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México D.F. Martes 6 de enero de 2004

Teresa del Conde

Juan García Ponce como gnóstico

Con el 2003 se extinguió el paso terrestre de este indispensable escritor a quien debo tantas lecturas por él recomendadas y al que empecé a leer a conciencia un poco tarde en mi trayectoria, primero como ensayista y luego como narrador. Mi trato personal con él no fue muy frecuente, pero se mantuvo a lo largo de varios años, siempre auspiciado por Meche y Manuel Felguérez. Con el correr del tiempo a ellos se sumaron los vínculos que estableció con pintores entonces muy jóvenes: los hermanos Castro Leñero y sus esposas, señaladamente Irma Palacios y Teresa Zimbrón, Ilse Gradwhol, Miguel Angel Alamilla y Gabriel Macotela, entre otros. Eso llegó a configurar una situación de interdependencia que no compartí personalmente, pero sí mediante innumerables conversaciones, muchas veces por teléfono.

La muerte de Juan, como a tantos, me cogió de sorpresa. Estábamos habituados a su enfermedad, a sus empeoramientos y mejorías. Nos acostumbramos a su inmovilidad, que llegó a ser absoluta; a la osadía que le supuso no dejarse llevar por ella, al grado de que ya ni siquiera sentíamos que sus condiciones fueran patológicas, sino inherentes a él. Burla burlando, como le dije en ocasión de la muerte de su hermano Fernando, llegó a enterrar a más de la mitad de su generación, incluyendo a Enrique Bostelmann (algo menor que él), quien se le adelantó unos días.

Podría hablar sobre Juan como apasionado del arte, ensayista y narrador, hasta como traductor -su versión de Marcuse me encanta por tratarse de una creación, se adueñó de él, lo hizo suyo-. Pero de hacer eso caería en lugares comunes lamentables dado el escueto espacio que supone una colaboración que no intenta más que ser un discretísimo homenaje personal, acompañado de mis sentimientos hacia sus hijos: Mercedes y Juan García Oteyza, hacia los Felguérez y los amigos con quienes he mantenido largas conversaciones acerca de él, sobre todo durante los recientes días.

Nunca he escrito algo específico sobre su obra, pero mis textos sobre arte son pródigos en citas suyas.

En esta ocasión deseo imaginarlo como gnóstico, no sé si lo fue del todo, pero sí encarnó ''ese signo arbitrariamente elegido... único posible centro de coherencia si se rechaza la validez de las designaciones (sic) mediante las que el mundo encuentra su sentido", cosa que anotó refiriéndose a Klossowski. No es extraño que haya elucubrado sobre la abolición de la realidad, que significaría, siguiendo a Musil, ''encontrar al espíritu cuya aparición impediría toda la falsa envoltura del mundo..." Pero es muy cierto que si el espíritu pudiera presentarse independientemente del cuerpo al que está atado de modo inextricable, ''su vacuidad sería tal que uno se sentiría tentado a cubrirlo con una sábana... y adquiriría así apariencia de fantasma".

El sabe entonces que el espíritu es nada, aunque no se identifique con ''la nada", pues allí está el vaho que las palabras emiten. Y sus palabras permanecen porque ''en la fortaleza del templo donde moran los puros soplos se está fuera del tiempo..." Versado en Nietzsche, suponemos que en sus momentos de éxtasis se adhería al mito del recomenzar siempre, y de aquí que entre sus escritos más tardíos la memoria, inclusive del arte, ocupe un lugar primordial, como cuando evoca el recuerdo de una muestra de Alfonso Michel vista décadas atrás, todavía en vida del artista. Esa evocación se halla en la novela Ƒen clave? Pasado y presente.

La idea de la visión superior (compartida por Cesare Pavese) que según mi sentir anima sus escritos aparece en todo, no sólo en textos hasta cierto punto crípticos: como cuando analoga la visión descendente ''negativa o purgativa" adoptada por algunos místicos -de manera destacada por San Juan de la Cruz- para alcanzar la liberación del alma. La visión suya es también fuertemente erótica y copulatoria, pues los cuerpos pululan en su obra. Pero los místicos también ''copularon", dígalo si no Santa Teresa de Avila (al menos la de Bernini).

El verdadero conocimiento o gnosis, según la tradición sufí, es propio sólo de quienes poseían el pneuma, es decir, de los que estaban insuflados de espíritu en contraste con quienes sólo persiguen las buenas obras. Juan García Ponce fue un espíritu profundamente religioso, aunque muy pronto en su vida dejó de ser teísta.

Hablando de ''las posibilidades expresivas del material" (en un texto sobre Felguérez) avanza una cuestión más de la índole a la que he intentado aludir: el artista se ve conminado a llevar ese material ''más allá de sí mismo... procurando que trascienda para hacer posible una visión superior".

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