Marcos Roitman Rosenmann
Demasiado previsible
Las propuestas para el control del mundo diseñadas
por los sucesivos gobiernos de Estados Unidos siempre se han visto acompañadas
de un sinnúmero de justificaciones, pero todas aluden al sentido
ecuménico de su participación. Bajo este manto, sus intereses
geopolíticos son recubiertos de una capa impermeabilizante, permitiendo
capear temporales y ciclones. Asimismo, sus actuaciones unilaterales se
adornan de un discurso en el que sobresalen las palabras paz, compromiso,
libertad, democracia, estabilidad o equilibrio mundial. Nunca han sido
egoístas ni eludido su compromiso internacional. Les haya ido bien
o mal es su altruismo el valor que mide y juzga sus actos.
La convicción del ciudadano medio estadunidense
de que ésta es la causa de sus parabienes y sus males es la coartada
de sus gobiernos para seguir adelante sin temer una crítica interna
capaz de abortar el actual proyecto de dominio colonial. Convertir esta
concepción particular en una especie de sentido común mundial,
supone un éxito mayor. Implica transferir su visión del mundo,
su manera de pensar e interpretar la historia más allá de
sus fronteras.
La
mayoría de las actuales elites políticas europeas, latinoamericanas,
hoy ampliadas a Japón, parte de Asia, Africa y Australia, es decir,
a casi todo el orbe, razonan, miran y sienten bajo los parámetros
estadunidenses. Cuando ello ocurre, hay un handicap, se pierde el
control del tiempo político. Por ello Estados Unidos va un paso
adelante. Domina el escenario y el teatro de operaciones. No espera resultados,
se anticipa en función de sus necesidades y objetivos. Sus estrategas
saben cómo actuarán sus aliados y sus subordinados. Basta
con presionar por acá, influir por allá o mostrar los dientes
si es necesario. Lo previsible en las actuaciones de los enemigos disminuye
el riesgo de decisiones osadas o temerarias. El tiempo de reacción
y rectificación favorece una retirada o una acción compensatoria.
Sólo el terrorismo, interpretado como una guerra
total, sin objetivos prestablecidos y con escenarios mutables a discreción,
no cumple estas premisas. De ahí el uso bastardo de su existencia,
amenaza permanente, para justificar cualquier acción punitiva tan
o más execrable a los considerados agentes, cómplices o encubridores
de terroristas. El miedo despertado en la población civil se instrumentaliza,
transformándolo en coartada para proponer acciones antiterroristas
no sometidas a derecho o rodeadas del secreto de Estado.
Conseguir semejante poder no se logra imponiendo doctrina
por la fuerza; presupone una campaña de adoctrinamiento profundo
al grado de compartir por asimilación sus eslóganes. Bajo
esta premisa Estados Unidos ha actuado y construye su proyecto de dominación.
Resulta indiferente, en este contexto, si el gobierno está en manos
del Partido Republicano o el Demócrata. Las contradicciones inter
e intrapartidarias tienen importancia en otros órdenes y esferas
de la vida institucional y política estadunidense, pero nunca cuestionan
el mito fundador del destino manifiesto. Son, por decisión
divina, el factótum de la paz mundial. Más aún, desde
la Segunda Guerra Mundial, sobre la cual sus historiadores e industria
de comunicaciones se dieron a la labor de manipular la historia para convertir
la contienda militar en un enfrentamiento victorioso entre Estados Unidos
y la Alemania nazi, el mundo debe agradecerles su desinteresada entrega.
Bajo esta premisa, el actual primer ministro de Gran Bretaña, Tony
Blair, señalaba la deuda de Europa y la necesidad de tender la mano
a su libertador. Con ello se justifica cualquier argumento espurio y no
caben fisuras. Por ello los secretarios de Estado y de Defensa estadunidenses
aluden a la vieja Europa como adjetivo para señalar la traición
que supone no alinearse con sus postulados. Así recuerdan a Francia
o a Alemania cuáles deben ser sus obligaciones. El Plan Marshall
y la filantrópica ayuda para reconstruir la Europa tras el Holocausto
son el punto de partida para desacreditar cualquier voz discordante.
Todo ello se suma a su papel de líder durante el
periodo de guerra fría enfrentándose a la Unión
Soviética y al bloque del Este. El apoyo a la disidencia interna
en Polonia, Hungría, Yugoslavia o Checoslovaquia se construyó
paralelamente a la coptación de científicos, técnicos,
literatos, universitarios y profesionales provenientes de los países
comunistas integrándolos a la vida estadunidense. Hoy, ellos son
una carta de presentación y un recordatorio para los nuevos estados
de quién es su mentor.
Las
instituciones permanentes de Estados Unidos no escatiman esfuerzos ni dinero
cuando se trata de propagar su doctrina y su peculiar manera de concebir
la evolución política y las relaciones internacionales en
el planeta. Impregnan todas las esferas de la vida social y de las formas
de socialización. El poder, la competencia y lucha, la división
del trabajo, la representación, la exclusión o la cohesión
interna. Sus valores están presentes en la sociedad política,
la comunidad religiosa, la familia, las empresas económicas e instituciones
financieras y educativas. Nada queda fuera de su campo de actuación.
Resulta interesante ver cómo imponen modas teóricas a la
par que definen sus portavoces oficiosos. Los nombres sobran y se ubican
en las consideradas disciplinas estratégicas: biología, sicología,
ciencia política, cibernética, informática, ciencias
de la complejidad o sistémicas. El control del conocimiento y la
divulgación de sus principios divulgadores constituyen una prioridad
para mantener la hegemonía sobre las formas del pensar. Si se manejan
sus coordenadas sabrán en cada momento dónde estará
cada uno y la reacción posible ante problemas concretos. Aceptando
la pregunta, ya no tiene importancia cómo se responda, si afirmativa
o negativamente, la cosa es no cuestionar el postulado y la hipótesis
principal. Ello no altera el campo de condiciones prepositivo. En otras
palabras, la agenda política la construyen sus tanques de pensamiento,
salvo excepciones por el momento no conocidas.
Desde la industria del cine, la televisión, la
prensa escrita proyectan sus valores culturales y sus formas de vida. Superman,
Batman, Spiderman, Rambo, Harry El Sucio, etcétera. Desde
luego, habrá quienes salgan a la defensa del teatro libre e independiente.
Pero, precisamente por ello, su calificativo es libre e independiente.
Charles Chaplin hubo de exiliarse tras la caza de brujas, por ejemplo.
Aun así, se realizan películas en las que se denuncia la
hipocresía, la pena de muerte o la mismísima caza de brujas.
Todo ello con el objetivo de alabar lo flexible y "democrático"
del sistema político estadunidense. Quién no ha tenido oportunidad
de ver en las películas el llamado a protegerse bajo la quinta enmienda
o el canto a la libertad de expresión en los tribunales. Tras violar,
matar o asesinar cabe el arrepentimiento y la acción de la justicia.
Toda crítica es posible a posteriori, ésa es la trampa.
No hay un juicio ético de convicción. Con estos mimbres,
no resulta extraño la anuencia de muchos gobernantes con Estados
Unidos. No hablamos de dependencia o subordinación, hablamos de
estadunidenses con pasaportes equivocados. Por eso, cualquier crítica
la transforman en antiamericanismo trasnochado, por citar a Aznar.
Demasiado infantil y previsible, no por ello menos eficaz para lograr el
dominio colonial del mundo.