León Bendesky
Tablero
La violencia organizada es un hecho contundente. Es paradójico que se presente como la manera de superar los grandes conflictos sociales que marcan el inicio del siglo XXI. La guerra en Irak manifiesta esa paradoja y se apoya en la concentración del poder militar en Estados Unidos. A partir de ese poder contundente se ha prefigurado un escenario que se expone sin muchos recovecos y desde antes del 11 de septiembre de 2001. Este escenario se ofrece como un proceso de liberación y de exportación de la democracia.
Ahora en Irak se expresa en la abierta disposición a remover a un régimen que incomoda mucho, aunque antes fue útil, pese a que cometía las barbaridades que hoy parecen inaceptables. Esa es la ironía que envuelve la postura de los promotores de la política exterior estadunidense cuando muestran sorpresa por la oposición a la guerra y dicen: "šPor Dios, estamos hablando de Saddam!" Pero ya pasó la invasión de Afganistán, también sostenida por buenas razones: hay aún 10 mil soldados estadunidenses en ese país y, aunque el asunto pasó rápidamente a segundo plano en las preocupaciones de Washington, lo que se sabe es que se está muy lejos de crear un entorno político distinto al que existió bajo el régimen talibán y que el gobierno de Karzai está muy marginado. Como modelo de la nueva visión de seguridad y de liberación de los pueblos oprimidos, no es hoy convincente.
Ahora ha quedado ya bien dispuesto el tablero de la política internacional que se diseña y aplica de modo unilateral por el grupo reunido en el Pentágono, apoyado por los centros de pensamiento más conservadores de ese país. Es verdaderamente notoria la satisfacción que de la guerra derivan esos personajes. El despliegue de la política exterior de guerra se basa en la supremacía militar y tecnológica, pasa por encima de lo que tenga que pasar y aparece como la postura de una potencia de gran soberbia. El mundo no va a ser el mismo luego de esta guerra, eso ya nos lo han advertido ellos mismos, y podemos estar seguros de que no lo será; lo más probable es que las condiciones sean peores, de mayor inseguridad física y económica para más gente, y muy probablemente para aquella que se quiere proteger con la política de fuerza y dominio a escala global.
Otras visiones del tablero de la política mundial, que también se prefiguran en Estados Unidos, parten de la misma concepción de su poder, aunque tienen más matices. Se plantean no en un solo plano, sino en tres: el militar, que se monta sobre el fuerte predominio de ese país; el económico, que se comparte con otras naciones por el carácter de las relaciones de inversión y comercio, y el de las relaciones internacionales, que se caracterizan por rebasar el alcance propio de los estados-nación. Esta es una visión más sofisticada y permite mayor margen de juego para las piezas que están en el tablero, sobre todo frente a la alternativa actual que consiste de plano en removerlas conforme a una imagen preconcebida de cómo debe ser el mundo. Pero los que como Nye ven el mundo de una manera un poco más compleja no tienen hoy cabida en una ideología dominada por Perle y el grupo detrás del proyecto del nuevo siglo americano.
Hay una manera general de ver la crisis política internacional y otra que no puede desprenderse del lugar que se tiene en las relaciones de poder. El gobierno mexicano tomó una postura frente a la guerra, pero más allá está el hecho crucial de la posición marginal que el país tiene en el tablero. Es evidente la facilidad con la que México pasó de tener cierta relevancia política para el gobierno de Bush a la práctica inexistencia; no dejamos de ser el patio trasero. Esta es una señal que no deben perder de vista el gobierno y la sociedad, una señal de lo impostergable que es definir una estrategia real de crecimiento económico, de desarrollo institucional y cultural que fortalezca al país. Ninguna relación externa puede suplir la reordenación interna en todos los ámbitos de la vida nacional. Ese es el principal riesgo y me temo que no estamos a la altura de las circunstancias.
Vivimos una época poco edificante. La guerra no es un espectáculo que infunda nobles sentimientos. Pero debemos extender la perspectiva. El periodo transcurrido desde que se derrumbó el comunismo no trajo el fin de la historia, con el que la libertad y la democracia se instaurarían poco a poco en la sociedad mundial. Ha sido más bien un tramo salvaje de la historia. Eso ha sido la limpieza étnica, el odio creciente entre muchos pueblos, el terrorismo, el fundamentalismo de todos los tonos ideológicos, la pobreza que se extiende por la mayor parte del mundo. Nada se parece a la simple dicotomía entre buenos y malos que aún se plantea desde muchas posiciones maniqueas; es difícil matizar, pero es necesario hacerlo para que haya cuando menos la posibilidad de alcanzar una sociedad que sea decente. Una cosa es cierta: no necesitamos de ningún extraterrestre que nos observe, los humanos tenemos hoy poco que mostrarnos a nosotros mismos en el terreno de la superación de nuestro estado animal. Ese sigue siendo primordial y ensombrece las manifestaciones del espíritu y los logros materiales de los que también somos capaces.