LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Los lunes al sol
La desgracia compartida es un bálsamo reparador para el espíritu
EN TONO CASI documental, recuperando imágenes de archivo, Los lunes al sol, tercer largometraje de ficción del español Fernando León de Aranoa (Familia, 97; Barrio, 98), evoca en sus primeras imágenes las movilizaciones en los astilleros del puerto de Gijón (Asturias) en 1991 en protesta por la reconversión industrial, primera causa de la crisis de desempleo en la región. Aranoa decide situar en una ciudad industrial del norte de España, en Vigo (Galicia), específicamente, su relato tragicómico sobre media docena de amigos, todos ellos víctimas de despidos, que se reúnen cada día en el bar propiedad de uno de ellos, para lamentarse de su suerte, intercambiar ocurrencias, y demostrar trabajosamente que la desgracia compartida es, para el espíritu, un bálsamo reparador.
LA PROPUESTA es sencilla, sin pretensiones de ir mucho muy lejos en el terreno de la denuncia social. Los lunes al sol es una comedia sentimental, un desahogo viril a seis voces, sobre la frustración de no poder lograr, a los 40 o 50 años, una reinserción laboral en un sector industrial amenazado. Un drama de los "parados" (desempleados, en España), que consiguen mantenerse dignamente "de pie" frente a las adversidades, haciendo acopio de buen ánimo al lado del resto de sus desventurados camaradas. Aranoa elabora una galería pintoresca de pícaros cuarentones, algunos ya bien entrados en la cincuentena, con un rebelde impenitente a la cabeza, Santa (Javier Bardem), condenado a pagar 8 mil pesetas por un poste de luz pública que ha dañado, y que pagada la multa vuelve a dañar. A la muerte de un compañero (Ƒaccidente o suicidio por desesperación?) sucede el rito sentimental colectivo de llevar sus cenizas al mar, después de haberlas rociado en el bar con su cerveza favorita -secuencias que provienen directamente de la cinta inglesa Las últimas órdenes (Last orders, 2001), de Fred Schepisi, donde un grupo de sexagenarios (Bob Hoskins, Tom Courtenay, Michael Caine y David Hemmings) rivalizan en buen humor, resignación y ocurrencias, con estos desempleados españoles, cuya gratificación existencial suprema es tenderse al sol cada lunes por la mañana y exorcizar así su condición social y su mala suerte.
LOS LUNES al sol tiene, como punto de partida, una propuesta interesante, de actualidad innegable, pero su continuo recurso al lugar común y al sentimentalismo aminora en mucho su impacto. Describe Aranoa el distanciamiento de las parejas por efecto de la crisis, el hartazgo de una esposa por la súbita inutilidad del marido vuelto ya un histérico con vocación de fracasado, el deterioro de un hombre maduro, a quien su mujer ha abandonado, etcétera, pero en casi cada situación hay una propuesta de reconciliación universal, como si en la gran parábola de amor a la que nos convida el filme, ninguna adversidad social pudiera derribar la dignidad humana. Una de las mejores presencias en la cinta es la de Ana (Nieve de Medina), empleada en una procesadora de pescado, esposa del más neurótico de los desempleados; ella manifiesta su soledad y hastío de modo sobrio y controlado, incluso en el giro convencional que al final le impone la trama. La opción del director de imprimirle a su cinta una comicidad insistente --una suerte de Full Monty gallego, en búsqueda siempre de ocurrencias verbales--, disminuye o neutraliza la intensidad emocional de la película, mejor lograda en sus escenas domésticas. El equilibrio era sin duda difícil de obtener, pero una celebración continua de las fanfarronerías de Santa/Javier Bardem, con insuficiente contrapeso dramático, sólo puede derivar en reiteración y complacencia. Los lunes al sol, la película competidora de Hable con ella, para los Goyas y el Oscar, elige las vías para gustar a todos los públicos, sin calar profundo en el sugerente tema que ha elegido. Así se generan las fórmulas exitosas en el cine.