Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 9 de abril de 2003
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Editorial
 
BUSH, ASESINO DE PERIODISTAS

sol-2Ayer, en dos agresiones injustificables y criminales, las fuerzas estadunidenses que intentan ocupar Bagdad asesinaron a tres periodistas, hirieron a otros cuatro y destruyeron las oficinas en esa ciudad de las cadenas televisivas Al Jazeera y Abu Dhabi Tv. Tales atentados, que merecen plenamente el calificativo de terroristas, no constituyen hechos aislados, sino pasos decisivos en el plan del gobierno de George W. Bush para silenciar cualquier versión informativa que no se ajuste a su propaganda oficial -la que los comandantes militares estadunidenses e ingleses proporcionan a los periodistas que viajan incrustados entre las tropas agresoras-, ocultar al mundo las atrocidades que perpetra en tierras iraquíes y ahuyentar a los informadores internacionales que permanecen en la arrasada capital iraquí. Ese designio de escamotear la verdad de lo que ocurre en la martirizada nación árabe se inscribe, a su vez, en una estrategia mediática de corte totalitario e incluso fascista que viene gestándose desde hace más de una década y cuyo desarrollo debe recordarse.

En la anterior guerra contra Irak, comandada por Bush padre, se prohibió el ingreso de los periodistas al campo de batalla y el Pentágono optó por sublimar la barbarie y la carnicería en pulcras y asépticas imágenes de computadora que mostraban, en simulaciones y realidades virtuales, la destrucción de las fuerzas enemigas. En ese escenario de juego electrónico no aparecieron nunca, por supuesto, los civiles iraquíes descuartizados por las bombas estadunidenses, los barrios arrasados ni el dolor y la miseria de los combatientes.

Diez años más tarde, y en reacción a los atentados del 11 de septiembre de 2001, el gobierno de Bush hijo dejó en claro que no sólo estaba declarando la guerra a un enemigo tan difuso e incierto como el "terrorismo internacional", sino también contra el ejercicio del periodismo crítico o, simplemente, honesto. De entonces a la fecha, el grupo en el poder en Washington ha realizado diversas acciones orientadas a amordazar a los informadores, uncir a los grandes consorcios informativos al discurso oficial -yugo que ha sido aceptado con abyección por cadenas como CNN-, distorsionar los hechos, fabricar mentiras en forma sistemática -como los supuestos vínculos de Al Qaeda con el agonizante régimen de Bagdad y las armas de destrucción masiva en poder de Saddam Hussein, armas que han resultado imaginarias- y coartar y limitar, en general, la libertad de expresión y el derecho a la información.

Cuando Bush decidió empezar la actual guerra a contrapelo de la legalidad internacional, de la sensatez y hasta de las más elementales consideraciones humanitarias, el Pentágono fijó, para un grupo selecto y dócil de informadores, unas reglas de cobertura del inminente conflicto que contravienen la ética y el sentido mismo del periodismo: quienes quisieran informar sobre la invasión de Irak tendrían que viajar incrustados entre las tropas agresoras, las cuales habrían de brindarles el sustento, la protección, los datos que podrían publicar y la censura a su trabajo. Quienes no se plegaron a tales normas y decidieron viajar a Irak para contar la guerra de manera independiente y libre fueron, desde un primer momento, vistos con hostilidad por los gobernantes estadunidenses.

El 22 de marzo, segundo día de la invasión, las tropas angloestadunidenses mataron en los alrededores de Basora al periodista inglés Terry Loyd, cuyo camarógrafo y cuyo intérprete se encuentran aún desaparecidos. El 6 de abril un avión estadunidense atacó a un convoy "amigo" y dio muerte a 18 personas, entre ellas el intérprete de un corresponsal de la BBC. A fines de marzo los militares agresores secuestraron durante 48 a un grupo de periodistas independientes portugueses e israelíes y los acusaron de ser espías del gobierno de Bagdad, según denunció Reporteros sin Fronteras (RSF). Y ayer un tanque estadunidense disparó contra el hotel Palestina, conocido universalmente como centro de habitación y trabajo de los informadores internacionales en Bagdad, con un saldo de dos muertos y tres heridos. También ayer, la aviación invasora destruyó las instalaciones de Al Jazeera y Abu Dhabi Tv, dejando un informador muerto y otro herido. La emisora qatarí denunció de inmediato que el ataque fue deliberado y recordó que el año antepasado las tropas estadunidenses bombardearon sus oficinas en Kabul; la empresa televisora de Abu Dhabi dijo, por su parte, que el Pentágono había sido informado, desde antes del inicio de las hostilidades, de la ubicación precisa del edificio que albergaba sus instalaciones, el cual ostentaba en el techo el logotipo del canal.

Las justificaciones de Washington tras los ataques referidos oscilaron entre el cinismo más descarado y la distorsión impúdica de los hechos. La portavoz del Pentágono, Victoria Clarke, acusó a diversos medios de enviar a sus reporteros a Bagdad de forma "unilateral" y afirmó que "en la guerra nadie está seguro". El general Stanley McChrystal dijo que la agresión contra los informadores había sido una acción de "autodefensa" y Bryan Whitman, otro portavoz del Pentágono, no tuvo empacho en responsabilizar a lo que quede del régimen de Saddam Hussein por "poner a los civiles en riesgo".

Es lamentable y doloroso constatar que las muertes de periodistas independientes a manos de las tropas estadunidenses han comenzado a producir los efectos deseados. El ministro de Defensa del gobierno español -alcahuete diplomático de la guerra contra Irak- ya pidió a los medios peninsulares que retiren a sus enviados de Bagdad y unos 25 informadores de las cadenas televisivas árabes atacadas han solicitado su urgente evacuación de la capital iraquí, toda vez que se encuentran en grave peligro. Si Washington logra limpiar a Bagdad de informadores internacionales, podrá intensificar, con mayor margen de maniobra, la matanza indiscriminada y masiva de habitantes que viene llevando a cabo desde hace ya tres semanas. De tal forma, Bush y su grupo han conseguido, con el asesinato deliberado de informadores, dar un fuerte golpe al derecho a la información de las sociedades del mundo.
 

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