Los inconformes piden se reconozca la relación
laboral y se respeten sus derechos
Cien vendedores de Autofin demandan por despido injustificado
y abusos
Denuncian insultos de Hernández Venegas ante
la Procuraduría del Trabajo y la JLCA
FABIOLA MARTINEZ
Alrededor de cien vendedores de automóviles interpusieron
una demanda en contra de Autofinanciamiento de México (Autofin),
por reconocimiento de la relación laboral y despido injustificado
en esta empresa propiedad de Juan Antonio Hernández Venegas.
En 26 años de existencia, este emporio ha sustentado
su expansión en sistemas financieros peculiares -como la adjudicación
de automóviles y casas con base en aportaciones colectivas- y sobre
todo en la explotación de los empleados referidos bajo la figura
de un contrato mercantil, mismo que anula de facto cualquier aspiración
a obtener derechos laborales.
De acuerdo con la versión ofrecida por los demandantes
ante las autoridades del trabajo, este grupo de vendedores aguantó
por muchos años "abusos de poder y el trato prepotente y agresivo"
de Hernández Venegas, dueño de 30 agencias de automóviles.
Además, el ex propietario de otras empresas, como
el Club Deportivo de México (Toros Neza) y activo promotor de magnas
actividades como la Ruta Ciclista Vuelta de las Américas, que se
realizó el mes pasado, participa en inmobiliarias, gasolinerías,
restaurantes, centros de impresión y diseño, arrendadoras
de autos, agencias de vehículos usados y accesorios, entre otros
giros.
Sin embargo, señalan, a pesar de la riqueza acumulada
que le permite ostentarse en la publicidad como El líder en la República
Mexicana, "no es nada raro escuchar al contador (Hernández Venegas)
decirles a sus gerentes 'pendejos, hijos de la chingada y estúpidos',
o afirmar que no servimos para nada porque, según él, sus
vehículos se colocan automáticamente en el mercado", señalan
los vendedores, quienes solicitaron no se publicaran sus nombres.
Por la necesidad de conservar un empleo aceptaron "malos
tratos" y, en particular, un cúmulo de requisitos para desempeñar
su función, lo mismo la obligación de comprar el uniforme
con dinero propio o cumplir con un horario fijo.
A cambio recibían una comisión de uno por
ciento del total de la venta concretada. No más. Nunca hubo para
ellos pago de aguinaldo, seguro social, prestaciones, vacaciones, descansos,
horas extras, transporte, seguro de vida o antigüedad, y mucho menos
reparto de utilidades, producto de las millonarias ganancias en esta compañía,
una de las más importantes del país en el giro de autofinanciamiento.
La figura de contrato mercantil, con el que se fundamenta
la relación entre los vendedores y la empresa, descartaría
cualquier aspiración para exigir algo más allá de
la comisión respectiva; sin embargo, la presunta ilegalidad que
ya investiga la Procuraduría del Trabajo y la Junta Local de Conciliación
y Arbitraje (JLCA) estriba en que Hernández Venegas, en calidad
de patrón, aplica un cúmulo de obligaciones propias de un
contrato laboral.
La gota que derramó el vaso
La historia de la demanda comenzó en noviembre
pasado, cuando un grupo de cerca de cien vendedores, ex integrantes de
una plantilla de más de 500 empleados de ese nivel, llegó
a su límite cuando les informaron que su comisión (la cual,
en años pasados representaba ingresos promedio de 10 mil pesos mensuales)
sería reducida a poco menos de la mitad, esto es, una comisión
de 0.4 por ciento por unidad adjudicada.
Además, firmarían un nuevo contrato mercantil
con empresas desconocidas por ellos, en el que se colocaba la exclusividad
de relación, es decir, se especificaba la prohibición de
tener alguna otra actividad con competidoras de Autofin. Debían
firmar entonces contratos en blanco con las empresas facturistas, incluida
la posible rescisión del "contrato mercantil", sin obligación
alguna para el emporio en cuestión.
A cambio se les permitiría dedicar el tiempo para
su labor de manera voluntaria, aunque en la práctica se les exigía
llegar puntuales a juntas, cubrir un horario preciso, un mínimo
de guardias semanales con horario corrido, en especial en agencias y centros
comerciales, y usar un impecable uniforme (siempre pagado con dinero del
vendedor), consistente en traje azul marino, camisa o blusa blanca, corbata
o pañoleta y zapatos negros o azul marino.
Por supuesto, el "reglamento" incluía la prohibición
expresa de no comer en las guardias -frecuentemente realizadas en centros
comerciales- no fumar o salir a alguna cita (aun cuando fuera para cerrar
una venta), porque de lo contrario se aplicaría una sanción.
Más allá de esa subordinación, señalaron
los vendedores en su demanda y luego en entrevista con este diario, "siempre
estábamos en riesgo de ver reducidas nuestras comisiones o ser dados
de baja si el número de operaciones iba a la baja".
Ante esto decidieron solicitar asesoría a la Procuraduría
del Trabajo y, tras la primera cita conciliatoria convocada por la autoridad,
los inconformes fueron dados de baja de inmediato. De ahí se derivó
la demanda interpuesta en la JLCA, aunque los propios abogados de la procuraduría
les han advertido que el proceso podría ser largo, debido a la peculiaridad
del caso.
No obstante, los vendedores se mantienen en el proceso
jurídico, "porque no tenemos nada que perder, por la sencilla razón
de que no teníamos absolutamente ningún beneficio más
allá de nuestra comisión". Relatan que Hernández Venegas
no sólo incurre en omisiones de tipo laboral, sino en falta de respeto
y ofensas extremas.
"Por ejemplo, una compañera, Lourdes Zamacona,
se encontraba en una promoción en Perisur y momentáneamente
se recargó en uno de los automóviles. El señor Hernández
le dijo que quitara 'sus mugrosas nalgas de ahí'.
"En otra ocasión, la señora Gloria Ortega,
luego de haber sido dada de baja, se dirigió al centro administrativo
a darle las gracias al señor Hernández, quien le dijo: 'a
mí me vale una chingada, yo quiero mis ventas, y en plan ofensivo,
-se agrega en el testimonio- le dijo: '¡por eso usted no vende, porque
está gorda!, ¿cómo va a vender con esa figura?; usted
está bien para el servicio de limpieza'" Por eso, insisten los demandantes,
no tenemos nada que perder.
Exigen además de un trato respetuoso, el cumplimiento
de los términos exactos de los contratos mercantiles o, en su caso,
aspirar a establecer una relación laboral. Los trabajadores en cuestión
son conocedores del proceso de autofinanciamiento, lo mismo que de los
presuntos beneficios para los clientes que el entramado financiero y administrativo
permite al empresario asegurar la expansión de su capital.
Mientras el lento proceso jurídico transcurre,
insisten en que "es posible que el crecimiento de la compañía
no se sustente sólo en la explotación y la falta de respeto
a la dignidad de los vendedores".