Carlos Montemayor /I
La sombra del caudillo, disección del ejército*
La sombra del caudillo me pareció durante muchos años la única novela mexicana que se había adentrado en el ejército y que había descubierto los contrastes entre poder y lealtad, traición y ambición. Era una novela que describía la realidad de la lucha por el poder en el ejército ya convertido en institución. Desde esta perspectiva, sólo otra novela se había acercado al tema, mostrando la barbarie del poder político: Tomóchic, de Heriberto Frías, que registró la violencia de las tropas porfiristas contra un pueblo de la sierra chihuahuense en la última década del siglo XIX. Ambas novelas eran los ejemplos del doblez y la barbarie de la institución militar y el poder político, no la muestra de la barbarie de la guerra o del enfrentamiento de caudillos y ejércitos sucesivos de la Revolución, como ocurre en Los de abajo, de Mariano Azuela, o Se llevaron el cañón para Bachimba, de Rafael F. Muñoz. Con Martín Luis Guzmán asistíamos a la disección del poder político a través del ejército mismo.
Por distintas razones y diferentes momentos, Chihuahua era un nexo entre las dos novelas. En Tomóchic, porque se relata la masacre de los tomochitecos de la sierra de Chihuahua. En la segunda, porque el ejército de Francisco Villa, es decir, los contingentes chihuahuenses, fueron los grandes perdedores de la Revolución. Martín Luis Guzmán, de origen chihuahuense y además villista, era sensible a la secuela de traiciones y encubrimientos sucesivos de las fuerzas carrancistas y obregonistas.
La sierra de Chihuahua fue también el escenario, hacia 1964, de un alzamiento guerrillero que se extendió particularmente por la sierra de Cebadilla de Dolores, en los límites de los estados de Chihuahua y Sonora. Este alzamiento fue el primer movimiento guerrillero en México de orientación socialista. El 23 de septiembre de 1965 atacaron el cuartel militar de Ciudad Madera y murió la mayor parte de los dirigentes. Más tarde, los sobrevivientes se reorganizaron en otro grupo guerrillero que fue abatido en los primeros meses de 1968 en el sur del estado de Sonora, en Tezopaco, un pueblo que está al pie de la Sierra Madre Occidental.
Varios de esos jóvenes guerrilleros eran amigos míos. Conocía yo su inteligencia, su intachable comportamiento, su generosidad. Yo me encontraba en la ciudad de México, iniciando mis estudios universitarios. Me sorprendió ver en un periódico mural las planas de diarios que daban cuenta del frustrado asalto al cuartel. Los diarios afirmaban que eran un grupo de bandoleros, abigeos, gatilleros, criminales. De golpe, la versión oficial había borrado la honestidad de su lucha y deformaba la vida, la destruía. La versión oficial impedía ver con claridad y certeza. Desde ese momento sentí el compromiso de mostrar la distancia verdadera entre la vida real y la versión del poder. Yo ignoraba que me convertiría en escritor; estaba en ese momento dedicado al derecho y las ciencias sociales. Más tarde, cuando quise escribir la novela de esos acontecimientos, había tantos temas emocionalmente cercanos que me vi obligado a efectuar una especie de rodeo y retomarla años después. Esa especie de rodeo fue Guerra en el paraíso.
El instante en que el general Ignacio Aguirre, protagonista de La sombra del caudillo, lee el periódico que un soldado le entregó por debajo de la puerta es excepcional desde esta perspectiva. Con asombro, entiende que la versión oficial, la del poder, nada dice verdaderamente sobre la vida real. La versión oficial hizo de él un traidor. Horas antes de morir, leyendo la descripción del levantamiento armado que se le atribuía, el general pensaba para sí mismo: ''Muchas monstruosidades había visto, hecho y ayudado a hacer en la Revolución, pero todas ellas -los robos, los saqueos, los raptos, los estupros, los asesinatos, los fusilamientos en masa, las más negras traiciones- no valían, juntas, lo que ésta sola''. Teniendo en mente el asesinato de Francisco Villa, cavilaba: ''Con ser monstruoso su asesinato, éste de ahora, el mío, va a ser más monstruoso, más cobarde e innoble''. La versión oficial deformó su carrera militar y protegió la deslealtad, la traición, la ambición personal. El poder político asesinaba a mansalva y destruía la verdad de muchas vidas.
Mientras yo trabajaba en Guerra en el paraíso releía con mucha atención la obra de Martín Luis Guzmán. También los relatos breves de Hemingway, estudiando con particular cuidado sus diálogos. Igualmente, la descripción de combates en Homero. A esto agregaba las cartas que Malcom Lowry escribió a su editor Jonathan Cape para defender varios aspectos de los personajes de Bajo el volcán. Malcom Lowry se apoyaba en la tragedia esquiliana para definir su idea de lo trágico. Me asombraba que un escritor del siglo XX viera con naturalidad la tragedia esquiliana como un referente necesario para sustentar su propia novela más de dos mil años después de la muerte de Esquilo. No hablaba de un esquema, de un nostos de los griegos arcaicos para plantear una secuencia de posibles episodios de significación paralela, como ocurre en el Ulises de James Joyce. Se trataba de la comprensión de la muerte trágica del Cónsul e Yvonne en Bajo el volcán a partir del arte de Esquilo. No era asunto de tramas o ilación de episodios, sino del ser trágico, de una concepción interior del personaje trágico.
En una entrevista con Emmanuel Carballo, publicada en 1965, éste le preguntó a Martín Luis Guzmán qué libros preparaba, además de las cuatro últimas partes de las Memorias de Francisco Villa. Martín Luis Guzmán contestó: ''Tengo escritas 145 cuartillas de Muertes paralelas. Algunas de ellas las publiqué, hace años, en El Universal. El prólogo lo constituye la muerte (la única natural en todo el libro) de Porfirio Díaz. Otras muertes que ya tengo redactadas o estudiadas son las de Madero, Carranza, Villa, Obregón, Zapata, Lucio Blanco (el hombre que repartió tierras en Tamaulipas en 1913, antes de Zapata), Aguirre Benavides, José Isabel Robles, Felipe Angeles...''
Las Muertes paralelas se remitían a una colección célebre del mundo griego: Vidas paralelas de Plutarco de Queronea. Además del título, Martín Luis Guzmán asumía la visión narrativa y filosófica de Plutarco: el individuo como el motor de la Historia. El título cambió después a Muertes históricas y sólo llegó a tratar las muertes de Porfirio Díaz, Venustiano Carranza y Francisco I. Madero.
* Liminar para la edición de La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán en la colección Archivos