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México D.F. Jueves 8 de enero de 2004
Soledad Loaeza
En la lona
Es posible que la propuesta migratoria del presidente Bush al Congreso corra con éxito y que, por fin, algún acuerdo pueda firmarse entre Estados Unidos y México sobre el tema. Sin embargo, el efecto positivo del anuncio de mejores perspectivas para los indocumentados mexicanos no podrá disolver la amargura que nos ha provocado la presencia de agentes policiacos estadunidenses en el aeropuerto de la ciudad de México. Hay muchas cosas del gobierno de Fox que en el futuro querremos olvidar, pero quizá sea ésta la que será más difícil de digerir, y es la que menos puede justificar con argumentos relativos a la mezquindad de las oposiciones o a la novatez de los funcionarios en el poder.
La propuesta del presidente Bush no es extraordinariamente generosa y su motor principal son consideraciones electorales, antes que la relación bilateral y, todavía menos, las demandas del gobierno mexicano. Se trata de un programa de trabajadores huéspedes que permita estancias temporales trianuales, cuyo propósito no es abrir la frontera a trabajadores mexicanos, sino regularizar la presencia en territorio estadunidense de cerca de 12 millones de indocumentados. La mayor ventaja del acuerdo sería que esos trabajadores recibirían por lo menos el salario mínimo vigente en Estados Unidos; también podrán viajar de ida y vuelta a su país, pero su permanencia estará limitada a tres años. Sin embargo, los trabajadores que aspiren a integrarse a este programa tendrán que pagar la solicitud, pero no hay garantía de que recibirán la codiciada green card, sino que al término de los tres años tendrían que abandonar Estados Unidos en forma definitiva. Algunos podrán solicitar permisos de residencia.
En el Congreso de Estados Unidos la propuesta de Bush puede enfrentar poderosos obstáculos; el Senado será más receptivo que la casa de representantes, donde existe un poderoso bloque de oposición a una amnistía, por limitada que sea. Será más difícil que la iniciativa obtenga apoyo si es vista como táctica electoralista, cuyo único objetivo real es capturar el voto hispano, que podría ser decisivo en caso de que los resultados de los comicios de noviembre sean muy apretados. Por esta simple razón puede ocurrir que los demócratas intenten frenar la iniciativa, por ejemplo, con el argumento de que es insuficiente.
Con toda seguridad el gobierno mexicano querrá presentar esta propuesta como una inmensa victoria propia. Es más, tal vez la promesa de este acuerdo es la zanahoria que Washington ha ofrecido a Los Pinos a cambio de que permita a la FBI instalarse tranquilamente en territorio mexicano. No obstante, esta presencia es la prueba más contundente de que estamos en la lona, y que el "país maravilloso" del que le gusta hablar al Presidente no es para él más que una tarjeta postal, porque cuando Washington decidió asumir directamente el control de los viajeros desde México a Estados Unidos, el gobierno de Fox no dijo: "no", "déjame pensarlo" o "tengo que ver cómo se puede hacer sin violar nuestras leyes o presentar una triste imagen de mi país". Este intragable asunto revela que el presidente Fox y sus funcionarios comparten con las autoridades de Washington la secular desconfianza hacia nuestra competencia.
A estas alturas la pobre credibilidad que le merecemos al Presidente y a varios de sus funcionarios no es una sorpresa. Más de un secretario de Estado del foxismo se ha permitido humillarnos de distintas maneras: se creen todo lo que los estadunidenses antimexicanos les dicen de nosotros, nos ven menos porque no hablamos inglés, prefieren hablar con corresponsales extranjeros que con los medios mexicanos. Muchos de estos funcionarios no son novatos, sino advenedizos que se han creído con el derecho de dar rienda suelta a sus prejuicios antimexicanos; algunos quieren comunicarse con nosotros recurriendo a la carpa, como si ése fuera el único lenguaje político que podemos entender. Otros insisten en ser sarcásticos, irónicos, burlones, como si la opinión pública mexicana no mereciera respuestas directas y honestas. Lo que es más grave es que estos funcionarios ni siquiera son ingeniosos y sus bromas a nadie divierten, sólo ofenden. Parecen olvidar que sus sueldos provienen de los impuestos que pagamos los mismos de quienes se burlan. También olvidan que México es un gran país y que en ninguna parte se tomarían en serio sus pretensiones de ocupar posiciones como las que generosamente les ofrecemos los contribuyentes mexicanos.
Hasta ahora los argumentos del gobierno a propósito de las acciones de la FBI en México han sido pobres y vagos; lo único que sugieren es que los funcionarios no pueden explicar por qué han permitido que el aparato de seguridad estadunidense se instale en territorio nacional. Se refieren a tratados internacionales que nadie recuerda y que probablemente ellos mismos desconozcan. Es incomprensible la afirmación presidencial de que la presencia de la FBI en el aeropuerto de la ciudad de México es un ejercicio de soberanía. No estaría nada mal que el Presidente abundara al respecto, que elaborara su respuesta para ayudarnos a superar el desconcierto y la desazón que su avidez por complacer a Washington ha causado.
La FBI en el aeropuerto Benito Juárez (para colmo) es en realidad la prueba más contundente de la debilidad del gobierno, mucho más seria y cargada de consecuencias políticas que sus fracasos legislativos. Peor aún, nada de esto nos da estatura internacional. Es preferible ni siquiera imaginar cómo nos ven los demás. Cuando uno se rebaja al nivel del piso para congraciarse con el poderoso, tiene que aguantarse los pisotones.
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