LA SANGRIA PERMANENTE
Deuda
externa, deuda eterna... América Latina y el Caribe debían
en efecto, en 1995, según el Banco Mundial, 650 mil millones de
dólares, y en el 2001 pasaron a deber 760 mil millones. El tipo
de inserción subordinada en el mercado mundial, lejos de traer prosperidad
y desarrollo, como sostienen los pregoneros del neoliberalismo, demostró
ser una bomba de succión de recursos internos. Y la región,
siempre según el Banco Mundial, patrocinador de esa política,
se ha convertido en exportadora neta de capital.
En otras palabras, el capital financiero internacional,
lejos de ayudar al desarrollo latinoamericano, lo impide y se llena los
bolsillos con el ahorro interno de nuestros países, que se destinan
al pago de amortizaciones e intereses por el servicio de la deuda externa.
Siempre según el banco citado, a pesar de que el
gobierno argentino decretó una moratoria en sus pagos, la región
pagó 9 mil millones de dólares más que el total de
las inversiones recibidas en ese periodo, pues las emisiones internacionales
de acciones y bonos, y las transacciones bancarias cayeron en 40 por ciento
con respecto al 2001 y llegaron sólo a 45 mil 300 millones de dólares
(contra 76 mil en aquel año), mientras la inversión extranjera
directa batió un récord mundial cayendo de 69 mil millones
de dólares en 2001 a 42 mil millones de dólares el año
pasado.
Esta sangría permanente de recursos hacia las arcas
del capital financiero internacional obliga a una postergación también
continua de las obras de infraestructura, de la modernización de
la economía, del mantenimiento mismo de lo logrado en décadas
anteriores en el campo de los servicios públicos, como sanidad o
educación, en el mismo momento en que, sin embargo, la región
registra un importante crecimiento demográfico. Si los recursos
que se destinan cada año a pagar una deuda que aumenta sin cesar
debido a los intereses sobre los intereses y a la caída del valor
de las monedas latinoamericanas se dedicasen en cambio al desarrollo de
los mercados internos e intrarregionales, el continente no se empobrecería
para hacer más ricos a los ricos y financiar las economías
metropolitanas.
Es cada día más evidente que esta situación
es inmoral, injusta, que equivale al cobro shakespireariano de una libra
de carne y, además, no puede continuar indefinidamente porque ni
siquiera las economías "grandes" de la región, como lo muestran
los casos argentino o venezolano, están en condiciones de permitirse
esta transfusión de recursos escasos, sobre todo en condiciones
de recesión estadunidense y de muy bajos precios de las materias
primas que estos países exportan. El reloj de la historia está
dando las campanadas que anuncian la urgencia de un cambio.
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