Carlos Montemayor
Memoria de la barbarie
Desde las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki,
los gobiernos de Estados Unidos han venido utilizando las guerras como
laboratorios experimentales de armas de destrucción masiva. Así
ocurrió en Corea, Vietnam, Granada, Panamá, la guerra del
Golfo, Yugoslavia y ahora la invasión a Irak. En cada uno de estos
casos han probado equipos diversos de aviones, helicópteros, visores
nocturnos, detectores de calor, uniformes, armas convencionales y armas
de destrucción masiva nucleares, químicas y biológicas.
Hoy mismo una gran parte de equipo bélico está siendo sometido
a pruebas experimentales en Irak. También, la guerra está
sometida ahora a un particular control informativo que depende, totalmente,
del propio Pentágono.
Pero ¿quién ha autorizado al gobierno de
George W. Bush y a los anteriores gobiernos estadunidenses a utilizar a
la humanidad como conejillo de indias para perfeccionar sus armas? Bush
y su equipo de colaboradores parten de una grave confusión: creer
que hoy la fuerza militar es equivalente de la legalidad, o que el mayor
poder militar significa tener la razón, o que no someterse a ninguna
ley es hacer justicia.
Los gobiernos de Estados Unidos y de Inglaterra han invocado
en los últimos días el convenio de Ginebra sobre crímenes
de guerra. El general Myers afirmó que "el problema más grave
que enfrentan ahora las fuerzas estadunidenses es que los soldados iraquíes
están aplicando una guerra de guerrillas... Algunas de nuestras
bajas más grandes son resultado de los iraquíes, que cometen
violaciones a la ley del conflicto armado en la Convención de Ginebra
al vestirse como civiles, invitándonos a situaciones en las que
se rinden para después abrir fuego contra nuestras tropas". Donald
Rumsfeld adelantó que los militares iraquíes que se disfrazan
de civiles son "en esencia terroristas". El presidente Bush, por su parte,
ha sostenido que los iraquíes que resisten la invasión "no
respetan ninguna regla". Son paradójicas tales declaraciones cuando
la invasión que llevan a cabo en Irak va en contra de la legislación
internacional de guerra y ha dejado de lado al Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas y ha fraccionado gravemente a la ONU, la Organización
del Tratado del Atlántico Norte y a la Comunidad Europea.
En
consonancia con esto, el gobierno de Estados Unidos se ha opuesto a muchos
convenios internacionales que favorecen la paz y la conservación
ecológica. En marzo de 2001, por ejemplo, Bush declaró letra
muerta el Protocolo de Kyoto. En julio de ese mismo año el gobierno
de Bush no reconoció el convenio sobre las armas biológicas
y químicas suscrito por 144 países desde 1972. En septiembre
de ese mismo año la administración Bush boicoteó la
Conferencia de Naciones Unidas sobre el racismo en Durhan, Sudáfrica.
Semanas después el gobierno estadunidense también se opuso
a un acuerdo de las Naciones Unidas para frenar el tráfico ilegal
de armas ligeras. Por si esto fuera poco, el gobierno estadunidense no
ha querido ratificar la Convención Internacional contra la Tortura
y se ha negado a suscribir el tratado que crea el Tribunal Penal Internacional.
Para eliminar cualquier duda sobre su resistencia al Tribunal Penal Internacional,
ha firmado acuerdos bilaterales para impedir que sean denunciados y consignados
ante ese tribunal cualquier soldado o civil estadunidense, es decir, quiere
seguir defendiendo la impunidad de las armas que guerra tras guerra perfecciona.
En estas condiciones resultan ilógicas las acusaciones
a Irak por la violación al Convenio de Ginebra que el gobierno de
Bush no respetó durante la invasión a Afganistán.
Es evidente que hay un solo modus operandi en todos los gobiernos
estadunidenses que conducen la guerra contra otros pueblos. Vietnam fue
un caso excepcional en la trayectoria bélica y bárbara de
gobernantes como Bush. He revisado en estos días diversos documentos
que en la década de los 60 escribieron durante la invasión
a Vietnam autores que yo he admirado desde mis años de estudiante
universitario. Me refiero a escritos de Bertrand Russell y de Jean Paul
Sartre. También a un breve y escalofriante relato de Alejo Carpentier.
La semejanza con nuestros días es innegable. En esta entrega ofrezco
al lector un fragmento de un mensaje que durante la guerra de Vietnam envió
al pueblo estadunidense el filósofo británico y premio Nóbel
del año 1950 Bertrand Russell. Juzgue el lector la actualidad, casi
40 años después, que este mensaje sigue teniendo para nuestros
días:
"Cuando nos percatamos de que las fantásticas sumas
de dinero que se gastan en armamentos se transfieren por contratos industriales
en cuyos consejos de administración figuran los mismos generales
que piden las armas, podemos comprobar que los militares y la gran industria
han formado una alianza de juntas directivas entrelazadas en provecho propio.
"La verdad es que la resistencia del pueblo vietnamita
es la misma resistencia de los revolucionarios estadunidenses contra los
ingleses que controlaban la vida económica y política de
Estados Unidos en el siglo XVIII. La resistencia vietnamita es la misma
resistencia del maquisard francés, de los partisanos yugoslavos
y de los guerrilleros de Noruega y Dinamarca contra la ocupación
nazi. Por eso un pequeño pueblo agrícola puede mantener a
raya a un enorme ejército de la nación industrial más
poderosa de la tierra.
"Os encarezco a que estudiéis de cerca lo que el
gobierno de Estados Unidos está haciendo al pueblo vietnamita. ¿Podeís
justificar, en vuestro fuero interno, el empleo de productos químicos
y gases tóxicos, el bombardeo a saturación de todo el país
con bombas incendiarias y de fósforo? Por mucho que la prensa norteamericana
mienta sobre este punto, las pruebas documentales respecto a la naturaleza
de estos gases y productos químicos son abrumadoras. Son venenosos
y mortíferos. El napalm y el fósforo queman a la víctima
hasta que queda reducida a una masa de burbujas. Estados Unidos también
ha empleado armas como la llamada Lazy dog, que es una bomba que
contiene 10 mil fragmentos de acero cortante como hojas de afeitar. Estas
cuchillas cortan en tiras a los campesinos, contra quienes constantemente
se emplea esta arma maligna. En una provincia de Vietnam del Norte, la
de mayor densidad de población, han caído 100 millones de
cuchillas de acero en un periodo de tres meses.
"El frente de la batalla por la libertad está en
Washington, en la lucha contra los criminales de guerra -Johnson, Rusk
y McNamara-, que han degradado a Estados Unidos y a su pueblo. Es más,
han robado el país a su pueblo y han hecho que el nombre de una
gran nación sea repugnante para los pueblos de todo el mundo. Esta
es la cruda verdad que afecta creciente e irrevocablemente a las vidas
cotidianas de los estadunidenses. No cabe ver la cosa de otro modo. De
nada sirve pretender que no se cometen crímenes de guerra, que no
existen gases y las armas químicas, que no se han empleado la tortura
y el napalm, que soldados de Estados Unidos y bombas estadunidenses no
han masacrado a los vietnamitas.
"La única solución a la crisis estadunidense
es que su pueblo se emancipe de esos bárbaros que hablan en su nombre
y que han profanado así a un gran pueblo."