EL IMPERIO, EMPANTANADO
Estamos
en una nueva fase de la guerra entre las potencias agresoras e Irak. Como
en el caso de los kamikazes japoneses, que tanto daño causaron a
Estados Unidos, los soldados suicidas iraquíes, motivados por razones
religiosas y nacionalistas, responden al terror tecnológico con
el terror sobre el terreno y aumentan el número de bajas de los
invasores, alargando el conflicto. Eso tendrá sin duda grandes repercusiones.
Estados Unidos esperaba una guerra rápida porque
se había intoxicado con su propia propaganda. Creía, por
ejemplo, que el pueblo de Irak recibiría a los invasores como libertadores
y que el régimen y el ejército iraquíes, pasmados
por el terror a la tremenda superioridad tecnológica y en efectivos
que tienen los boys de George W. Bush, no iban a combatir y, por el contrario,
se rendirían por divisiones enteras. Creían que el terror
provocado por los bombardeos a las ciudades paralizaría a la población
civil y la pondría a merced de los agresores. Sin embargo, no habían
faltado voces entre los espías estadunidenses y algunos historiadores
que les habían recordado a los estrategas del terror de Estado que
existen factores como el nacionalismo y el orgullo del pueblo árabe,
siempre invadido, siempre resistente. Las grandes empresas apostaban también
a una guerra corta, para recoger intactos los recursos iraquíes
para el despojo y también para que el temor a la guerra no redujera
los vuelos (y hundiera por lo tanto a las compañías de aviación,
como American Airlines, que está al borde de la quiebra), y para
que el precio del petróleo no subiera demasiado, deprimiendo aún
más los consumos y, por lo tanto, las inversiones, en Estados Unidos
y en el mundo.
El colonialismo y el racismo que eran la base de tales
cálculos (¿cómo un "pueblo" bárbaro iba a resistir
con tenacidad a un pueblo "superior" que lo venía a "liberar"?)
cegaban por igual a los que hacían los cálculos financieros
y a los que esgrimen el garrote. Pero la realidad es tozuda. Un pueblo
entero resiste a sus opresores. Se extiende la guerrilla; como en toda
guerra de liberación nacional, las ciudades son trampas mortales
para los conquistadores; la larga línea de comunicaciones entre
la retaguardia y el frente de éstos, vital para reabastecerlos de
alimentos, agua, municiones y pertrechos bélicos, es amenazada y
cortada por los soldados iraquíes; los boys reciben comida escasa
e inadecuada al clima, y las tormentas de arena son en Irak lo que fueron
los monzones en Vietnam o el invierno en Rusia frente a Napoleón,
o sea, una arma más de quienes defienden su suelo. La economía
estadunidense se deprime y caen los consumos, que el chovinismo no puede
reanimar. Por lo tanto, si el Senado de Estados Unidos no le da un cheque
en blanco al presidente Bush, que pidió 74 mil millones de dólares
para 30 días de guerra, ¿quién pagará los cientos
de miles de millones de dólares necesarios para una guerra que puede
durar varios meses y que será seguida por una ocupación aún
más costosa en medios y en soldados?
El águila no vuela en el desierto, ha perdido plumas
y ahora está empantanada. Es evidente para todos la desproporción
entre las esperanzas -y las mentiras- de los invasores y lo que realmente
pueden hacer en el terreno. Mientras el gobierno estadunidense se irrita
con los periodistas que le preguntan lo que todos piensan o con el estratega
militar que le señala su estupidez, mientras el gobierno británico
comienza a ver el desastre y a comprobar que fue dejado de lado en el reparto
del botín y no vale la pena morir como mercenarios para la gloria
de George W. Bush, el pequeño, y por lo tanto, busca recurrir a
la ONU, Washington, enceguecido, amenaza a Siria, Irán y Rusia con
considerarlos "criminales de guerra", según palabras del secretario
de Defensa, Donald Rumsfeld. O sea, con extender una guerra que no acaba
de vencer ni siquiera a un país pobre de 24 millones de habitantes.
Entonces, si se quiere evitar una nueva y aún más peligrosa
aventura de quienes ante el mundo han sido ya derrotados moralmente, es
indispensable convocar la Asamblea General de Naciones Unidas para condenar
la agresión unilateral de Estados Unidos y su doctrina de "guerra
preventiva", hacer que los agresores indemnicen al pueblo iraquí
e imponer el retiro inmediato de las tropas invasoras angloestadunidenses.
Y si Londres y Washington no acatasen esas resoluciones, adoptar sanciones
contra quienes se han puesto y siguen poniéndose fuera de la ley
internacional.
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