LA AGONIZANTE Y PASIVA ONU
Es
cierto que el secretario general de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU), Kofi Annan, declaró que la agresión militar
estadunidense-británica contra Irak era ilegal y consideró
igualmente como un triunfo de la ONU el rechazo generalizado a la guerra,
que impidió a Estados Unidos y sus cómplices llegar incluso
a una votación en el Consejo de Seguridad porque en ella habrían
sido derrotados. Pero la ONU está viendo ahora con pasividad y resignación
un brutal ataque contra un país independiente en violación
total de su carta fundadora y de la legislación internacional, y
admite sin protestar un golpe de muerte al multilateralismo sobre el cual
se basa. También responde con el silencio de quien consiente a la
proclamación de la teoría de la guerra preventiva, según
la cual Estados Unidos podría actuar unilateralmente con todos los
medios a su alcance contra el país o el grupo que Washington creyese
que, ahora o en el futuro, podría constituir una amenaza a su nada
precisa seguridad nacional o sus aún menos definidos intereses.
El argumento básico para justificar que la ONU no haya condenado
el ataque contra uno de sus países miembros por otro, que para colmo
es fundador de la organización y pretende ser modelo de democracia,
es que ella aún espera el retorno al redil de la oveja que demostró
una vez más ser lobo. La ONU, hasta ahora, siempre ha cubierto las
reiteradas intervenciones unilaterales estadunidenses (Corea, 1950-53;
China en los mismos años, Guatemala, en 1954; Indonesia, en 1958;
Cuba, en 1959-60;Guatemala ,en 1960; Congo, en 1964; Perú, en 1965;
Laos, en 1964-73; Vietnam ,1961-73; Camboya, 1969-70; Guatemala, 1967-69;
Grenada, 1983; Libia,1986; El Salvador ,en 1980; Nicaragua en los mismos
años; Panamá, en 1989; Irak, 1991-1999; Sudán, 1998;
Afganistán, 1998; Yugoslavia ,1999; entre otras, como el Líbano
o Somalia) porque Estados Unidos es uno de los países ejes de la
organización (a pesar del retraso deliberado en el pago de sus cuotas
a la misma, lo que no le daría ni derecho a voto).
Pero ahora Naciones Unidas recibe un golpe mortal, que
la anula y la convierte en un muerto en vida, y ni eso merece una condena
a quien cierra brutalmente un ciclo de 50 años de intentos de instauración
de un orden legal mundial y coloca al mundo bajo el imperio de la ley de
la selva y la amenaza de la guerra permanente por decisión de un
puñado de empresarios especializados en la rapiña y en la
guerra. Es más, la ONU repite la impotencia de su predecesora, la
Sociedad de las Naciones que, al sucumbir ante la prepotencia nazifascista
y no impedir la ocupación de China, Albania, Etiopía y la
intervención en España, preparó el rearme acelerado
y la guerra, apenas un lustro después, entre dos grupos de potencias.
Este silencio y esta pasividad de la ONU son un nuevo agravio a los agredidos
(todos los pueblos dependientes) y un premio al agresor colonialista y
son, por consiguiente, otro atentado más contra la legalidad internacional.
Para colmo, la ONU sugiere, para justificar su existencia, que podría
participar en la reconstrucción de Irak. O sea, pagar la factura
de la aventura colonialista e imperialista de Estados Unidos y su jauría
en Irak y en todo el Medio Oriente. Sólo la firmeza, en cambio,
podría ayudar a los que en Estados Unidos se oponen a la guerra
y defienden la democracia, y parar a quienes quieren rehacer el mundo en
un baño de sangre para imponer la pax americana, la de los cementerios
y el terror. Porque no basta decir NO a la guerra: hay que condenar claramente
a quienes la hacen sin consultar a su propio pueblo, contra la voluntad
de todos los pueblos del mundo, contra la legalidad internacional y pasando
por sobre la propia ONU. Si no se tienen fuerzas militares para parar la
agresión, al menos, para preservar los elementos fundamentales de
la civilización, hay que poner en juego la fuerza moral, la del
derecho, y el rechazo al racismo, el fundamentalismo, el colonialismo,
todos ellos presentes en la agresión estadunidense a Irak con el
pretexto de sacar del poder en ese país a un hombre funesto que
fue el instrumento de Washington durante decenios.
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