Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 29 de marzo de 2003
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Mundo
Carlos Montemayor

Memoria de la barbarie

Desde las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, los gobiernos de Estados Unidos han venido utilizando las guerras como laboratorios experimentales de armas de destrucción masiva. Así ocurrió en Corea, Vietnam, Granada, Panamá, la guerra del Golfo, Yugoslavia y ahora la invasión a Irak. En cada uno de estos casos han probado equipos diversos de aviones, helicópteros, visores nocturnos, detectores de calor, uniformes, armas convencionales y armas de destrucción masiva nucleares, químicas y biológicas. Hoy mismo una gran parte de equipo bélico está siendo sometido a pruebas experimentales en Irak. También, la guerra está sometida ahora a un particular control informativo que depende, totalmente, del propio Pentágono.

Pero ¿quién ha autorizado al gobierno de George W. Bush y a los anteriores gobiernos estadunidenses a utilizar a la humanidad como conejillo de indias para perfeccionar sus armas? Bush y su equipo de colaboradores parten de una grave confusión: creer que hoy la fuerza militar es equivalente de la legalidad, o que el mayor poder militar significa tener la razón, o que no someterse a ninguna ley es hacer justicia.

Los gobiernos de Estados Unidos y de Inglaterra han invocado en los últimos días el convenio de Ginebra sobre crímenes de guerra. El general Myers afirmó que "el problema más grave que enfrentan ahora las fuerzas estadunidenses es que los soldados iraquíes están aplicando una guerra de guerrillas... Algunas de nuestras bajas más grandes son resultado de los iraquíes, que cometen violaciones a la ley del conflicto armado en la Convención de Ginebra al vestirse como civiles, invitándonos a situaciones en las que se rinden para después abrir fuego contra nuestras tropas". Donald Rumsfeld adelantó que los militares iraquíes que se disfrazan de civiles son "en esencia terroristas". El presidente Bush, por su parte, ha sostenido que los iraquíes que resisten la invasión "no respetan ninguna regla". Son paradójicas tales declaraciones cuando la invasión que llevan a cabo en Irak va en contra de la legislación internacional de guerra y ha dejado de lado al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y ha fraccionado gravemente a la ONU, la Organización del Tratado del Atlántico Norte y a la Comunidad Europea.

En consonancia con esto, el gobierno de Estados Unidos se ha opuesto a muchos convenios internacionales que favorecen la paz y la conservación ecológica. En marzo de 2001, por ejemplo, Bush declaró letra muerta el Protocolo de Kyoto. En julio de ese mismo año el gobierno de Bush no reconoció el convenio sobre las armas biológicas y químicas suscrito por 144 países desde 1972. En septiembre de ese mismo año la administración Bush boicoteó la Conferencia de Naciones Unidas sobre el racismo en Durhan, Sudáfrica. Semanas después el gobierno estadunidense también se opuso a un acuerdo de las Naciones Unidas para frenar el tráfico ilegal de armas ligeras. Por si esto fuera poco, el gobierno estadunidense no ha querido ratificar la Convención Internacional contra la Tortura y se ha negado a suscribir el tratado que crea el Tribunal Penal Internacional. Para eliminar cualquier duda sobre su resistencia al Tribunal Penal Internacional, ha firmado acuerdos bilaterales para impedir que sean denunciados y consignados ante ese tribunal cualquier soldado o civil estadunidense, es decir, quiere seguir defendiendo la impunidad de las armas que guerra tras guerra perfecciona.

En estas condiciones resultan ilógicas las acusaciones a Irak por la violación al Convenio de Ginebra que el gobierno de Bush no respetó durante la invasión a Afganistán. Es evidente que hay un solo modus operandi en todos los gobiernos estadunidenses que conducen la guerra contra otros pueblos. Vietnam fue un caso excepcional en la trayectoria bélica y bárbara de gobernantes como Bush. He revisado en estos días diversos documentos que en la década de los 60 escribieron durante la invasión a Vietnam autores que yo he admirado desde mis años de estudiante universitario. Me refiero a escritos de Bertrand Russell y de Jean Paul Sartre. También a un breve y escalofriante relato de Alejo Carpentier. La semejanza con nuestros días es innegable. En esta entrega ofrezco al lector un fragmento de un mensaje que durante la guerra de Vietnam envió al pueblo estadunidense el filósofo británico y premio Nóbel del año 1950 Bertrand Russell. Juzgue el lector la actualidad, casi 40 años después, que este mensaje sigue teniendo para nuestros días:

"Cuando nos percatamos de que las fantásticas sumas de dinero que se gastan en armamentos se transfieren por contratos industriales en cuyos consejos de administración figuran los mismos generales que piden las armas, podemos comprobar que los militares y la gran industria han formado una alianza de juntas directivas entrelazadas en provecho propio.

"La verdad es que la resistencia del pueblo vietnamita es la misma resistencia de los revolucionarios estadunidenses contra los ingleses que controlaban la vida económica y política de Estados Unidos en el siglo XVIII. La resistencia vietnamita es la misma resistencia del maquisard francés, de los partisanos yugoslavos y de los guerrilleros de Noruega y Dinamarca contra la ocupación nazi. Por eso un pequeño pueblo agrícola puede mantener a raya a un enorme ejército de la nación industrial más poderosa de la tierra.

"Os encarezco a que estudiéis de cerca lo que el gobierno de Estados Unidos está haciendo al pueblo vietnamita. ¿Podeís justificar, en vuestro fuero interno, el empleo de productos químicos y gases tóxicos, el bombardeo a saturación de todo el país con bombas incendiarias y de fósforo? Por mucho que la prensa norteamericana mienta sobre este punto, las pruebas documentales respecto a la naturaleza de estos gases y productos químicos son abrumadoras. Son venenosos y mortíferos. El napalm y el fósforo queman a la víctima hasta que queda reducida a una masa de burbujas. Estados Unidos también ha empleado armas como la llamada Lazy dog, que es una bomba que contiene 10 mil fragmentos de acero cortante como hojas de afeitar. Estas cuchillas cortan en tiras a los campesinos, contra quienes constantemente se emplea esta arma maligna. En una provincia de Vietnam del Norte, la de mayor densidad de población, han caído 100 millones de cuchillas de acero en un periodo de tres meses.

"El frente de la batalla por la libertad está en Washington, en la lucha contra los criminales de guerra -Johnson, Rusk y McNamara-, que han degradado a Estados Unidos y a su pueblo. Es más, han robado el país a su pueblo y han hecho que el nombre de una gran nación sea repugnante para los pueblos de todo el mundo. Esta es la cruda verdad que afecta creciente e irrevocablemente a las vidas cotidianas de los estadunidenses. No cabe ver la cosa de otro modo. De nada sirve pretender que no se cometen crímenes de guerra, que no existen gases y las armas químicas, que no se han empleado la tortura y el napalm, que soldados de Estados Unidos y bombas estadunidenses no han masacrado a los vietnamitas.

"La única solución a la crisis estadunidense es que su pueblo se emancipe de esos bárbaros que hablan en su nombre y que han profanado así a un gran pueblo."

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