JAZZ
Antonio Malacara
Juan José Calatayud
EN NOVIEMBRE DE 2001, todavía en plena promoción
de Jazzentiste, el disco que grabara a dúo con Verónica
Ituarte, le pregunté al maestro si estaba de acuerdo en que escribiéramos
su biografía; él pestañeó dos o tres veces
y me dijo que sí, pero que nos esperáramos hasta enero, porque
el cierre de año iba a estar muy pesado.
EL PRIMERO DE enero me envió un correo electrónico
y empezamos a trabajar. Nos vimos cuatro veces en su estudio, su acelerada
e incesante vida en los escenarios lo mantenía constantemente ocupado.
Yo ya lo esperaba así, pero cuando nos encontrábamos, la
plática se extendía tranquila y pausadamente; Juan José
Calatayud se deleitaba recordando los momentos y los sonidos y los olores
de su vida, me mostraba fotografías que tenía a mano y me
prometía otras que necesitaba buscar.
LOS
SILENCIOS SE prolongaban mientras su mirada viajaba a la Córdoba
de los años 40. La cinta seguía corriendo en la grabadora,
pacientemente, hasta que el pianista volvía al estudio envuelto
en sonrisas de gozo y satisfacción. Hace tiempo alguien me decía
que, a final de cuentas, la vida no es otra cosa más que la suma
de nuestros recuerdos.
EN JUNIO SE empezó a sentir mal. Las pláticas
se espaciaron aún más. Todavía hace poco mi cadera
se dio el estúpido lujo de posponerle una nueva entrevista, y ya
no nos vimos. Pero el maestro supo siempre, hasta los últimos momentos,
que su biografía iba a ser publicada. Y ahí viene, aunque
los vacíos de las pláticas frustradas tengan que convertirse
en investigación documental.
POR LO PRONTO, aquí está parte de
una nota sobre el concierto que diera Calatayud en el Zócalo capitalino,
el 24 de agosto de 2002, alternando con Heberto Castillo y Michel Camilo,
pero que por falta de espacio no se pudo publicar.
"CON JUAN JOSÉ Calatayud llegó el
color. 'Es un honor tocar ante tantas personas', dice al micrófono.
La insinuada curvatura del sonido previo fue entonces una esfera. Porque
si bien el discurso de Calatayud se ha inscrito siempre en las rutas del
jazz tradicional, éste se manifiesta siempre también con
un poderío intenso y magistral. Los primeros sonidos de Blue
rondó a la turca se entrelazan con el blues; las manos del maestro
no necesitan del apoyo de los pedales para extender las notas y hacer vibrar
el piano, para envolver con él a la ciudad entera y hacer que, una
tras otra, sus interpretaciones sean ovacionadas con gritos, silbidos y
aplausos que terminan por conjurar la inminencia de la lluvia.
"Y ASI LLEGAN Spain, La Bikina, Bésame
mucho, un popurrí de Gershwin y Mi ciudad, temas recurrentes
en las presentaciones de Calatayud que la gente vuelve a celebrar una y
otra vez. En determinado momento, en plena Rapsodia en azul, el
piano queda solo, el Zócalo es invadido entonces por un silencio
de veras sorprendente, la enorme Plaza se convierte en una sala de conciertos
y sólo se escucha el reposado vaivén de los dedos del maestro
por el teclado. Al final, la gente no lo quiere dejar ir; de pie, exige
otra y otra y otra, pero el maistro de ceremonias no para de hablar
y hablar y hablar hasta que su voz vence a las hinchadas y frustradas manos
del respetable."
JUAN JOSE CALATAYUD luchó durante semanas
contra la muerte. El pensarlo todavía nos duele.