Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 23 de marzo de 2003
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Cultura
REPORTAJE/UN CIUDADANO UNIVERSAL

Conjugó la visión científica con una mirada estética del mundo

México debe a Humboldt el optimismo del siglo XIX

El leitmotiv de Alejandro de Humboldt consistió en ''investigar cómo se entretejen todas las fuerzas naturales'', pues durante su estadía en la Nueva España, hace dos centurias, se dedicó a indagar, preguntar y hablar con todo mundo

MONICA MATEOS-VEGA /I

Hace 200 años llegó a México un hombre enamorado de la ciencia, quien, con ojo de artista, diseccionó no sólo la naturaleza física de la Nueva España sino el espíritu de una sociedad que se preparaba para ser libre.

El 23 de marzo de 1803 el científico alemán Alejandro de Humboldt (1769-1859) desembarcó en el puerto de Acapulco. Venía de visitar Venezuela, Cuba, Colombia, Perú y Ecuador. Se trataba de la fase final de su recorrido por América, que había iniciado en 1799, cuando se embarcó en el puerto de La Coruña, España, con la intención de coleccionar plantas y animales, estudiar la temperatura, la elasticidad, la composición magnética y eléctrica de la atmósfera, las longitudes y paralelos geográficos.

''Pero en realidad -escribió entonces- mi verdadera y única finalidad es investigar cómo se entretejen todas las fuerzas naturales". Más aún, opina el historiador Elías Trabulse, ''Humboldt fue un personaje que logró conjugar la visión científica con una mirada estética del mundo",

Recorrido por América

Acompañado por el botánico Aimé Bonpland, el barón De Humboldt realizó un recorrido por el continente americano que tuvo ''rasgos evidentes de aventura", explica Jaime Labastida en el libro Humboldt, ciudadano universal (Siglo XXI, 1999), pues ''recoge la momia de un hombre en el Orinoco, diseca una serpiente de cascabel en Cumaná; examina gimnotos eléctricos del lago de Calabozo, levanta el perfil de la Silla de Caracas, habla con todo mundo (aristócratas y gente del pueblo), baja a las minas de los Andes y Nueva España, pregunta, indaga; le interesa el arte, la cartografía, la economía y las defensas militares; la arqueología y las lenguas aborígenes.

''Es un revolvedor de archivos, mide, compara; su espíritu insaciable no se sacia con la información recibida, sino que la confronta con la que encuentra en los archivos; pide la estadística de producción de minerales y lee, en América y en Europa, todos los libros de historia americana que puede: Sahagún, los códices mesoamericanos; Cieza de León, Bougainville; Colón lo mismo que Clavijero."

Especialista en criptógamas

Federico Guillermo Enrique Alejandro de Humboldt nació el 14 de septiembre de 1769 en Berlín. Su padre era mayor del ejército y ayudante del duque de Brunswick.

A los 16 años, él y su hermano Guillermo -quien se convertiría en reconocido lingüista- tomaron clases de física y filosofía con Marcos Hertz, quien los inició en los estudios relacionados con la electricidad. Los hermanos Humboldt instalaron en su residencia campestre de Tegel, en 1785, el segundo pararrayos elevado de toda Alemania. También por esa época, Alejandro aprendió hebreo e ingresó al círculo cultural del intelectual judío Moses Mendelssohn, abuelo del compositor.

Un año después estudió dibujo y grabado con el director de la Academia de las Artes de Berlín, Daniel Chodowiecki. En 1787 ingresó a la Universidad de Frankfurt para estudiar ciencias administrativas económico-políticas. Combinó estos estudios con la botánica y se especializó en criptógamas. Al finalizar esa década, Alejandro había tomado cursos de matemáticas, física, griego, latín, historia, arqueología, arte y mitología clásica.

Exploración del mundo

En 1790 recorrió Holanda, Inglaterra y Francia; en su diario hizo anotaciones sobre mineralogía, botánica, agricultura, historia y sociología. Por insistencia de su madre ingresó a la Escuela Superior de Comercio de Hamburgo para estudiar métodos financieros y economía política, sin dejar sus excursiones botánicas por los alrededores de Berlín.

En 1793 se publicó su primer trabajo científico importante, Flora subterránea de Freiberg, en el que describe 250 especies de criptógamas. Un año antes había terminado sus estudios de mineralogía y fundado una escuela práctica de minería en la aldea de Steben, así como una caja de pensiones para obreros.

La muerte de su madre, en 1796, lo hizo abandonar su carrera de funcionario; continuó escribiendo e inició sus estudios de astronomía. En 1798 conoció a Bonpland, con quien se asoció y emprendió un sueño: realizar diversos viajes de exploración por todo el mundo.

En 1799, de visita en Madrid, sostuvieron una audiencia con el rey Carlos IV, quien les pidió un proyecto en el que describieran su interés científico por visitar la Nueva España y poder otorgarles permiso para visitar ese reino.

El ministro de Estado, Mariano Luis de Urquijo, les concedió un pasaporte ''excepcionalmente generoso, que les permite a Humboldt y a Bonpland ir por donde quieran e investigar lo que se les antoje" en el nuevo mundo, detalla la Cronología humboldtiana, realizada por Jaime Labastida.

En la noche del 4 al 5 de julio de 1799, describe ese libro, los científicos, a bordo de la corbeta Pizarro, observaron, por primera vez, la Cruz del Sur. Se encontraban frente a costas americanas. Humboldt, conmovido, recitó versos de Dante Alighieri.

En búsqueda del paraíso

Humboldt dejó de mala gana las regiones del sur de América para proseguir su viaje rumbo a la Nueva España. Había pasado cuatro años recorriendo aquellas tierras y, lleno de melancolía, anotó en su diario el 27 de febrero de 1803: ''¿Cuándo veremos nuevamente el hemisferio sur? Mis constelaciones sureñas se hunden a cada paso. Parece que empobrezco día con día".

El científico tenía 33 años y no imaginaba que le aguardaba ''su paraíso". A bordo de la fragata Orué llegó a la Nueva España, donde ''Humboldt vivió una especie de 'flechazo amoroso'. Años después, ya en Alemania, él quería venirse a vivir a México para crear una academia de ciencias. Cuando José Fernando Ramírez lo visitó en Berlín, lo primero que Humboldt le preguntó fue: '¿qué han hecho de mi paraíso?'", señala Trabulse.

El barón vivió en el virreinato novohispano entre el 23 de marzo de 1803 y el 7 de marzo de 1804. Recorrió Acapulco, los montes cercanos a la ciudad de México, como los cerros del Tepeyac, de Chapultepec y el Peñón de los Baños; la serranía del Ajusco, el pueblo de San Agustín de las Cuevas (Tlalpan), las minas de Pachuca y Real del Monte; Guanajuato, Valladolid (Morelia); ascendió a los volcanes el Jorullo, el Nevado, paseó por Toluca; calculó las alturas del Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, el Cofre de Perote, y se entusiasmó con las flores y las plantas veracruzanas.

Durante estos viajes, ''Humboldt se dio cuenta del nivel alcanzado por la Nueva España, no sólo en cuanto a la explotación de sus riquezas naturales, sino también en cuanto a instituciones científicas y académicas, señalando que entonces no había nada comparable en toda América", apunta Labastida. Agrega que al científico alemán le llamaron la atención tres grandes instituciones académicas: ''Las creadas por la dinastía borbónica: la Real Academia de Artes de San Carlos, el Real Jardín Botánico y el Real Seminario de Minería, eso es lo que le pareció interesante y no la Real y Pontificia Universidad, que le parecía atrasada al igual que Prusia, su país, frente a Inglaterra, Francia u Holanda. Humboldt no tenía un nacionalismo estrecho ni la concepción europeista o eurocéntrica. Fue un ciudadano universal".

Labastida explica que aunque Humboldt escribió, que la ciudad de México en el siglo XIX tenía características de una urbe moderna, tan hermosa como Berlín, Londres o París, ''no encuentro en su obra ninguna expresión de que México es la ciudad de los palacios", en referencia al adjetivo del que se le considera autor.

Radiografía de la Nueva España

Cuando Humboldt llegó a la ciudad de México, se alojó en una casa colonial que aún se conserva en el número 80 de la calle Uruguay, en el Centro Histórico.

El científico ''hizo la primera síntesis global sobre el estado del país a fines del siglo XVIII y principios del XIX. Es un trabajo impresionante por la cantidad de datos e información que aporta. Realizó una radiografía completa que no se tenía en la Nueva España", advierte Trabulse.

''Fue una especie de recapitulación previa al movimiento de Independencia, como decir a las personas: 'ustedes tienen esto, esto es lo que son, lo que han sido, lo que tienen y lo que no tienen. Para el optimismo nacionalista que impulsó la Independencia la obra de Humboldt fue un gran estímulo; inclusive escribió algunos capítulos sobre lo que sería el país después de su emancipación.

''Porque previó ese momento, sabía que tarde o temprano iba a suceder, pues ya se había dado una lucha de independencia en Estados Unidos y era la tendencia continental: tarde o temprano el Imperio español se desmembraría y se crearían naciones independientes y autónomas.

''Todo el optimismo sobre el México del siglo XIX se lo debemos a Humboldt; él dijo entonces 'miren la maravilla de país que tienen, es un paraíso. Y los mexicanos del siglo XIX sintieron que vivían en el mejor de los mundos posibles, porque Humboldt les dijo que en ninguna otra parte del mundo había un lugar así. Claro, el optimismo fue excesivo y en algún momento se dieron cuenta de que tenían limitaciones. Pero el impulso inicial lo dio él, esa conciencia de tener un gran país se lo debemos a él."

Eduardo Matos Moctezuma hace el recuento de la aportación de Humboldt a la arqueología mexicana en el prólogo del libro de Labastida: el investigador alemán, seducido por las culturas precolombinas, escribió sobre ellas. Por ejemplo, describe una escultura azteca que representa a una deidad del maíz, así como diversas urbes prehispánicas o edificios relevantes de Cholula, Teotihuacán, Xochicalco, Mitla y Palenque. Escribe sobre las pirámides del Sol y la Luna; y de Xochicalco se refiere a la zona ''como monumento militar, además de agregar el dato de la existencia de un mapa geográfico anterior a la llegada de lo españoles en el pueblo próximo de Tetlama".

Es conocida la anécdota de que Humboldt pagó para desenterrar la piedra tallada de la diosa Coatlicue, escondida por los gobernantes virreinales para que no fuera adorada por los indios. Pero Humboldt, con recursos propios, mandó colocarla en la Real y Pontificia Universidad para que todos pudieran contemplarla.

Con el trabajo minucioso que realizó sobre el Calendario Azteca, acerca de la medición del tiempo de los nahuas y sus análisis de los códices ''hizo una aportación decisiva a la investigación de la antropología mesoamericana; creó lo que se dio en llamar en el siglo XIX la americanística, y tras sus huellas vinieron grandes investigadores alemanes", dijo Labastida a La Jornada.

En 1804, embarcado en la fragata La O, Humboldt y su comitiva partieron hacia Europa, pero antes hizo escala en Cuba y en Estados Unidos, donde se entrevistó con el presidente Thomas Jefferson, a quien proporcionó información concerniente a la frontera de Louisiana y la Nueva España, entre otros datos.

Algunos historiadores modernos critican ese encuentro, alegando que el barón proporcionó ''información estratégica" al gobierno estadunidense. Al respecto, Labastida es tajante: ''No comparto la idea de que Humboldt fue un espía, que puso en las manos de Jefferson los mapas que 40 años más tarde servirían para que nuestro país fuera invadido.

''Lo que Humboldt entregó a Jefferson lo había entregado, de manera previa, a las autoridades novohispanas y, luego fue lo que publicó en sus libros, a lo largo de 30 años de trabajo. Me resulta muy desagradable encontrar críticas al respecto, porque olvidan cuál es la actitud de un investigador científico moderno: poner al alcance de todo mundo sus hallazgos, mientras que la actitud de la Corona española y la de las autoridades virreinales era mantener todo en secreto. En esa época se hacían muy buenas investigaciones, pero hay algunas que, después de 200 años, no han sido publicadas. En cambio, Humboldt publicaba y pagaba de su dinero las ediciones."

Contra la esclavitud

De regreso a casa, Humboldt emprendió el esbozo de una obra de cuatro volúmenes, en seis idiomas, sobre su viaje americano, que calculó tuvo un costo cercano a 35 mil 500 táleros, más de la tercera parte de su herencia.

En 1807 aparece la primera parte de Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent, conformado por 30 volúmenes que se publicaron en París durante los siguientes 30 años.

Al concluir la escritura y difusión de Voyage..., en 1843, comienza a redactar su obra cumbre, Cosmos, en la cual ''plantea que la naturaleza provoca sensaciones estéticas, visiones artísticas, una comprensión sensible de la realidad que la ciencia directamente no nos da, y que cuando se posee esta visión estética unida al conocimiento de la ciencia pura, exacta y precisa, tenemos una visión totalizadora importante, muy interesante y compleja", explica Trabulse a La Jornada.

Dos años antes de su muerte, se promulgó una ley, inspirada por Humboldt, en la que se ordenaba que cualquier esclavo que pisara territorio prusiano por ese solo hecho quedaba libre.

El 6 de mayo de 1859, a las 14:30 horas, murió Humboldt. Se declaró duelo nacional en Prusia y su cadáver fue sepultado en Tegel, junto a su hermano Guillermo y su cuñada. En ese año se publicó El origen de las especies, de Charles Darwin, uno de los científicos que de entonces a la fecha han encontrado en el amor de Humboldt al conocimiento un ejemplo a seguir.

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