LA PALOMA NEGRA Y LOS HALCONES RETINTOS
El
secretario de Estado es considerado por sus colegas del gabinete presidencial
estadunidense "una blanca paloma", un liberal moderado e inclusive un futuro
candidato a presidente. Los halcones serían, en cambio, los integrantes
del grupo que encabeza el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, el cual
es apoyado por el vicepresidente Dick Cheney, de profesión vendedor
de armamentos y servicios para las fuerzas armadas de Estados Unidos, además
de petrolero, en su calidad de ex dirigente de la empresa Halliburton.
El general Colin Powell, supuesto moderado, acaba de declarar,
por ejemplo, que "Estados Unidos aún no ha decidido cuál
será el papel de Naciones Unidas" una vez que las tropas invasoras
hayan terminado su empresa colonial y se aboquen a la ocupación
y explotación de Irak. En sus intentos de reconstruir aunque sea
parcialmente las relaciones con Francia y la Unión Europea, seriamente
deterioradas por los insultos cotidianos al gobierno francés y por
la prepotencia de Estados Unidos, que desconoció al Consejo de Seguridad
y las leyes internacionales, Powell piensa en lograr que la comunidad internacional,
y en particular sus ex aliados, pague el costo de sus operaciones en Irak,
de la ocupación y de la reconstrucción de todo lo destruido
por el alevoso ataque colonialista. Pero, al mismo tiempo, Washington declara
que decidirá sobre la vida y la muerte de Naciones Unidas y distribuye
el botín iraquí entre sus empresas nacionales, provocando
la queja incluso del Reino Unido, que ha sido dejado fuera de las licitaciones
reservadas sólo a estadunidenses.
Esta combinación de decisionismo unilateral y arrogancia
imperial no puede sustituir, evidentemente, la diplomacia, que parte de
la base del respeto mutuo y de una relación entre entidades jurídicamente
iguales. Estados Unidos no busca estas relaciones entre iguales sino imponer
su mando a siervos, y por eso difícilmente podrá reorganizar
lo que fue una realidad durante casi el primer cuarto de siglo de la ONU,
hasta mediados de los años 70, o sea un dominio absoluto sobre una
organización que se limitaba a refrendar sumisamente sus decisiones.
Washington vetó la relección como secretario
general de la ONU a Boutros Ghali, el egipcio, porque éste, de cultura
francesa, le parecía demasiado independiente (aunque estaba lejos
de serlo) e impuso a Kofi Annan, más que blando, blandísimo.
Pero a pesar de que trata de llevar adelante sus planes de guerra preventiva,
precisamente porque tiene conciencia de que su hegemonía declina,
no sacó las conclusiones de este debilitamiento también en
el Consejo de Seguridad y en la ONU. Por el contrario, tomándose
en serio su papel de única potencia militar después del derrumbe
de la ex Unión Soviética, se creyó omnipotente. Como
resultado de su prepotencia y falta de realismo ahora está aislado
como nunca, en minoría absoluta en lo que fuera su Ministerio de
Colonias (la ONU) y en conflicto con sus ex aliados, que han sido agredidos
en sus intereses y humillados, y a los que ahora les pide, casi como escarnio,
que paguen la aventura colonialista de quien intenta sacarlos del juego
en Medio Oriente y, pagando por ser apaleados, permitan así a Washington
concentrar sus fondos en un armamentismo que precisamente va dirigido contra
la independencia de todos los países, incluidos los del Consejo
de Seguridad de la ONU.
La lógica, evidentemente, está reñida
con la teoría de la guerra preventiva, con la doctrina del destino
manifiesto y con el fundamentalismo religioso y neoliberal que impera en
la Casa Blanca. Colin Powell no puede diferenciarse mucho de la bandada
de halcones a la que representa y sirve y el escaso terciopelo con que
intenta disfrazarlo deja demasiado al desnudo el garrote. El resultado
es que, aunque Estados Unidos gane la batalla contra un pequeño
país de 24 millones de habitantes, ha perdido ya las batallas política
internacional, moral y de las comunicaciones, y sin duda perderá
también la diplomática.
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