Miguel Concha
Teología imperial
Hace unos días cayó casualmente en mis manos el número más reciente del periódico Trabajador Católico, editado en Houston por la Casa Juan Diego de Hospitalidad. En él se publica una nota en la que se informa que el embajador de Estados Unidos ante el Vaticano le pidió a Michael Novak que desarrollara aún más su "teoría teológica" para justificar la guerra preventiva del presidente Bush, luego de que en febrero participó en una conferencia sobre guerras justas. Se precisa que Novak, junto con otros escritores neoconservadores, como George Weigel y Robert Royal, ha estado publicando sus propias teorías sobre las guerras justas, a favor de la agresión a Irak y en directa oposición a los planteamientos del Papa, y que estos autores, junto con Richard Neuhaus, editor de la publicación First Things, tergiversaron claramente el sentido y minaron deliberadamente la percepción de muchos lectores sobre las enseñanzas de Juan Pablo II en sus tres encíclicas sociales.
El autor de la nota se extraña de que los neocons, como son conocidos en la Iglesia católica estos ideólogos, sostengan este tipo de planteamientos, cuando la misma beligerante y ultraconservadora Sociedad San Pío X, utilizando los viejos, no desarrollados y no extendidos principios sobre la guerra justa, arguyó contra la legitimidad de la agresión contra Irak.
Michael Novak ha sido en efecto el primer director del Instituto sobre Religión y Democracia, un supuesto departamento de teología del American Enterprise Institute, creado en los años 70 por el imperialismo estadunidense para combatir política e ideológicamente a la teología de la liberación en América Latina, y enfrentar sus repercusiones en Estados Unidos.
Como explicó en 1994 el economista y pensador cristiano de origen alemán Franz Hinkelammert, quien ha sido director del Departamento Ecuménico de Investigaciones en San José de Costa Rica, en un artículo publicado en la revista Cristianismo y Sociedad, una de las características de la teología del imperio, elaborada desde aquellos años, con todas las ventajas del gobierno del país del norte, es precisamente la de oponer un mundo sin esperanza a la visión utópica de la esperanza en el mensaje cristiano. Para esta versión publicitaria, que concuerda con las lecturas caricaturescas de Hegel sobre el "fin de la historia", promovidas por escritores a sueldo del Departamento de Estado, como Francis Fukuyama, no hay otro mundo posible que el capitalista e imperialista, pues el mercado, como mano invisible, es el único que puede establecer el equilibrio, y no hay ninguna relación entre éste y el reino de Dios, signado por los valores de la equidad, la fraternidad, la conservación de la naturaleza y la paz, que postula el pensamiento cristiano. Es más, la solidaridad social aparece en esta ideología, que relega la concepción y la categoría del reino de Dios a una realidad puramente interior, como una perversión humana y un atavismo.
Para ella la utopía encarna el "reino del mal", pues el "reino del realismo", que no es otro que el mercado sin ninguna cortapisa y sin ninguna responsabilidad social, no tiene necesidad de utopías. Lo que Karl Popper expresa diciendo: "lo que viene del cielo produce el infierno". Por ello Novak, quien es el autor de la muy discutida obra El espíritu del capitalismo democrático, publicada por primera vez en Nueva York, en 1982, escribe que "el panorama del capitalismo democrático es semejante a un campo de batalla en el que los individuos vagan en medio de cadáveres" (sic). Pero que este desierto, "como la noche oscura del espíritu en el viaje interior de los místicos" -dice- juega un papel indispensable... "Sin duda -remata-, la matriz de la trascendencia se expresa en textos, por la religión, en el seno de la familia, en los contactos con los semejantes", pero "en definitiva, se centra en torno del silencio interior de cada uno". Nada, pues, que tenga que ver con las relaciones sociales entre los seres humanos y los valores trascendentales que las animen y orienten. Sólo la dictadura del mercado, que está dispuesta hoy en día a legitimar incluso las guerras preventivas.
Hinkelammert afirma con verdad que el Pentágono formó especialistas en esta materia, para que actuaran entre órganos de formación militar y servicios secretos panamericanos, y no únicamente entre círculos empresariales de América Latina. Hoy, como se ve, también se les contrata para justificar la guerra preventiva del actual gobierno de Estados Unidos, lo que hace que no únicamente los políticos, sino también los teólogos, estén alertas.