AUGUSTO MONTERROSO, 1921-2003
''De vez en cuando me traiciono con el ensayo'',
confesaba
Egregio representante del cuento en español
Destacaba con orgullo las aportaciones de centroamericanos
a la cultura, desde los mayas
MONICA MATEOS-VEGA Y ARTURO JIMENEZ
Cuando el escritor Augusto Monterroso recibió el
Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en octubre de 2000, Felipe
de Borbón reconoció en su obra ''realidad y fantasía,
sátira y humor, concisión y agudeza", así como ''la
originalidad cervantina y melancólica de su estilo''.
En
la ceremonia de premiación, el príncipe señaló:
''la historia de la literatura de la lengua española se escribe
gracias al esfuerzo de un amplio grupo de escritores latinoamericanos.
Entre otras muchas razones, porque han sabido nutrir su lengua con peculiaridades
de sus países y con la mejor tradición castellana, haciéndolo
con una originalidad y un vigor expresivo que los identifica de manera
exclusiva".
Esa originalidad, continuó, ''está hoy aquí
representada en la persona de Augusto Monterroso, escritor hondureño
de nacimiento y guatemalteco de corazón, y de manera concreta por
su magistral elaboración de relatos cortos y cuentos. Al premiar
a Monterroso se reconoce también al cuento como género del
que él es, en lengua española, uno de sus más egregios
representantes''.
En aquella ocasión, Monterroso señaló
en su discurso de recepción del premio Asturias que se trataba de
"un reconocimiento a la literatura centroamericana, de la que, guatemalteco,
formó parte. Centroamérica, como bien pudiera haber dicho
Eduardo Torres, ha sido siempre vencida, tanto por los elementos como por
las naves enemigas: me refiero a los desastres naturales de los últimos
años, y a los económicos y políticos a que nos han
sometido los intereses de poderosas compañías extranjeras
de ese fruto por el que nuestros países son llamados repúblicas
bananeras.
''Pero es mi deber -añadió Monterroso- señalar
una vez más que a lo largo de los siglos no ha sido sólo
plátanos lo que producimos. Recordaré que nuestros ancestros
mayas, refinados astrónomos y matemáticos que inventaron
el cero antes que otras grandes civilizaciones, tuvieron su propia cosmogonía
en lo que hoy conocemos con el nombre de Popol Vuh, el libro nacional
de los quichés, mitológico, poético y misterioso;
a Rafael Landívar, autor de la Rusticatio mexicana, el mejor
poema neolatino del siglo XVIII; a José Batres Montúfar,
cuentista satírico en verso, cuyas octavas reales vienen en línea
directa de Ariosto y de Casti y cierran brillantemente la narrativa mundial
en esta estrofa, y, por último, para no acercarme peligrosamente
a nuestro tiempo, a Rubén Darío, renovador del lenguaje poético
en español como no lo había habido desde los tiempos de Góngora
y Garcilaso de la Vega."
El autor de La oveja negra solía explicar
que "el cultivo del cuento es una muy vieja tradición en los países
latinoamericanos. Para sólo mencionar un nombre basta recordar a
Horacio Quiroja, quien tuvo influencia de Edgar Allan Poe, el inventor
del cuento moderno".
Monterroso confesaba que desde que comenzó a escribir
se dedicó al cuento: "no creo saber hacer otra cosa. Apenas he publicado
una novela (Lo demás es silencio), llevo ya varios libros
de cuentos, aunque de vez en cuando me traiciono con el ensayo''.
Acerca del tema, es conocida la anécdota del escritor
con un alumno de su taller literario, a quien le preguntó qué
escribía y este respondió que una novela; entonces Monterroso
replicó: "¡Ah!, te estas preparando para escribir cuento".
No obstante ser un maestro del género, se negaba
a dar definiciones, "precisamente porque es un género muy inasible.
Pero todo mundo sabe lo que es un cuento, desde que uno ni siquiera sabe
leer ya entiende lo que es un cuento. Y eso es''.