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México D.F. Martes 6 de enero de 2004
EL FRENESI DE WASHINGTON HACIA AL
A
juzgar por las acciones y declaraciones recientes de diversas instancias
y funcionarios del gobierno de Estados Unidos, 2004 será un año
en el que, con los pretextos de combatir al supuesto terrorismo internacional
y defender la democracia, se incrementarán las presiones injerencistas
de Washington sobre América Latina.
En primer término, ha de mencionarse la creciente
e improcedente presencia de agentes estadunidenses en los principales aeropuertos
de México. A contrapelo de la legalidad nacional y en flagrante
vulneración de la soberanía mexicana, Washington ha impuesto
al gobierno de Vicente Fox su política de seguridad y ha asumido
atribuciones que corresponden a las autoridades mexicanas, como es el control
de pasajeros de las líneas aéreas y la gestión de
las medidas preventivas en las terminales del país.
La rendición del gobierno federal ante el frenesí
antiterrorista de Bush y sus aliados es evidente, al grado de que, hasta
la fecha, las diversas instancias nacionales con competencia en este particular
no han sido capaces de articular un esfuerzo de comunicación suficiente
y convincente para explicar a la ciudadanía las razones y los alcances
de la presencia activa de agentes estadunidenses en los aeropuertos mexicanos.
Al margen de si estas medidas son o no necesarias para prevenir atentados
terroristas, lo cierto es que la sociedad las ha experimentado con enojo
y frustración y las ha calificado, no sin motivo, de nueva claudicación
del gobierno de México ante las presiones estadunidenses y de una
eventual violación de las leyes y la soberanía nacionales.
Por otro lado, a escala latinoamericana, Washington ha
dado una nueva manifestación de hostilidad: según declaraciones
del portavoz adjunto del Departamento de Estado, Adam Ereli, los presidentes
de Cuba, Fidel Castro, y de Venezuela, Hugo Chávez, habrían
suscrito una alianza para desestabilizar los gobiernos democráticos
del subcontinente.
Sin precisar sus acusaciones ni aportar prueba alguna,
las palabras de Ereli resultan exageradas y calumniosas, además
de ser síntoma, o bien del profundo y peligroso estado de delirio
y temor que agobia al gobierno de Bush, que busca o construye enemigos
por todas partes en una suerte de vuelta a la paranoia de la guerra
fría, o de inconfesables maquinaciones intervencionistas de
la Casa Blanca en contra de gobiernos contestatarios de la política
de Washington -como Cuba y Venezuela- y de todo régimen que en América
Latina pretenda seguir, en ejercicio de su soberanía, una vía
contraria a los intereses imperiales de Bush y a la depredación
perpetrada por las grandes corporaciones de nuestro vecino del norte.
Por añadidura, basta señalar que si algún
país ha desestabilizado naciones en América Latina durante
los recientes 50 años ha sido Estados Unidos. Casos como el derrocamiento
de los gobiernos legítimos de Jacobo Arbenz, en Guatemala, y de
Salvador Allende, en Chile; el apoyo brindado a las criminales dictaduras
de Sudamérica, Guatemala y El Salvador durante los años 70
y 80; las invasiones de Granada y Panamá o el financiamiento de
la contra nicaragüense son sólo algunos ejemplos. Es
cierto que en alguna época Cuba fue ejemplo para los movimientos
revolucionarios latinoamericanos, pero tal empuje ha dejado de ser relevante
desde hace bastantes años. En contraste, el hostigamiento y la presión
estadunidenses contra La Habana, con el embargo como prueba contundente,
han sido continuos desde hace más de cuatro décadas.
Así las cosas, cabe preguntarse qué persigue
el clan de Bush en su afán por estigmatizar y hostigar a quienes
se oponen a sus designios imperiales. Por lo pronto, resulta patente que,
en el contexto de su guerra "antiterrorista", Washington pretende uncir
a América Latina a su política de seguridad y habría
comenzado a construirse, por cuenta propia y sin mediar argumentos veraces
y racionales, rivales propicios para ampliar, eventualmente, su belicoso,
ilegal e inmoral intervencionismo.
Por otro lado, la inminente campaña electoral en
Estados Unidos, en la que Bush buscará su relección, no puede
separarse de las acciones de Washington, pues con ellas el actual inquilino
de la Casa Blanca estaría agitando y manipulando los más
irracionales temores de la sociedad del vecino país con el afán
de conseguir, a como dé lugar, mantenerse otros cuatro años
en el poder.
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