Difícil creer que tras 10 días
de ataques EU sigue peleando en Basora, Nasiriya y Najaf
En la acosada Bagdad, los rumores van y vienen y esconden
la verdad
Escepticismo, respuesta inicial ante las declaraciones
de las fuerzas beligerantes
ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT
Bagdad, 30 de marzo. En la azotea de la oficina
de la televisora Al Jazeera, en Bagdad, se pudo oír cómo
se acercaba el misil. Salió en picada entre las nubes de humo al
sur del Tigris, pasó silbando la oficina y desapareció tras
el viejo puente Ahrar. "¿Era lo que me imagino?", me preguntó
el lector de noticias al otro lado de la línea, en Doha.
Ah,
sí, claro. Era uno de esos días. Minutos antes, cuando platicaba
con los enviados de Al-Jazeera en la villa que ocupan frente al río
-una vieja mansión colonial con pasamanos de madera y pisos de mosaico
de primorosos diseños azules y blancos-, escuchamos el estruendo
de aviones supersónicos. Nos miramos con esa especial intensidad
que los miembros del más exitoso canal de televisión árabe
tienen cuando huelen peligro.
Hace sólo 18 meses los estadunidenses lanzaron
un misil Crucero contra la oficina de Al Jazeera en Kabul, ataque por el
cual no ofrecieron explicaciones ni disculpas. Eso sí, la semana
pasada el primer ministro británico, Tony Blair, censuraba a la
estación por haber mostrado el video de dos soldados británicos
muertos en Basora, y hace unos días quién viene entrando
en la oficina en Bagdad de la televisora si no Taiseer Alouni, ex gerente
de la oficina en Beirut, quien tuvo la suerte de estar ausente el día
del ataque del misil.
Escuchamos una explosión, la villa se estremeció
y el reportero de guardia gritó: "¡A la azotea!" Dice mucho
de Bagdad -y de Al Jazeera- que, mientras cualquier hombre y mujer en su
sano juicio hubiera pegado la carrera hacia el sótano, ellos subieron
corriendo las escaleras para mirar. Y sí, una columna de humo gris
se elevaba al otro lado del puente más cercano, moteado por una
cortina de proyectiles antiaéreos. Un día más, pues,
en la historia moderna de Bagdad.
Había sido una noche "tranquila". La palabra tenía
que emplearse en sentido amplio porque aquí no hay noches silenciosas,
sólo largos anocheceres con ocasionales sirenas de incursión
aérea y misteriosas explosiones cuya procedencia rara vez se descubre.
Antes del amanecer, el prolongado estruendo de los B-52 muy adentro
del desierto recuerda a los bagdadíes que los estadunidenses se
acercan.
Ni
siquiera después del anochecer de este domingo la USAF y la RAF
dieron por terminada la jornada: quedaba tiempo para destruir unas cuantas
centrales telefónicas más. La estación de transferencia
frente al centro médico Saddam fue destruida por misiles, al igual
que otra central grande ubicada cerca del río. Un corresponsal griego
que se acercó al primer blanco llegó justo a tiempo para
ver cómo un segundo misil se estrellaba en las ruinas dejadas por
el primero; el conductor del auto donde él iba resultó herido.
Como de costumbre, el estallido dejó a la intemperie
una docena de casas de civiles y destruyó talleres, una zapatería,
un servicio de cómputo y el servicio de comida para llevar de Abu
al-Harith. La placa de identificación de una puerta decía:
"Casa de Abdulramán Makles Ajaldi, núm. 17". La casa parecía
desierta, pero si el señor Makles regresa encontrará sólo
un par de cuartos en pie.
Bagdad es también una ciudad de rumores, a veces
confirmados, a menudo de tentadora oscuridad. El ejército iraquí
había anunciado el arribo de voluntarios árabes, procedentes
de todos los países de Medio Oriente que venían a combatir
por Irak para "ganarse el cielo". Yo lo hubiera puesto en duda, de no ser
porque el sábado me topé con tres jóvenes que llevaban
chamarras de cuero, pantalones caquí y cascos negros y me informaron,
con toda seriedad y con la sinceridad de la juventud, que tenían
la intención de combatir y de ser necesario morir en Irak. Uno era
palestino y sirios los otros dos; el primero me explicó que estaba
inspirado por el patriotismo de la causa "panárabe" y por Dios.
En forma que me pareció incongruente, añadió que era
guitarrista y que le encantaba la música folclórica.
Otros dos aviones estadunidenses han sido derribados,
sostuvo el ejército iraquí. Una vez más el escepticismo
era una respuesta esencial, como lo es ante las constantes afirmaciones
de las fuerzas angloestadunidenses. Y luego estuvo un oficial del partido
Baaz que me encontré esta noche, mientras los jets estadunidenses
pasaban sobre Bagdad en su vuelo de regreso. "Le dimos a un avión
arriba del Tigris y vi cómo el piloto saltaba en paracaídas",
me dijo. Añadió que el piloto era un árabe de los
Emiratos. Cuando llegó a tierra, la gente se enteró de que
era árabe y comenzó a golpearlo. Dijo que tenía una
copiloto estadunidense, que también se había lanzado y fue
capturada más tarde.
¿Cierto o falso? ¿Por qué tendría
un árabe que volar sobre Irak en un avión estadunidense?
¿O sería el piloto, suponiendo que el relato tenga alguna
sombra de realidad, un árabe-estadunidense de la Fuerza Aérea
de EU? Hay otros relatos, como el de un piloto kuwaití también
capturado. Ahora el rumor es que hay más de 500 prisioneros de guerra
estaduidenses, la mayoría bajo custodia en la zona de Najaf. "Serán
parte de una solución política si se da alguna", me dijo
el oficial del partido Baaz. ¿Quinientos?, pregunto con incredulidad.
No lo acepto. Pero tampoco creí jamás que, 10 días
después del principio de esta guerra, los estadunidenses y los británicos
seguirían aún peleando por Basora, Nasiriya, Kerbpala y Najaf.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya