeridos, pero en cambio sí se reconoce que sus remesas representan la segunda fuente de ingresos del país.
Sin duda se realiza una tarea ardua contra la inseguridad, la delincuencia y el narcotráfico, pero los resultados son insuficientes. El fraude, el engaño y la impunidad son noticias cotidianas que erosionan la moral de la sique social.
En la mitad de esta vacua y festinada transición democrática aún no salimos del controvertido debate sobre las reformas fiscal, energética y otras, y sobre el modelo idóneo a seguir en la política económica. Hay dos vertientes: preservar el control de los recursos estratégicos o continuar la oferta de privatizaciones y concesiones de un país descapitalizado. Confiamos en que los expertos encontrarán la mejor solución. La reciente cumbre hemisférica de mandatarios sólo proyectó el resplandor de los poderes mediáticos, en contraste con la opacidad de los resultados. No fue una sorpresa. Lo mismo ha ocurrido en otras cumbres iberoamericanas. Conocemos los factores intrínsecos y extrínsecos causantes del subdesarrollo que aún prevalece en este vasto subcontinente llamado generosamente de la esperanza.
En México, la sociedad ha estado siempre por encima de sus gobernantes. Participó en las urnas por un cambio legítimo que no se ha dado. Ha sido tolerante, pero ya quedó atrás la época de sumisión y de abrigar sentimientos de impotencia o derrotismo. Ahora es pluralista y ávida de información, y no se va dejar llevar por los rumbos erráticos de los partidos políticos que, en su conjunto, ofrecen un panorama poco alentador, en virtud de que muestran más sus carencias y fisuras que la fortaleza de sus programas y de sus líderes.
Es urgente crear una vigorosa conciencia nacional para rescatar el concepto de nación, plagiado por los sofismas de una filosofía utilitarista, paradigma del capitalismo. Todos anhelamos el despertar colectivo de México, no el bronco y destructivo, consecuencia de la injusticia social, sino el que haga resurgir nuestras raíces históricas, los valores del intelecto, del arte y de la ciencia. A final de cuentas son más los objetivos que nos unen que los conflictos que nos separan. Tenemos los recursos naturales y humanos para construir un país próspero y equitativo que aspira a seguir actuando con dignidad en el escenario internacional. Concluyo estas reflexiones recordando a Goethe: "No basta con saber, hay que actuar".
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