Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 10 de febrero de 2003
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Editorial
 
 IRAK: SEMANA CRUCIAL

sol-2En la semana que hoy comienza habrán de definirse el ritmo y los escenarios de la agresión militar estadunidense contra Irak. Los jefes de los equipos de inspección enviados por el Consejo de Seguridad de la ONU a ese país árabe, el sueco Hans Blix y el egipcio Mohamed Al Baradei -titular, este último, de la Agencia Internacional de Energía Atómica-, se apresuraron a informar ayer sobre progresos significativos en su tarea, sobre "cambios de actitud" positivos de las autoridades de Bagdad y la validez de su trabajo como "una alternativa a la guerra", según señaló en esa capital el propio Blix.

El próximo viernes los inspectores deberán presentar un informe previo a una nueva votación en el Consejo de Seguridad de la ONU y, a juzgar por las palabras pronunciadas ayer por Blix y Al Baradei, el texto dejará sin sustento las de por sí delirantes acusaciones estadunidenses sobre la supuesta posesión por Irak de armas químicas, biológicas y hasta nucleares, además de presuntos medios para atacar el territorio continental de Estados Unidos. Antes de esa fecha, Irak deberá responder si acepta el vuelo de aviones espías sobre su territorio. Habida cuenta de la enorme presión diplomática y militar, es posible suponer una respuesta afirmativa a tal exigencia.

Los hechos mencionados fortalecen las perspectivas del plan propuesto por Francia y Alemania como alternativa a la guerra deseada por el presidente estadunidense, George W. Bush, que consiste en la ampliación numérica y temporal de las tareas de inspección en Irak y del arribo a Bagdad de un contingente de cascos azules de la ONU que garantice la no existencia de armas de destrucción masiva en territorio iraquí. El plan referido ha recibido el respaldo de Moscú, Pekín y Bruselas, dato esperanzador si se considera que los dos primeros gobiernos cuentan -al igual que París, Londres y Washington- con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Ante la oposición al conflicto armado y la formulación de propuestas de paz y de seguridad viables y sensatas, el grupo en el poder en Washington ha empezado a perder la paciencia y hasta los buenos modales. Ayer, el jefe de la diplomacia estadunidense, Colin Powell, acusó a los gobiernos francés y alemán de no haber leído bien la resolución 1441 del Consejo de Seguridad y los instó a "leerla otra vez". La polémica cada vez más agria entre la Casa Blanca y sus principales aliados europeos -salvo el inglés Tony Blair, quien se pliega sumisamente a cualquier deseo de la Casa Blanca- no sólo augura una colisión memorable en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, sino también en la OTAN, la cual aparece seriamente fracturada ante el conflicto que viene.

Ayer, el rotativo dominical londinense The Sunday Telegraph aseguró que la próxima jugada de Bush -la cual previsiblemente será secundada por Blair- consistirá en proponer que el máximo organismo de la ONU exija la salida del poder de Saddam Hussein en un plazo perentorio de 48 horas, como último movimiento diplomático previo a la guerra.

Ante la versión, el presidente ruso, Vladimir Putin, con una elocuencia no muy común en él, recordó que "la Carta de Naciones Unidas no tiene ninguna disposición que permita cambiar el régimen de uno u otro país, nos guste o no" y destacó que "una acción unilateral sería un gran error, pero la consecuencia más grave sería la amenaza de fractura en el seno del Consejo de Seguridad y el final de la coalición antiterrorista". El ocupante del Kremlin advirtió también que una agresión unilateral de Washington contra Irak "podría provocar la desintegración de Irak, la complicación de la resolución del conflicto palestino-israelí, la radicalización del mundo musulmán con las consecuencias imprevisibles para los países árabes, abiertos a los valores democráticos, así como los riesgos de una nueva ola de atentados terroristas".

Bien harían los halcones del Pentágono en tomar en cuenta tales señalamientos fundados en la experiencia. A fin de cuentas, cuando Estados Unidos ni siquiera existía como nación, los gobernantes rusos ya tenían una larga trayectoria diplomática y estratégica en la región del golfo Pérsico.
 

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