Leonardo García Tsao
Sabor a nada
En su permanente estado de crisis, el cine mexicano aún ofrece misterios a desentrañar. Después del asombroso éxito de Sexo, pudor y lágrimas -comprensible en términos de cómo se identificó la clase media con ese reflejo distorsionado de sí misma- había muchas expectativas en cuanto a la siguiente realización de Antonio Serrano, La hija del caníbal. No era raro que fuera publicitada desde hace semanas con anuncios enfáticos sobre ese punto ("de los mismos creadores de Sexo, pudor...").
Sin embargo, uno tendría que estirar mucho la teoría del autor para encontrar nexos entre una y otra. Basada en la novela de la española Rosa Montero, La hija del caníbal inicia con una situación promisoria: a punto de emprender un viaje, una mujer cuarentona llamada Lucía (Cecilia Roth) sufre la desaparición de su marido. Resulta que ha sido secuestrado por el grupo subversivo Orgullo Obrero y para su rescate se piden 20 millones de pesos, mismos que ella ignoraba se encontraban en una cuenta bancaria de la pareja. Con la ayuda de dos improbables vecinos, el joven Adrián (Kuno Becker) y el viejo anarquista español Félix (Carlos Alvarez-Novoa), Lucía trata de recuperar a su cónyuge.
De ahí en adelante la película sigue un inexplicable viaje a la nada. Ninguna escena parece tener sentido dramático alguno; la acumulación de personajes es tan gratuita como su caracterización. Cada acción de Lucía se revela inconsecuente. Por ejemplo, el trío se lanza a la frontera norte porque Félix conoce a un contrabandista alemán que podría dar información clave; al margen de que una llamada telefónica hubiera bastado, el viaje sólo da pie a una desganada coreografía norteña y a un escarceo erótico entre Lucía y Adrián en medio de un pintoresco desierto. También esa relación se queda en el aire. Si bien se plantea que la narradora miente sobre lo que va contando y al final todo pudo haber sido una patraña, Ƒpor qué centrarse en una mentirosa tan poco imaginativa?
Por lo mismo, resulta imposible definir el género de La hija del caníbal porque no consigue suscitar emoción alguna dentro de su divagación narrativa. No es ni melodrama, ni comedia, ni road movie, aunque juega con elementos de los tres. No cumple como retrato costumbrista o estudio de personajes. Y tampoco funciona como ejercicio de estilo. Si bien la resolución formal de Serrano es rebuscada, no alcanza el grado de virtuosismo que pudiera justificarla como razón de ser. Igualmente la dirección de actores es deficiente. Roth cede a su tendencia a la sobreactuación instalándose en la histeria, mientras Becker ensaya un galán de vecindad marca Canal de las Estrellas; por su parte, el rostro de Alvarez-Novoa parece haberse congelado con las cejas arqueadas, en expresión permanente de asombro.
La hija del caníbal es tan neutra en todos los sentidos que ni siquiera molesta. Es el equivalente cinematográfico del Muzak. Sin querer, Serrano y compañía han creado la primera película ambiental, para ser vista a ratos dentro de un elevador o un almacén de descuento.
También en cartelera se exhibe la cinta argentina El hijo de la novia, de Juan José Campanella, una comedia agridulce que describe la crisis existencial de un porteño cuarentón. Sobre un guión muy calculado y eficaz, esta película sabe exactamente cómo tocar los puntos emocionales de su público, provocando momentos sentimentales o graciosos en la misma medida. No sorprende el éxito que tuvo en su propio país. Es exactamente lo contrario de La hija del caníbal, cuyas intenciones nunca se aclaran (ni la de ganar dinero, si nos vamos a motivaciones básicas). Finalmente, el misterio esencial es: Ƒpor qué la hicieron?
LA HIJA DEL CANÍBAL
D: Antonio Serrano/ G: Antonio Serrano, Marcela Fuentes-Beráin, basado en la novela de Rosa Montero/ F.en C: Xavier Pérez Grobet/ M: Nacho Mastretta/ Ed: Antonio Serrano, Jorge García/ I: Cecilia Roth, Kuno Becker, Carlos Alvarez-Novoa, Héctor Ortega, Javier Díaz Dueñas/ P: Titán Producciones, Argos y Lola Films. México-España, 2002.
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