BUSH Y BLAIR, ASESINOS DE CIVILES
La
guerra lanzada por Estados Unidos contra Irak llega hoy a su decimoprimer
día sin que las fuerzas invasoras hayan logrado traducir su abrumadora
ventaja tecnológica y numérica en una perspectiva clara de
triunfo militar. Por el contrario, pese a las incontables pérdidas
humanas y materiales infligidas al país árabe, es-tadunidenses
e ingleses parecen perder la iniciativa y es posible que en los próximos
días la opinión pública mundial se entere de una reformulación
general de la estra- tegia agresora, si no es que de cambios y dimisiones
de importancia en su cadena de mando.
Más allá de especulaciones, los hechos de
estos once días han dejado suficientemente claro que el interés
del gobierno de George W. Bush no es despojar a Irak de sus supuestas armas
de destrucción masiva, sino apoderarse del país árabe,
y que el enemigo a derrotar no es el conjunto de fuerzas militares del
régimen de Bagdad, sino la población iraquí -mujeres,
hombres, niños y ancianos-, la cual ha sido objetivo de las bombas
inteligentes con tal regularidad que resulta insostenible pretender
que los ataques a mercados, escuelas, zonas habitacionales, depósitos
de alimentos e instalaciones de servicios civiles -como las centrales telefónicas
y los locales de las televisoras- son meramente accidentales.
Después de incontables atentados aéreos
que matan y lesionan a decenas o centenares de civiles es claro que el
"terror" y la "conmoción" buscados por los soldados de Bush y de
Tony Blair no están primordialmente dirigidos contra las filas de
la Guardia Republicana o las fuerzas regulares del ejército iraquí,
sino que pretenden desmoralizar al país en su conjunto y desgarrar
el tejido social desde sus bases fundamentales: las familias, los vecindarios,
los sitios de trabajo, los medios empleados por los ciudadanos de Bagdad
y Basora para comunicarse entre sí. Queda cada vez más claro
que los estrategas de Bush y Blair, ante las enormes dificultades que experimentan
para causarle a Saddam Hussein un daño decisivo y fulminante en
su aparato militar, están apostando a matar a la mayor cantidad
posible de sus gobernados.
Tales prácticas significan un salto cualitativo
en la ilegalidad de la agresión a Irak: ésta significa, por
sí misma, una grave violación a las normas de convivencia
internacional plasmadas en la Carta de la ONU, pero los ataques contra
la población civil representan crímenes de lesa humanidad,
tan repudiables como los perpetrados el 11 de septiembre del año
antepasado en Nueva York y Washington, pero en una escala mucho mayor.
Tarde o temprano, e independientemente del curso que tomen las operaciones
militares actuales en Irak, los gobernantes estadunidenses y británicos
tendrán que responder por los civiles indefensos que están
asesinando.
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