Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 25 de marzo de 2003
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Editorial
 
¿DESIERTO O PANTANO?

sol-2Conforme avanzan los días tristes y exasperantes de la guerra emprendida por George W. Bush y Tony Blair contra Irak, empieza a desdibujarse una campaña que fue anunciada por sus protagonistas como una incursión vertiginosa, aplastante y demoledora de la mayor maquinaria bélica del planeta contra un país postrado por dos guerras devastadoras, por una década de draconiano embargo económico mundial y por la tiranía y la corrupción de sus propias autoridades nacionales.

Como señaló ayer el periodista irlandés Robert Fisk en sus crónicas redactadas en el epicentro de la guerra y reproducidas cotidianamente en estas páginas, el mando estadunidense ha anunciado en falso la toma de Um Quasr, Basora y Nasiriya, pero en el sexto día de la guerra siguen llegando datos sobre bajas invasoras en esas localidades; los mensajes de optimismo de los gobernantes estadunidenses e ingleses se contrapuntean con frecuentes advertencias sobre una confrontación "intensa", "difícil" o "prolongada" y, de acuerdo con la información disponible, en tierras iraquíes pareciera estarse configurando el peor escenario posible para los agresores, para Irak mismo y para el mundo en general: una guerra lenta, encarnizada y mortífera.

Hasta ahora, además de la inesperada resistencia encontrada por los soldados invasores -que debe ser contrastada con las previsiones de Washington de que las fuerzas de Irak podrían rendirse sin disparar un tiro ante los primeros efectivos extranjeros que tuvieran a la vista-, hay dos factores políticos fundamentales que dificultan el avance angloestadunidense sobre Bagdad: la manifiesta ilegalidad de la incursión armada, subrayada por diversos gobiernos, organismos y movimientos del mundo entero, así como la clamorosa y permanente protesta planetaria por la agresión injusta y criminal de la que están siendo víctimas los iraquíes.

Ambos factores se entremezclan y se potencian mutuamente para reducir en forma drástica los márgenes de maniobra de los ejércitos extranjeros en la nación árabe, que se suponían preparados para una guerra relámpago en el desierto y que ahora parecen, en cambio, adentrarse en un pantano imprevisible y sumamente peligroso para los intereses políticos, económicos y diplomáticos de sus jefes máximos. En suma, las fuerzas de Washington y Londres parecen repetir en Irak tropiezos similares a los que sufrieron sus gobiernos cuando pretendieron uncir a la ONU a su programa de agresión militar: lo que originalmente parecía ser una sencilla maniobra de cooptación de voluntades y soberanías en el Consejo de Seguridad se convirtió a la postre en una significativa derrota diplomática. No hay que olvidar que la incursión armada subsiguiente tuvo ese fracaso monumental como punto de partida.

Podría parecer un tanto extraño, cuando la captura de Bagdad se vuelve un tanto incierta, cuando las bajas de las fuerzas estadunidenses e inglesas se multiplican en forma inquietante para sus gobiernos, que Washington no se decida a emplear a fondo el abrumador poder de destrucción del que dispone y se vea obligado a emplear sus tropas en escaramuzas sangrientas y un tanto aisladas. Pero el arrasamiento puro y simple de las ciudades iraquíes por medios aéreos, siendo técnicamente posible, implicaría obligadamente, a pesar de las cacareadas armas inteligentes y del supuesto carácter "quirúrgico" de la campaña, un genocidio de enormes proporciones, al que George W. Bush no puede darse el lujo de recurrir en las condiciones actuales, no por principios humanistas o morales de los que carece, sino porque semejante acción multiplicaría el actual repudio de gobiernos y sociedades -incluido un importante sector de la estadunidense- en contra de la Casa Blanca y sus operadores, consumaría la fractura entre Washington y sus aliados históricos -empezando por Francia y Alemania-, costaría el empleo a Tony Blair e incluso podría colocarlo, junto con su jefe texano, en situación jurídica de ser procesado por crímenes de guerra.

Sin embargo, los predicamentos de los soldados estadunidenses e ingleses en Irak no necesariamente abren buenas perspectivas. Por el contrario, si persisten o se incrementan las dificultades de los efec-tivos angloestadunidenses para avanzar hacia Bagdad, y si una vez llegados a las afueras de la capital iraquí se topan con una resistencia considerable, la desesperación de Bush podría conducirlo al arrasamiento de las principales ciudades iraquíes con todo y sus habitantes. Ante esa perspectiva infernal, pero posible, es necesario que las sociedades y los estados intensifiquen las expresiones de repudio contra Bush y Blair hasta obligarlos a sacar a sus soldados de Irak e impedir de esa forma la muerte de decenas o centenares de miles de iraquíes y también la de miles o decenas de miles de soldados invasores.
 

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