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México D.F. Domingo 25 de mayo de 2003
Entre el placer y el juego, Leoncio y Lena
se estrenó en el Berliner Ensemble
Bob Wilson, clásico insuperable
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Berlin, 24 de mayo. El arquitecto, pintor y maestro
autodidacta Robert Wilson estrenó en el teatro que fundó
Bertolt Brecht, el Berliner Ensemble, su más reciente creación,
Leoncio y Lena, a partir del texto de Georg Buchner, en equipo con
el compositor alemán Herbert Gronemeyer. Con este estreno, Bob Wilson
refrenda su genio, y la compañía estable Berliner Ensemble
su supremacía en el teatro alemán contemporáneo. Han
pasado los años, han surgido nuevas generaciones, pero los clásicos
son insuperables. Bob Wilson, Bertolt Brecht y el Berliner Ensemble, quedó
nuevamente demostrado, son grandes clásicos de nuestro tiempo.
El genio creativo de Wilson funciona como una máquina
perfecta de fabricar trabajos en equipo. Son célebres sus colaboraciones
con Philip Glass, en especial el clásico de clásicos Einstein
on the Beach, pero también sus trabajos recientes con Tom Waits,
David Byrne y Lou Reed, este último, por cierto, presentó
en Berlín hace unos días su más reciente disco, The
Raven, basado en POEtry, puesta en escena con Bob Wilson en homenaje
a Edgar Allan Poe.
La colaboración ahora con Herbert Gronemeyer ofrece
nuevos horizontes que abren a su vez la perspectiva escénica de
Wilson, quien estrenó hace apenas unos meses en Londres Woyzzeck,
también de Georg Buchner.
La
lectura que realiza entonces el binomio Wilson/Gronemeyer resulta deslumbrante.
El sistema de vasos comunicantes que establecen tiene su basamento en la
mejor materia prima que puede hallar creador alguno en el terreno del teatro
en todo el mundo: el Berliner Ensemble.
En escena, el entrecruzamiento, amalgama, injerto, amaridamiento
de la estética de Bertolt Brecht con la estética de Bob Wilson
y la música de Herbert Gronemeyer es apabullante. ¿Se imagina
el lector el distanciamiento brechtiano en un cuento de hadas? Ese es exactamente
el planteamiento wilsoniano en Leoncio y Lena, siempre fiel al texto
de Buchner, siempre fiel al espíritu trágico y cómico
del texto, siempre fiel a sí mismo.
Resulta, más que espectacular y fascinante, conmovedor,
presenciar en la mismísima casa del teatro de Brecht, la sede del
Berliner Ensemble, a los extraordinarios actores de esta compañía
insuperable maquillados a la manera del teatro cabaret berlinés,
brechtiano, y al mismo tiempo maquillados a la manera del teatro de Bob
Wilson, inconfundible. Casacas de cuero en colores pastel, en otro entrecruzamiento,
éste entre la estética rococó a lo Mozart con casaca
de colores vivos y peluca blanca, y la vestimenta de casacas de cuero negro
de Brecht y de sus actores. Una mezcla de guiños, rebotes, espejeos.
La mecánica que siguen todos (la troupe,
el director escénico, el compositor) es la de una ópera que
ocurre durante un sueño. En el foso, una pequeña orquesta
pendula entre el rock, el jazz, la música de Nino Rota y la música
inconfundible del teatro cabaret. Por momentos la atmósfera de la
composición recuerda a Swijniev Preisner, el músico de Kieslowski,
sobre todo en la obra que firma con el seudónimo juguetón
de Van den Budenmayer. El juego es obvio: Herbert Gronemeyer y Van
den Budenmayer.
Una marcha inicial, en arcadas multifónicas ideadas
por Gronemeyer, marca el tono a seguir durante dos horas y media. El desfile
de personajes recuerda por igual a Fellini que a Brecht que a Wilson. A
Wilson. Toda la obra transcurre de una manera fantástica, como si
el director de escena obligara con su magia al espectador a soñar
despierto y ese sueño se desenvuelve con la lógica de una
ópera.
Por supuesto que el virtuosismo corporal, gestual, de
dicción, prosodia y canto de los actores del Berliner Ensemble no
puede encontrarse en otro punto del planeta, y esa herramienta la aprovecha
al máximo Bob Wilson para crear una obra maestra a partir de esa
obra maestra definitiva que es el texto de Georg Buchner.
Los diseños de vestuario, la escenografía
de ensueño, la concepción interopr y exterior de los personajes
de Bob Wilson son arcilla que moldea el espectador a placer durante su
sueño en vigilia. El subtítulo de esta obra, Ein Lustpiel,
adquiere entonces su sentido más completo, pues la traducción
del término Lustpiel es simplemente comedia, pero como el
idioma alemán es tan exacto y la mayoría de sus palabras
son compuestas, puede abrirse con justeza el artefacto así: Lust
significa también placer, así como spiel significa
también juego.
Placer y juego, gozo y ludismo, humor y tragedia, Georg
Buchner y Bob Wilson, actores con cuerpo de virtuosos y voz de cantantes
de ópera pero siempre actores de teatro. La conjunción de
los inumerables elementos de primer orden de este montaje de Leoncio
y Lena es una verdadera maravilla.
Contrario a lo que sus detractores critican en el estilo
de Bob Wilson, ese enfant terrible de 64 años, esta vez el
quietismo, la condición de estatua que suele imprimir al movimiento
infinitesimal de sus actores se desata en un torbellino de acción
teatral que sucede también vertiginosamente, como suele ocurrir
en amplios pasajes de los sueños.
Un sueño cumplido: el teatro que inventó
Bertolt Brecht ejecutado con maestría por sus actores en su casa,
el Berliner Ensemble, por uno de los grandes creadores del teatro moderno,
Bob Wilson.
Una obra maestra.
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