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México D.F. Jueves 8 de enero de 2004
PALIATIVO INCIERTO E INSATISFACTORIO
La
iniciativa para conceder a algunos trabajadores indocumentados permisos
para laborar en Estados Unidos por tres años prorrogables, presentada
ayer por el presidente George W. Bush, constituye tan sólo una promesa
ambigua, incompleta e incierta que no recoge las aspiraciones nacionales
de un acuerdo migratorio duradero, justo y suficiente.
Rápidamente, el Ejecutivo federal se aprestó
a calificar tal propuesta de un "primer paso" e, incluso, aventuró
que fue resultado de un largo esfuerzo de negociación bilateral,
supuesto que no guarda relación ni con el discurso de Bush ni con
la realidad de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
En contraste, ese primer paso -de ser avalado por el Congreso de Estados
Unidos, lo que no resulta seguro- probablemente no se moverá en
una dirección auspiciosa para los connacionales que trabajan allende
el río Bravo.
En primer término, la vigencia de los eventuales
permisos de trabajo estará severamente acotada, tres años
con opción a una renovación limitada, pues la propuesta de
Bush pretende incentivar el retorno de los migrantes a sus lugares de origen
y no otorgará un número de permisos suficiente para resultar
significativo. Así las cosas, si bien Washington anuncia que su
iniciativa reconoce las cruciales aportaciones de los trabajadores indocumentados
a su economía, también los considera como recursos humanos
circunstanciales a los que se dará un perfil meramente utilitario:
aprovechar su mano de obra eficiente y barata y luego desecharlos para
sustituirlos por otros migrantes, en un ciclo que no ofrece a los trabajadores
la certidumbre laboral ni las opciones de desarrollo futuro -para ellos
y sus familias- que cabría esperar de toda fuente de empleo digna
y justa. Los patrones que contraten a tales inmigrantes podrían,
al vencimiento de los permisos, finalizar la relación con sus empleados
sin que éstos puedan hacer valer derechos ni prerrogativas laborales
de ninguna índole.
Además, este esquema operaría como un nuevo
instrumento de control de los residentes extranjeros en el país
vecino del norte, dato que, a la luz de las recientes medidas de vigilancia
y fichaje emprendidas por Washington, implica riesgos para la vigencia
de las garantías individuales de quienes intenten afiliarse a tal
esquema. ¿Cómo se convencerá a los indocumentados,
siempre temerosos del acoso de las autoridades migratorias, de que este
programa los favorece y no es sólo un ardid para legalizar su explotación,
mantenerlos bajo una mirada inquisitiva o simplemente para facilitar su
deportación?
En este contexto, será poco lo que este plan resolverá
de llegar a aplicarse: a lo sumo, contribuirá a abrir el debate
sobre la migración en los estamentos políticos del país
vecino y será apenas un paliativo cuyas ventajas se repartirán
desigualmente entre gobierno y empleadores estadunidenses, que recibirán
los mayores beneficios, y algunos migrantes, que sólo obtendrán
una precaria seguridad. Por añadidura, no puede desestimarse la
evidente coloratura electoral de esta iniciativa. Con miras a conducir
hacia Bush al sufragio hispano, crucial para sus aspiraciones de
relección, el esquema de visas de trabajo temporal operaría
como un instrumento para utilizar a los migrantes en el juego comicial
estadunidense.
Finalmente, debe reconocerse que Estados Unidos, como
todo país, tiene el derecho de reglamentar su política migratoria
y laboral como mejor convenga a sus intereses legítimos. Sin embargo,
ha de reiterarse que la propuesta de Washington no es una solución
al fenómeno migratorio ni tiene necesariamente como objetivo principal
mejorar las condiciones de vida de los trabajadores indocumentados que
laboran en su territorio: constituye fundamentalmente una medida de política
interna con fuertes tintes electorales y ceñida a la estrategia
de seguridad de Bush.
Por ello, las autoridades nacionales deberían abstenerse
de celebrarla y a cambio tomarla con las debidas reservas y, sobre todo,
mantenerse firmes en la búsqueda de un verdadero acuerdo migratorio
bilateral entre ambos países y en la defensa, bajo cualquier circunstancia,
de los derechos de los connacionales en Estados Unidos. Desde luego, potenciar
el desarrollo nacional y las oportunidades de vida y trabajo digno en el
país resulta una medida obligada para atender las causas del flujo
de mexicanos hacia el vecino del norte, obligación que a la fecha,
y por numerosos factores, el gobierno de México no ha sido capaz
de cumplir.
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