LA GLOBALIZACION DE LA SOLIDARIDAD Y LA PAZ
Como
pocas veces en la historia contemporánea del mundo, las sociedades
del orbe realizaron ayer una demostración de solidaridad, generosidad
y valentía de gran envergadura y hondo sentido de futuro. Millones
de personas, en centenares de ciudades de los cinco continentes, se manifestaron
en favor de la paz y exclamaron un rotundo no a la guerra que, injusta
y descaradamente, se prepara desde la Casa Blanca con la complicidad de
unos cuantos gobiernos aliados y la complacencia servil o timorata de algunos
otros.
Las marchas y los mítines que ayer llenaron calles
y plazas en todo el mundo -organizados de forma autónoma, prácticamente
al margen de los poderes públicos y apoyados en las redes de comunicación
global como Internet- constituyen, también, la comprobación
de que los ciudadanos cuentan con la capacidad, la determinación
y el coraje de hacer oír su voz y no tolerar más que los
clanes gobernantes se ostenten como los únicos representantes del
sentir de los pueblos y traicionen esa legitimidad democrática -cuando
la tienen- para emprender acciones que dan la espalda a aquellos a quienes
están obligados a servir. La vasta movilización que tuvo
lugar este sábado constituye un prueba honrosa de que las mujeres
y los hombres del mundo no están dispuestos a claudicar de sus derechos
y sus libertades ni a rendir su conciencia ante quienes pregonan falazmente
el recurso a la guerra y el exterminio del diferente como la vía
para alcanzar la seguridad internacional.
La globalización -marcada hasta ahora por el capitalismo
depredador y antisocial, productor de pobreza a escala nunca vista y sólo
benefactor del gran capital trasnacional y especulativo- mostró
ayer su rostro genuino y esperanzador: la posibilidad de un resurgimiento
vigoroso de una sociedad organizada a escala planetaria, comprometida decididamente
con la paz y determinada a colocar a los ciudadanos como un factor de equilibrio
y rectificación que los gobiernos y demás poderes, cualquiera
sea su signo, composición o ideología, están obligados
a atender y respetar.
La actividad exhibida ayer por las sociedades del mundo
tiene, además, repercusiones de índole local. La legitimidad
y la pertinencia que demostraron la multitud de voces contra la guerra
refuerzan también a todos aquellos que, en ejercicio de sus libertades
civiles y de su derecho a exigir la satisfacción de sus demandas
legítimas, recurren pacífica y respetuosamente a las manifestaciones
públicas como una forma de activismo y compromiso sociales. El despertar
ciudadano para exigir un cambio hacia una sociedad justa, libre y pacífica
será, de consolidarse, un notable y auspicioso resultado del presente
movimiento internacional contra la guerra y una oportunidad histórica
que la humanidad debe preservar y aprovechar.
Si Washington y sus comparsas deciden, finalmente, desatar
la invasión a Irak a contrapelo de los pueblos y las instituciones
internacionales, se convertirán en el mayor factor de inseguridad
y desestabilización del mundo y evidenciarán que, antes que
acatar la voluntad de aquellos a los que dicen obedecer y proteger, sólo
responden a intereses particulares y a ansias de dominación geopolítica
y económica que en nada favorecen el desarrollo general. La paz,
la legitimidad de la democracia y la legalidad internacional están
en juego y las sociedades del orbe, y no la Casa Blanca y sus personeros,
mostraron ayer que son sus depositarios y representantes genuinos, y que
están decididas a defenderlas y preservarlas.