Carlos Bonfil
Casarse está en griego
Toula Portokalos es una mesera, una edecán culinaria, en el restaurante griego Dancing Zorba, propiedad de su familia, en Chicago. Tiene 30 años, unas gafas demasiado ingratas, perspectivas nulas de casarse, y una familia que continuamente le recuerda el deber de una mujer helénica: casarse con un hombre griego, tener hijos griegos y alimentarlos luego a todos. Un breve recorrido visual por su infancia sugiere una fatalidad freudiana: "Anatomía es destino", y nadie en su familia apuesta desde entonces a la buena fortuna sentimental de la joven. Con el paso del tiempo su padre no dejará de repetirle: "Te ves demasiado vieja". Casarse está en griego (My big fat greek wedding), de Joel Zwick, exitoso realizador de series televisivas, propone una fábula en los suburbios multiétnicos estadunidenses: la llegada providencial de un atractivo soltero anglosajón a la vida de una cenicienta agobiada por las tradiciones del clan familiar. šY hay que ver qué clan! Un padre obsesionado con la superioridad de la cultura griega y por las etimologías ("Cuando nosotros estudiábamos filosofía, ustedes -todos los extranjeros- andaban todavía en lianas"), una madre tolerante y comprensiva, pero igualmente celosa de las tradiciones locales, hermanos tan simpáticos como machistas, una abuela malhumorada y una constelación de primos, tíos y padrinos, dispuestos a asfixiar con su cariño a Toula, la solterona irredimible, súbitamente casadera.
Desde su estreno en Estados Unidos esta pequeña cinta independiente se volvió todo un éxito. Y sin grandes estrellas en el reparto, sin una personalidad muy destacada en la dirección y sin mayor originalidad en su trama de amores contrariados, el éxito era doblemente sorprendente. El atractivo de la cinta reposa sin duda en el carisma de sus protagonistas, la formidable Nia Vardalos (también guionista) en el papel de Toula, y John Corbett sosteniendo un tono muy justo de galán enamorado, dispuesto a afrontar con estoicismo, muy griego, todo tipo de cataclismos familiares. A esto habrá que añadir la inteligente transformación de Toula, primero caricatura de solterona poco agraciada, luego mujer encantadora y astuta, quien al descubrirse bella a los ojos del amante, se vuelve efectivamente seductora, sin las exageraciones que habría impuesto un tratamiento hollywoodense.
Joel Zwick maneja con acierto el aspecto más difícil de la cinta: el catálogo de lugares comunes sobre los griegos exiliados y su obsesión por conservar las tradiciones, todo con un claro desdén hacia la cultura anglosajona. Abundan los clichés y son todos hilarantes, desde el mal gusto en las decoraciones de interiores, hasta el kitsch de las fachadas helénicas -un Partenón en pleno suburbio de Chicago, y la diosa Afrodita en el jardín donde ocasionalmente se asa un cordero. Un patriarca cura todos los males, desde heridas hasta soriasis, con la aplicación de Windex, limpiador de vidrios, y una tía escupe tres veces sobre la cabeza de una joven para ahuyentar el mal y atraer la buena suerte. Lo certero de esta sátira amable es la enorme ubicuidad de su objetivo: la familia Portokalos bien puede ser cualquier familia de inmigrantes en Chicago, italianos, armenios, turcos, judíos o mexicanos, y en sus excesos y obsesiones, también podría reconocerse más de una familia anglosajona, como las descritas por John Waters (Mamá es una asesina) o Robert Altman (Una boda).
Evidentemente, el propósito de Joel Zwick en esta comedia simpática y ligera no es satirizar a la institución familiar, presentada como la mayor reserva de generosidad sentimental, sino promover una utopía de reconciliación social en la nación multiétnica y defender la especificidad del patrimonio cultural en tiempos de globalización. Esta intención, a primera vista ingenua, cobra una relevancia particular en estos momentos en los que las autoridades estadunidenses obligan a etnias señaladas, particularmente musulmanas, a registrarse y ser interrogadas y fichadas, en nombre de un interés nacional que las excluye. Una comedia que sugiere la pertinencia de una tolerancia mayor en climas de xenofobia creciente, deja de ser ligera, para volverse francamente saludable.