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México D.F. Domingo 25 de mayo de 2003
LAS TRES CUMBRES
El
Grupo de Río, reunido en Perú, agrupa a mandatarios y gobiernos
que, salvo el de Luiz Inacio Lula da Silva y en mucha menor medida el de
Vicente Fox, encaran graves problemas o tienen un consenso sumamente escaso,
y además, rápidamente declinante. Los presidentes "minusválidos"
de un grupo que hace rato no brilla por su eficacia, tratan, a lo sumo,
de limar las diferencias entre los respectivos proyectos económicos
y políticos y conciliar el agua con el aceite. Así, vemos
el complicado intento de unir una política neoliberal y la defensa,
por consiguiente, del Area de Libre Comercio de las Américas, con
la resistencia a aquélla y a éste por parte de los países
que cifran sus esperanzas en el reforzamiento del Mercosur -y hasta en
la ampliación del mismo- y la creación de una moneda única
no dependiente del dólar. La cumbre peruana se realizó, simbólicamente,
con las comitivas oficiales cuidadosamente resguardadas de las movilizaciones
populares contra el gobierno del anfitrión, el ex funcionario del
Banco Mundial, Alejandro Toledo. Esta impopularidad marcó la posición
de la gente común de todos los países latinoamericanos ante
un cónclave del cual no esperaba nada y cuya nota más interesante
fue la propuesta de Lula de incorporar a Cuba a ese club conservador de
gobiernos.
Casi simultáneamente, el neopresidente argentino
Néstor Kirchner asumirá el gobierno en presencia de un grupo
de mandatarios latinoamericanos, entre los cuales destacan el cubano Fidel
Castro (la estrella de la reunión) y el vecino brasileño
y socio en el Mercosur, Lula. Fuera de ambos, que buscan reforzar a Kirchner
-quien carece de apoyo empresarial, financiero, de prensa y, sobre todo,
de un verdadero consenso popular-, los demás fueron a Buenos Aires
en realidad para cumplir con el protocolo y, en el caso de Estados Unidos
-que mandó como representante a un funcionario de bajo nivel de
origen cubano-, para insultar, presionar y amenazar al nuevo gobierno argentino,
y para desairar y desconocer al presidente de Cuba. El hecho, sin embargo,
de que Argentina y Brasil, los socios principales del Mercosur, intenten
reforzarlo, y de que la representación de Estados Unidos no llegue
como procónsul sino con amarga e impotente hostilidad, muestra que
en el cono sur podría desarrollarse una relación de fuerzas
más propia para una posición capitalista nacional, entre
otras cosas porque tanto Lula como Kirchner no controlan el juego político
en sus propios países y deben tener en cuenta no sólo a importantes
sectores del capital local para resistir la presión de Washington,
sino también las presiones de partes fundamentales de sus pueblos
respectivos, que quieren un cambio social.
La tercera cumbre -de lejos la más novedosa e importante-
fue la convocada en Ixtapa por el empresario mexicano Carlos Slim. Fue
interesante no sólo por los que asistieron, sino también
por quienes no fueron convocados, ya que no reunió a todos los multimillonarios
latinoamericanos (faltaron grandes nombres del gotha empresarial ligados
al capital financiero internacional y a la política neoliberal que
Washington promueve). Fue, grosso modo, una reunión de los dueños
de grandes empresas latinoamericanas ligadas al mercado interno y que ven
con preocupación la recesión mundial y la política
de Washington y de las grandes empresas trasnacionales que amenazan sus
intereses. Ante el debilitamiento del Estado-nación y la pérdida
de peso político de los partidos y los gobiernos, los empresarios
hasta hace poco intentaron gobernar directamente y eliminar los intermediarios
en algunos países, como México o Brasil, desde los respectivos
gabinetes presidenciales o, como en el caso de Noboa, en Ecuador, asumir
directamente la presidencia de la República. En esta nueva fase,
en cambio, tratan de coordinar sus planes y sus políticas para controlar
a quienes ocupan aún los puestos estatales elegidos por sufragio
popular. De un modo diferente que en Estados Unidos, y en buena medida
contra la política de ese país, cumplen el papel que tienen
las grandes empresas estadunidenses detrás del establishment del
mismo. Hay, evidentemente, un vaciamiento de los espacios democráticos
y de las instituciones representativas cuando una oligarquía reducida
pretende dirigir la política. Pero también hay una creciente
contradicción entre, por un lado, los sectores del gran capital
nacional, en un tiempo favorecidos por un crecimiento de sus países
ahora interrumpido, y la concentración de riqueza y poder en manos
de un grupo cada vez más reducido de grandes empresas trasnacionales,
frente a las cuales aquéllos parecen enanos. De este modo, la hegemonía
mundial de Estados Unidos no sólo es discutida por los pueblos y
por sus socios-adversarios, como la Unión Europea: también
empieza a serlo por los grandes capitalistas de nuestro continente.
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