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México D.F. Domingo 25 de mayo de 2003
Carlos Montemayor
Adiós al INI
En enero de 2001, en páginas de La Jornada,
comenté que por vez primera después de 52 años, después
de nueve directores "nacionales", se había nombrado como director
general del Instituto Nacional Indigenista (INI) a un indígena,
el antropólogo Marcos Matías Alonso, nahua de la sierra de
Guerrero. Era un cambio importante a nivel burocrático. Señalaba
que era imposible saber si a ese cambio sobrevendría también
una transformación más profunda en la orientación
esencial del INI.
La actitud de Marcos Matías Alonso ante el conflicto
de Chiapas fue clara en varios momentos. Por ejemplo, cuando afirmó
expresamente que su administración apoyaría los acuerdos
de San Andrés y lucharía por "la defensa de los derechos
constitucionales de los pueblos indígenas y la paz duradera y digna
en Chiapas." También había asegurado que sus tareas se inspirarían
en "el principio moral de nuestros pueblos: mandar obedeciendo, que
ha vuelto a renacer en el sureste de México". Se propuso transformar
esa institución con una diferente perspectiva: no ver a los pueblos
indios como objetivos de la caridad pública, sino como actores políticos
plenos.
Me parece oportuno reiterar algunos señalamientos
del hoy extinto Instituto Nacional Indigenista, porque fue el más
notable organismo oficial encargado de promover la política en la
materia en México durante el siglo XX. En efecto, a partir de su
creación, en 1948, el INI se propuso no reducirse a un enfoque meramente
cultural, sino aplicar programas de promoción económica,
agricultura, caminos y planeación de tierras, bosques y aguas. Sus
bases organizativas fueron los llamados centros coordinadores, que iniciaron
proyectos regionales de desarrollo para abarcar a los núcleos indígenas
marginados y a las vecinas poblaciones mestizas que se hallaban igualmente
en situación de subdesarrollo. Entre 1950 y 1969 se crearon 11 centros
coordinadores.
El incremento del poder adquisitivo fue considerado en
ese momento un prerrequisito indispensable para la aculturación
de los pueblos. También la restitución de tierras a las comunidades
despojadas. Igualmente, las mejoras a la tecnología agropecuaria
y el consecuente aumento de la producción. Se creó un sistema
de cooperativas y crédito rural. Comenzó a construirse una
red de caminos para facilitar el transporte. Se extendió el sistema
educativo y se difundieron conocimientos médicos y sanitarios. Trataron
de aplicarse todos los programas en forma integral, como proyectos regionales
en las cuencas del Papaloapan y del Tepalcatepec, o mediante los centros
coordinadores en los Altos de Chiapas y en la sierra Tarahumara; o mediante
otras agencias gubernamentales en el valle del Mezquital y en la zona indígena
del río Yaqui.
Para modernizar la economía indígena, los
centros coordinadores desarrollaban diversos programas de comunicaciones,
salubridad, educación, agricultura, ganadería y silvicultura.
Las secretarías de Estado vinculadas con esas tareas depositaron
en los centros coordinadores, al menos formalmente, la dirección
y a veces la administración de estos programas, previendo que la
coordinación aseguraría el logro de los objetivos, lo que
fue en verdad uno de los puntos débiles del indigenismo institucional
del pasado siglo.
He
comentado ya que en pleno crecimiento de los centros coordinadores, Alfonso
Caso leyó una optimista conferencia en el Instituto de Altos Estudios
de América Latina, en la Universidad de París, el 20 de octubre
de 1956, donde afirmó lo siguiente:
"...esperamos que el problema indígena como tal
desaparezca en los próximos 20 años. Pero eso no implica
naturalmente que los valores culturales indígenas habrán
muerto entonces; por el contrario, seguirán incorporándose,
como ha sucedido hasta hoy, en la vida mexicana..."
Desafortunadamente, cuando los 20 años se cumplieron,
comenzó en México a reconocerse y analizarse el "fracaso"
del indigenismo, que Caso había proclamado. He dicho en varios momentos
que uno de los mejores trabajos de evaluación y análisis
lo escribió en 1971 Alejandro Dagoberto Marroquín. En la
sección de consideraciones críticas situó en
primer lugar, precisamente, la dispersión de la acción indigenista.
Varias secretarías de Estado, como las de Agricultura, Salubridad
y Asistencia y Recursos Hidráulicos, y diversas oficinas públicas
como el Departamento Agrario, el Banco de Crédito Ejidal, la Comisión
del Yaqui o el Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital realizaban
otras acciones indigenistas a veces con mayor presupuesto y menores responsabilidades
que el INI, el cual nunca tuvo poder para obligar a dependencias estatales
o federales a cumplir sus decisiones. Su autoridad era moral y su coordinación
sólo formal. Los cambios que impulsó requerían de
un indigenismo más vigoroso y eficaz. Las campañas sanitarias
redujeron la mortalidad y la explosión demográfica fue notable
en algunas zonas indígenas. Este crecimiento tuvo tres principales
consecuencias: una fuerte presión sobre la tierra, procesos migratorios
a zonas selváticas no colonizadas y éxodos importantes hacia
las ciudades.
En sus primeros años el indigenismo mexicano fue
considerado como vanguardia en el continente. Los principios fundamentales
que lo sustentaron y la proyección metodológica del tratamiento
regional coordinado fueron acogidos por los congresos indigenistas interamericanos
como experiencias que debían estudiarse e imitarse. La acción
del INI logró sensibilizar a sectores importantes de la población
civil frente al problema indígena. Rompió el aislamiento
de muchos grupos y redujo actitudes discriminatorias. Promovió cambios
socioeconómicos en la vida de las comunidades, como el mejor aprovechamiento
de los recursos naturales mediante el cultivo a base de terrazas, la explotación
racional de los bosques, la introducción de frutales, el cultivo
de flores y el mejoramiento de semillas y especies pecuarias. Luchó
contra el enganchamiento abusivo de los indígenas y por la liquidación
de este sistema. Mejoró la vivienda indígena y difundió
la luz eléctrica y las comunicaciones telegráficas y telefónicas.
Realizó campañas sanitarias con la consiguiente reducción
de la mortalidad infantil. Esto quedó en su haber como una labor
sumamente positiva.
Pero el análisis de Marroquín concluyó
así en 1971:
En resumen podemos decir que la labor del INI presenta
aspectos muy positivos pero, desgraciadamente, también negativos
que necesitan ser corregidos a la mayor brevedad; por otra parte, la mayoría
de los aspectos positivos se ubica en el pasado del instituto, pues a partir
de los últimos seis años se inicia en el INI un periodo de
franca declinación, cuya caracterización simbólica
nos la da el retorno de familias chamulas y de otros grupos indígenas
a la selva lacandona, después de haber vivido más de 20 años
bajo la protección del INI. Este retorno a la vida silvícola
bajo la presión de la miseria y el hambre expresa el fracaso de
una política indigenista que, bien orientada teóricamente,
fue lentamente carcomida por la herrumbre burocrática.
El "retorno a la selva lacandona" era una confusión
significativa. Los tzotziles y "otros grupos" (no las "familias chamulas",
que corresponden tan sólo al poblado de San Juan Chamula) habitaban
en los Altos y en el norte de Chiapas, pero no necesariamente en la selva.
Más que un retorno, se trataba de una migración
hacia la selva. Esa migración formaba parte ya en ese momento
de un proceso social más amplio, que desde 1972 fue incubando el
levantamiento armado de los pueblos indígenas en el corazón
de la selva lacandona y que he explicado ampliamente en mi libro Chiapas,
la rebelión indígena de México.
En la década de los 70, pues, fue posible entender
que la política indigenista representada y encomendada al INI había
entrado ya en un proceso irreversible de inoperancia y estancamiento. En
diversos momentos se planteó al gobierno federal la transformación
radical del instituto, con el fin de superar primordialmente su carácter
asistencialista y burocrático. En décadas recientes resultó
evidente que las políticas indigenistas iban a la zaga de la realidad
social de los pueblos indígenas y que era necesaria otra concepción
social para impulsar y reconocer el desarrollo de estos pueblos, porque
a lo largo de su vida el INI impulsó proyectos fundamentalmente
"externos", que se dirigían desde la "sociedad nacional" hacia los
pueblos indios, pero no se propuso fortalecer vectores culturales "internos"
de esos pueblos. Pero la transformación del INI se fue posponiendo.
La institución siguió contando con una información
abundante y especializada sobre numerosos aspectos sociales, jurídicos,
económicos, demográficos y educativos de las poblaciones
indígenas del país.
El Convenio 169 de la Organización Internacional
del Trabajo (OIT) de Naciones Unidas, por otra parte, suscrito por México
en 1989 y ratificado por el Senado de la República en 1990, proporcionaba
un marco renovador para impulsar el cambio de la institución y de
las políticas indigenistas en México. Por desgracia la firma
y ratificación del Convenio 169 habían sido solamente un
gesto demagógico. Después también fue demagógica
la firma de los acuerdos de San Andrés, que constituyen la formulación
social más avanzada de los cambios que podrían haber sobrevenido
a la transformación del INI.
Ahora el gobierno de Vicente Fox, que había prometido
resolver en 15 minutos el conflicto de Chiapas, liquida finalmente el INI
y crea la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indios.
El presidente Fox, que tiene un incontenible deseo de aplaudirse a sí
mismo a todas horas, no ha sido capaz de entender la importancia histórica
del INI y mucho menos los alcances y limitaciones de las políticas
indigenistas. Por ello ha creado la nueva comisión nacional con
los mismos principios asistencialistas y burocráticos que marcaron
la decadencia de la anterior institución. Además, esta nueva
comisión hace a un lado los avances que contiene el Convenio 169
de la OIT y reitera la posición asistencialista del indigenismo
tradicional. No hay un cambio en la concepción social para avanzar
en la relación del Estado con los pueblos indios. Hay más
burocracia, retroceso y demagogia. El presidente Fox cree que está
haciendo historia con las políticas indigenistas. Y así es,
pero como los cangrejos: hace historia caminando hacia atrás.
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