Hermann Bellinghausen
Los instantes ya no son como antes
La mesa, larga y revuelta después de horas de sobremesa. Migajas, ceniza, manteles arremangados, postres agonizantes y botellas de vino inmoladas en el altar de la pitanza. La presentes hacen uso alterno de la palabra, con predominio de dos voces masculinas, y la de Rita, decidida a educar a su sobrino Fermín, tan mal encarriado por su hermana Cristina que en paz descanse. Así que a Fermín, ni modo, aguantar a la tía redentora.
Las voces masculinas que prevalecen son las de Rocaño y "el doctor" Peraza. Por viejos, más que por diablos, llevan la batuta de la conversa. Para Fermín, perfecto; puede quedarse callado, y checar los coqueteos de su tía Rita con Irene, la hija cuero de Rocaño, la que a su vex arroja lúbricos vistazos contra Fermín muerto de pena.
-Mi teoría es que un instante basta para contar toda una vida -dice por enésima vez Rocaño, dado a repetirse como tantos hombres.
-Pues tu teoría es una mierda -replica Peraza, también por enésima.
A Fermín lo trajo Rita, él le hizo creer que a rastras por picarla, pero de vez en cuando le divierte un domingo con esos rucos rolleros. Y ahora con la novedad de que su tía anda tras los huesos de Irene. "Ya vax", piensa.
También a Fermín lo apantalla Rocaño (todos lo admiran). Se supone que ha visto el mundo al derecho y al revés. Y le gusta el pillo de Peraza, doctor nadie sabe en qué, maestro de la universidad en sus ratos libres, y de verdadera profesión instructor de danzón.
A todas estas, el fondo musical es una ópera, tradición dominical que hoy corresponde a La mujer sin sombra. Fermín está clavado en lo "trónico" (como apocopa) y las fusiones transglobales, pero le encuentra gracia a la interminable evolución de las sorpresitas de Richard Strauss.
Con introvertida facilidad, que data de la infancia en un cascarón y su orfandad adolescente, Fermín conecta y desconecta. La cabeza le funciona en distintos canales. Generación Nintendo. Pasa con claro detalle de las hadas, los tintoreros y los emperadores de la ópera al chin-chin reiterado de la copa de Rita con la de Irene, que ya ni levanta la suya para brindar. No pela a la tía.
La concurrencia anda hoy en plan "enésimo", pero de momento a Fermín no le molestan las repeticiones. Su caja de ritmos interna late en el complicado set de un dj en el corazón.
-Warhol tenía razón. Se adelantó, y tiene más actualidad que en su tiempo -dice Rocaño.
-Ese trivial -rezonga Peraza.
-Ve cómo está hoy todo. Los comerciales son largometrajes de treinta segundos. La imagen fija se ha vuelto móvil, la borran de límites, eso es grandioso -insiste Rocaño y descubre en ese instante a Irene echándole el can al imberbe Fermín. "Asalta-cunas", piensa con desidiosa malicia de su hija Irene, ya mujer al borde de los 30. Uno ya no sabe si le gustan los grandes, los chicos o las chicas. Peraza contrataca:
-ƑDesde cuándo andas defendiendo, tú merolas, las modas del rebaño? Sabes bien que nunca hiciste algo mejor que la serie de las minas y los carboneros. Te tomó diez años, no precisamente un "instante". Lo mismo los retratos de salineros en el mar de California. El negro y blanco de tu carrera. Que ahora juegues con los montajes, lo virtual y la intercorporeidad de las imágenes no le agrega nada a tu trabajo. Tú de eso no entiendes. Eres del siglo pasado. Somos. Ya fuimos. Resígnate y sigue haciendo lo que sabes.
-El cerebro humano mutó. La mente ahora transita por muchas supercarreteras a la vez -revira Rocaño.
-Mutó tu abuela. Una mutación toma generaciones, siglos. Qué te pasa. No te sabía tan ignorante en ciencias naturales. El instante literario toma tiempo, y es el único instante que dura.
-Habló el doctor -se burla Rocaño, y agrega:
-La eternidad es aburrida. Una ópera de tres horas y un videoclip, Ƒcuál es la diferencia? Un segundo, un teclazo, basta para desaparecer el mundo o cambiar de cielo.
A Fermín chutarse a los rucos rollándose sobre tecnología informática, genoma humano y el hipertexto lo acaba aburriendo. Tratan de quedar bien con los jóvenes, con su joven interior, con el futuro.
Irene quiebra el esgrima de su padre y Peraza. Levanta la voz en dirección al último comensal de los diez o doce que han de ser en torno a la mesa:
-Fermín. ƑEstás de acuerdo?
Colorado es poco. Las orejas arden. Pinche Irene, reporocha con la mirada. Ella sonríe, encantadora. Desdeñada, Rita se desconsuela y sirve otro vaso que ya no intenta brindar.
ƑQué hago aquí?, piensa Fermín. Le empiezan a dar güeva el entusiasmo de Rocaño haciéndose el moderno, y el anacronismo militante de Peraza. Luego Irene que se la jala.
-Pinche Irene -masculla con buen humor.
-Anda niño, di algo -lo agrede Rita, fastidiada.
Peraza carraspea. Exagera un sobresalto y reclama a su esposa:
-ƑY ahora tú? ƑPor qué me pellizcas?
Típico ruco que quiere quedar bien con los chavos, Rocaño se empuja el aro de los lentes y dice en plan cuates:
-Fermín, por qué no nos hablas de tus experiencias. El procesamiento de la música. Es lo tuyo, Ƒno? ƑQué opinas del instante?
El muchacho se pone de pie, toma su cajetilla de camels, le mete el encendedor. Saca del respaldo su mochila, se lleva un tirante al hombro, y con la simpática timidez del turbado, dice:
-Yo creo que el instante está en otra parte. Al menos el mío. Voy a la Cineteca. Quedé de verme.
-Con quién tan serio -lo muele Irene.
-Te hablo en la noche -dice Fermín a Rita, quien en su muina trata de tomarse el instante a la ligera, no ve manera de enderezar al escuincle:
-Ay sí, te encargo. No vayas a tenerme con el pendiente.
Trata de sonar burlona, pero el tono le sale amargo. Y para colmo, Irene se atreve:
-ƑEn qué te vas?
-En Metro -dice Fermín.
-Te llevo -dice Irene.
-Llévame al Metro -concede Fermín y se coloca los audífonos para protegerse de ella en el camino.
La nueva novia de Rocaño, Isis, un ex modelo ya medio cuarteada pero buena gente que hoy no ha abierto la boca más que para comer, expresa la primera muestra de simpatía que Fermín se cree en toda la tarde:
-Ya dejen en paz a ese joven, pordiós. Que se divierta, él que todavía puede.