CAMPO: ARROJAR LEÑA AL FUEGO
En
el mismo momento en que en torno a las reivindicaciones de los campesinos
se están construyendo rápidamente las bases de un amplio
frente social contra la política de libre mercado (para colmo en
un periodo prelectoral muy propenso a los pescadores en aguas turbias),
hay miembros del equipo gubernamental que creen posible confiar sólo
en la represión y en el autoritarismo, y aportan abundante combustible
al fuego del descontento y de la movilización campesina y popular.
No se sabe si esa actitud responde sólo a la insensibilidad
social y a la ceguera política, o se apoya también en una
enorme subestimación de las potencialidad del levantamiento campesino
y en el deseo de contenerlo antes de que se desarrolle demasiado, pero
lo cierto es que esa irresponsabilidad conduce a México hacia una
situación sumamente compleja.
El gobierno decidió unilateralmente iniciar lo
que llama un diálogo sin consultar a la contraparte campesina sobre
la fecha y el contenido de una discusión. Aunque según el
secretario de Gobernación se tomó en cuenta "la opinión
de distintas organizaciones campesinas", éstas no piensan lo mismo.
Para ellas, que son las verdaderas contrapartes, se trata de una imposición,
de un verdadero úkase, de una decisión imperial que sólo
dede acatarse.
Por si eso fuera poco, el gobierno, que dice querer discutir,
recurre a presiones y amenazas policiales masivas contra los dirigentes
campesinos, más de 300 de los cuales tienen órdenes de aprehensión
por movilizaciones rurales realizadas el año pasado. La medida puede
resultar contraproducente: si encarcela a los voceros campesinos o los
obliga a la clandestinidad sólo radicalizará la protesta
e impedirá toda solución mediada, prolongando y profundizando
el conflicto. El movimiento social campesino tiene su fuerza en la simpatía
popular lograda con su lucha y es alimentado por la prueba diaria de la
insostenibilidad de una política económica y social que ha
desangrado al campo y agravado la situación de la mayoría
de los mexicanos. Por tanto, los palos no podrán detener un río
en creciente. Porque el movimiento crece y crecerá.
Por ahora, los campesinos están agrupando sobre
todo a productores ligados al mercado, que buscaron mejorar su situación
dentro del mismo. Sus ilusiones -la de quienes se endeudaron para invertir
en la producción y terminaron en cartera vencida, o la de quienes
vieron desvanecerse su esperanza de controlar el proceso productivo- han
sido brutalmente desmentidas por la total apertura a los productos estadunidenses
y el abandono por parte del Estado de sus responsabilidades redistributivas.
Ahora, buscan otra vía: la de la unión con
los trabajadores asalariados fuertemente dañados por una política
que el propio Presidente reconoce errónea, y tienden un puente hacia
los más marginados del campo, los indígenas, burlados en
sus aspiraciones por la aprobación de una ley contraria a sus intereses
y golpeados por la crisis del café, la pobreza en brutal ascenso
y la importación de los granos que producen. El campo no aguanta
más une a sus reinvidicaciones relativas a mejorar los precios y
las perspectivas de los productores, la exigencia de aprobación
de los Acuerdos de San Andrés.
Empujar a la ruptura del diálogo con las organizaciones
campesinas es muy poco sabio y muy peligroso, a menos que haya quien piense
que, como en otras ocasiones en el pasado (huelga ferrocarrilera, 1968)
se puede todavía descansar sobre la sola represión, primero
preventiva y selectiva, después, por fuerza, masiva y cruenta. Habría
que recordar a tales aprendices de brujo que sin consenso no hay poder
estable. Como le dijo a Napoleón el duque de Tayllerand, su ministro
de Relaciones Exteriores, con las bayonetas se puede hacer de todo, menos
sentarse encima. Si no se quiere que El campo no aguanta más se
transforme en México no aguanta más, hay que ser cauto y
responsable, y respetar a la gente a la que durante decenios se ha agraviado.