Immanuel Wallerstein*
Bush apuesta su resto
Estados Unidos está en graves problemas. El presidente
del país se ha embarcado en un juego sumamente riesgoso y lo ha
hecho desde una posición esencialmente débil. Hace más
o menos un año decidió que Estados Unidos haría la
guerra contra Irak. Con ello pretendía demostrar la abrumadora superioridad
militar de su nación y lograr dos objetivos primarios: 1) intimidar
a todos los potenciales impulsores de la proliferación de armas
nucleares para que abandonaran sus proyectos, y 2) aplastar toda pretensión
europea de desempeñar un papel político autónomo en
el sistema mundo.
Hasta ahora George W. Bush ha tenido un excelso fracaso.
Corea del Norte e Irán (y quizá otros aún inadvertidos)
han acelerado sus proyectos de expansión nuclear. Francia y Alemania
han mostrado lo que significa ser autónomo. Y Washington no logró
que ninguno de los países del Tercer Mundo en el Consejo de Seguridad
de la ONU respaldara una segunda resolución sobre Irak.
Así pues, como un jugador empedernido, Bush tendrá
que echar el resto. Emprenderá una guerra en un tiempo muy corto
y apostará a que puede lograr una victoria rápida y aplastante.
La apuesta es muy simple: cree que si Estados Unidos logra semejante resultado
militar, las potencias nucleares en ciernes y los europeos se arrepentirán
de sus extravíos y aceptarán en lo futuro los dictados de
Washington.
Hay dos posibles desenlaces militares: el que Bush desea
(y espera), y uno diferente. ¿Qué probabilidad existe de
que Bush logre la rápida capitulación de los ira-quíes?
El Pentágono dice que cuenta con el armamento necesario y que vencerá
con rapidez. Una larga lista de generales en retiro, tanto estadunidenses
como británicos, han expresado escepticismo. Mi suposición
(y para mí no es más que eso) es que el desenlace de victoria
rápida y total no es muy probable. Me parece que al combinarse la
determinación desesperada del liderazgo iraquí con una exaltación
del nacionalismo iraquí y con la anunciada negativa de los kurdos
de combatir a Saddam Hussein (no porque no lo odien sino porque tienen
profunda desconfianza de las intenciones estadunidenses hacia ellos) resultará
extremadamente difícil para Estados Unidos llegar al fin de la guerra
en cuestión de semanas. Probablemente llevará meses y, una
vez que pasen muchos meses, ¿quién puede predecir hacia dónde
soplarán los vientos, en primer lugar en la opinión pública
británica y estadunidense?
Supongamos,
sin embargo, que Estados Unidos gana con rapidez. Yo diría que si
eso ocurre Bush apenas saldría tablas, sin ganar ni perder. ¿Por
qué digo eso? Porque una victoria dejaría la situación
geopolítica más o menos como se encuentra hoy. En primer
lugar está la cuestión de lo que ocurrirá en Irak
el día posterior a la victoria. Lo menos que podemos decir es que
nadie sabe, y no es seguro que el mismo Washington tenga una visión
clara de lo que desea. Lo que sabemos es que están en juego múltiples
intereses, muy diversos y totalmente incoordinados. Es un escenario que
presagia anárquica confusión. Para que Estados Unidos desempeñe
un papel importante en las decisiones de posguerra se requerirá
una prolongada intervención militar y un montón de dinero
(un auténtico montón). Cualquiera que eche un ojo a la situación
económica y a la política interna de Estados Unidos sabrá
que para el gobierno de Bush será una ardua tarea dejar tropas allá
por mucho tiempo y aún más difícil obtener el dinero
que necesitará para llevar adelante el juego político.
Asimismo, todos los demás problemas que confrontan
al mundo quedarán intactos. En primer lugar, sería aún
menos probable que ahora lograr algún progreso hacia la creación
de un Estado palestino. El gobierno israelí tomaría una victoria
estadunidense como reivindicación de su línea dura, y simplemente
la endurecería aún más. En el mundo árabe crecería
la indignación, si tal cosa es posible. Irán sin duda no
cejaría en su determinación de contar con armamento nuclear
y probablemente, ya con Saddam Hussein quitado de en medio, empezaría
a abrigar pretensiones sobre la región. Corea del Norte intensificaría
sus provocaciones y Corea del Sur se sentiría cada vez más
incómoda con su aliado estadunidense y sus impulsos belicistas.
Y Francia probablemente comenzaría a pertrecharse con vistas a una
confrontación a largo plazo. Así que, como digo, una rápida
victoria estadunidense en Irak nos dejará con el mismo status
quo geopolítico, que no es lo que los halcones estadunidenses
desean.
Supongamos ahora que la victoria no es rápida.
¿Qué ocurriría entonces? En tal caso la operación
sería un desastre político para Washington. Se soltaría
el pandemonio y Estados Unidos tendría tan poca in-fluencia en su
desarrollo futuro como, di-gamos, Italia, es decir, prácticamente
ninguna. ¿Por qué digo esto? Pensemos en lo que ocurriría
en primer lugar en Irak mismo. La resistencia iraquí convertiría
a Saddam Hussein en héroe y él sabría sin duda explotar
ese sentimiento. Los iraníes y los turcos enviarían tropas
al norte kurdo y probablemente acabarían combatiendo entre sí.
Los kurdos podrían alinearse con los iraníes por un tiempo.
Si eso ocurriera, los grupos chiítas del sur de Irak tomarían
distancia de los esfuerzos militares estadunidenses; entonces los saudiárabes
podrían ofrecerse como mediadores y serían repudiados por
ambas partes.
En otras partes de la región, el grupo Hezbollah
probablemente atacaría a los israelíes, que en represalia
tratarían tal vez de ocupar el sur de Líbano. ¿Entrarían
los sirios en esa guerra para tratar de salvar a Hezbollah y, en términos
más generales, su papel en Líbano? Es muy posible, y si eso
ocurriera, ¿los israelíes bombardearían Damasco (tal
vez con armas nucleares)? ¿Y los egipcios se quedarían tan
campantes? Y sí, claro, por allí andaría también
ese fulano, Osama Bin Laden, haciendo lo que acostumbra.
¿Y Europa? Probablemente habría una revuelta
importante en el Partido Laborista británico, que podría
conducir a una escisión. Tony Blair podría retirarse con
sus seguidores para formar una coalición de emergencia con los tories.
Aún sería primer ministro, pero habría mayor presión
por unas nuevas elecciones, en las cuales el gobernante británico
podría sufrir una derrota aplastante. Y luego está ese asuntito
de la advertencia que Blair recibió de sus consejeros legales de
que, si los británicos van a Irak sin el respaldo explícito
de la ONU, podría ser llevado a juicio ante la Corte Penal Internacional.
Las perspectivas electorales de José María Aznar en España
se han vuelto similarmente dudosas, dada la extensa oposición en
su propio partido a la postura española sobre la guerra. Silvio
Berlusconi y los gobernantes de la Europa central y oriental comenzarían
a sentir frío en los pies.
Entre tanto, en América Latina tendríamos
que decir adiós al Area de Libre Co-mercio de las Américas.
En cambio, Lula presionaría por reactivar el Mercado Co-mún
del Sur como estructura monetaria y comercial, y quizá lograría
hasta atraer a Chile. Vicente Fox se vería en graves dificultades
en México. En el sureste de Asia, las dos mayores naciones musulmanas
(Indonesia y Malasia), que por ahora tienen gobiernos esencialmente amistosos
hacia Washington, podrían tratar de emular a Europa en crear una
zona de acción autónoma. El gobierno filipino se vería
sujeto a intensa presión para que expulse de su territorio a los
militares estadunidenses. Y es probable que China le diga a Japón
que reduzca sus lazos políticos con Washington si pretende seguir
teniendo un futuro económico en la región.
A principios de 2004, ¿dónde dejará
todo esto al régimen de Bush? Lo dejará enfrentando un movimiento
antibélico en rápida expansión dentro de Estados Unidos,
que podría transformar al Partido Demócrata en una verdadera
oposición a sus políticas globales. No es fácil, pero
sí posible. Si así ocurriera, quizá los demócratas
ganarían las elecciones.
Si todo esto ocurriera, Bush habría logrado en
verdad un cambio de régimen... en Gran Bretaña, España
y Estados Unidos. Y el mundo ya no verá a Washington como una superpotencia
militar invencible. En resumen, si gana se enfrentará a un status
quo político que ni de lejos será el que desearía.
Y si pierde, perderá en serio: yo no diría que las perspectivas
son muy halagüeñas. Los historiadores dirán que no había
necesidad de que Estados Unidos, después del 11 de septiembre de
2001, se colocara en esta situación imposible.
© Immanuel Wallerstein
Traducción: Jorge Anaya
* Director del Centro Fernand de la Universidad de Bringhamtom