Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 27 de enero de 2003
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Economía

León Bendesky

Rumbo

Hay una versión oficial sobre el rumbo que lleva el país. Por supuesto, no es la única. Ni siquiera es interesante. Sus certezas son muy débiles, pero se plantean de manera contundente, lo que expresa su contradicción inherente. Carecen de un elemento esencial en un proyecto serio y con visión: la sospecha, que no significa enredo. En una sociedad no se decreta el cambio, se fragua. Esa es la capacidad que no tiene el programa conservador que rige hoy en el país con las mismas características básicas y, es cierto, con algunas diferencias doctrinales notables con respecto al que pretendía suplantar. Tiene demasiados amarres con el régimen anterior, muchos compromisos y complicidades de las que no quiere ni se puede deshacer. Padece grandes confusiones y arrastra posturas dogmáticas que ya se empiezan a superar en otras partes.

La ideología de la derecha en el poder no está a la altura de las circunstancias: es atrasada y provinciana, tiene un horizonte muy chato, no suple ni, menos aún, supera la desgastada propuesta representada por el desfallecido PRI.

Y, por otro lado, puede lucrar con la ausencia de una izquierda ilustrada que le corte el paso y se constituya en alternativa inteligente y llamativa.

La gestión de los asuntos públicos no ha dado a este gobierno el soporte técnico ni la legitimidad política que derive en lo que ofreció, nada menos que en la posibilidad de ir haciendo un país distinto. Las muestras se reproducen prácticamente a diario en los campos de la aplicación de la ley, la promoción de las reformas y de los proyectos, el reforzamiento de las instituciones y la instrumentación de las medidas económicas para alentar la estabilidad y el crecimiento. Su movimiento inicial pierde fuerza y se limita a la inercia de un sistema ya viejo y caduco.

Se discute demasiado acerca de las políticas contingentes, es decir, se centra la atención en aquello que podría ocurrir conforme a posturas prestablecidas, muchas veces carentes de fundamento. El gran problema de este país no está en las reformas de uno u otro sector, ni en la aplicación consistente de una u otra política fiscal y monetaria, o en la inestabilidad externa con la volátil postura de los inversionistas que nos premian y castigan según su gusto. Lo que no se atiende es el desacuerdo interno y de fondo que existe, el que ocurre en la relación del Estado con la sociedad y que debilita a ambos. Se reproducen y se validan los pactos del poder de la misma manera que antes y se mantiene la fragilidad esencial de un acuerdo social que se ha vuelto totalmente inoperante. Se recrean en un extremo las influencias de las cúpulas y la marginación en el otro.

Uno de los terrenos en los que esto es cada vez más apreciable es en el de las finanzas públicas, donde se concentran las grandes distorsiones que se han ido creando. El asunto se esconde usualmente bajo el manto de un conocimiento técnico que poseen los iniciados, o se aducen cuestiones que no se pueden revisar o actos que no se pueden revertir; nunca se da una explicación suficiente de por qué eso es así. Pero el manejo de las finanzas del Estado es un lugar privilegiado de la política y por ello concierne a todos. Nadie lo ha puesto de modo más claro que Marx, quien las consideró como una forma de pillaje interno.

El desarreglo social se concentra en buena parte en las finanzas públicas que han servido de medio para una reconcentración brutal de la riqueza y del poder en México, sobre todo en las dos décadas pasadas. Ahí están las desventuras de la banca desde la nacionalización de 1982 hasta su venta a empresas extranjeras, que ya está prácticamente concluida. Ahí está el escándalo que representa el Fobaproa y el trato preferencial, sin justificación legal o financiera, concedido a Banamex. Está la privatización de las empresas públicas, con la venta de un monopolio al capital privado. Está la confusa política de concesiones en medios de comunicación, que hoy es motivo de conflictos. Está la crisis de las instituciones de la seguridad social y la insuficiencia de inversión pública en sectores estratégicos de la economía. Todo es ya un complejo entramado de hechos consumados.

En este "pillaje interno" participó, y sigue haciéndolo de modo activo, el partido del Presidente, que junto con los dos gobiernos pasados del PRI legalizaron en el Congreso las acciones que han beneficiado a unos cuantos y han sumido al Estado en una profunda crisis fiscal que se pone el disfraz de un presupuesto equilibrado con muy bajo déficit. Ahí no hay cambio ninguno, sino continuidad absoluta en las formas de actuar, en los personajes involucrados y en los arreglos institucionales. No ha habido intención alguna de remontar la situación, al contrario, se valida de manera recurrente en la estructura del descompuesto sistema financiero gubernamental y privado.

Una sociedad puede, en efecto, cambiar de rumbo. Pero esa opción está claramente limitada si se mantienen las fallas básicas con las que opera y los obstáculos que la detienen. Así sólo se reproducen las condiciones que tienen al país es un estado de perpetuo estancamiento y de repetición de las situaciones de fricción social.

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