José Cueli
Su majestad,el toro...
Los toros de San Marcos, bien presentados, temperamentales y de fina receptividad, desarrollaban sentido. Lo mismo los bravos -primero y sexto-, que los mansos -tercero y cuarto- y los inciertos -segundo y quinto- percibían los múltiples latidos de los toreros. Miraban al cielo y comprendían quién sabe qué. Recordaban los árboles, la valla y las montañas. Se revolvían levemente, sutilmente, y las cuadrillas los miraban y toreaban con respeto.
En su instintivo impulso de incorporarse en el ruedo sentían las alegrías primaverales, la tristeza de las noches de invierno. Sabían que el hombre de ciudad, el aficionado, desconoce la influencia inmediata de las estaciones sobre la casta de los bureles. La proyección sentimental que sobre la raza de los astados, lanzados del ambiente del campo, actúa en esta época en forma colérica en los toros, alejados de las vacas, sintiendo en las hormonas la furia de la próxima primavera.
Los animales se detenían en la contemplación simbólica de la plaza. Una impresión de peligro inquietante, angustiosa y oscura, tal vez confusa, los hacía no ser los bobitos e inocentes toritos de cada ocho días. Los toreros -El Millonario y El Conde- no tenían idea de la técnica -se salvó Mariano, que lidió con maestría- y menos de la expresión artística, derivada de aquélla.
Sólo surgía la emoción del peligro de los toros de San Marcos. Algunos aficionados desprecian la emoción como sentimiento bastardo que no debe intervenir en el arte. Los hay cuya cultura taurina se formó de sentimiento, guiada únicamente por algunas referencias de las reglas del arte de Cúchares. Para nosotros el toreo debe huir de cuanto se acerque a la excitación del estado de ánimo, es decir, a la pornografía torera. Clasismo y más clasismo, a pesar de que casi nunca surge. En él no muere nada, porque la muerte no puede tener lugar sin una vida que la preceda.
Una cosa es aprender los acentos vitales del toro -como los de ayer- y enroscárselo por la cintura, templarlo y mandarlo, y otra el intento de falsificar el toreo, tratando de copiarlo desde la epidermis, sin percibir sus palpitaciones.