Necesario, tomar en cuenta la pobreza al calificar
las escuelas: Pedro Ravela, del INEE
Tras evaluar la educación se debe establecer
política para mejorarla
Hay planteles que reciben a niños que ya saben
leer y escribir, mientras a otros llegan alumnos que por primera ocasión
en su vida toman un lápiz, por lo que el aprendizaje es muy diferente
CLAUDIA HERRERA BELTRAN
La pobreza sí influye en que los estudiantes obtengan
bajos resultados, por lo cual en las evaluaciones nacionales se debe tomar
en cuenta el factor socioeconómico, pues de lo contrario se cometen
injusticias, afirma el uruguayo Pedro Ravela Casamayou, consultor internacional
y uno de los cuatro extranjeros que integran el consejo técnico
del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación
(INEE).
Profesor de educación media con especialidad en
filosofía y maestría en ciencias sociales, señala
que las evaluaciones son efectivas sólo si se acompañan de
políticas educativas que ayuden a mejorar los resultados de las
escuelas y no sirvan para castigarlas o estratificarlas, como ocurre en
el modelo chileno.
Convencido de las bondades de la evaluación, Ravela
considera, en entrevista, que una de las principales tareas del INEE será
difundir la información de las pruebas de manera sistemática
y encontrar la forma de "traducir" los números a la sociedad. Añade
que el organismo deberá definir qué tanto incidirá
en la elaboración de políticas educativas.
Este
tema, expresa, se debatió en la primera reunión del consejo
directivo del INEE, en diciembre pasado. "Discutimos si la función
del instituto se limita a producir información para que otros la
usen o si debe además buscar mecanismos para que la información
tenga impacto sobre la práctica educativa". Personalmente considera
que el evaluador debe tomar la iniciativa y buscar colaborar con quienes
trabajan, por ejemplo, en la capacitación de docentes.
Da su visión desde la experiencia de su país,
que lleva seis años aplicando pruebas nacionales. En Uruguay las
escuelas son clasificadas en cinco categorías, según el nivel
socioeconómico de los niños: muy favorable (hijos de padres
con formación universitaria y altos ingresos), favorable, medio,
desfavorable y muy desfavorable (en estas últimas los padres de
los alumnos no estudiaron más allá de la primaria y viven
en condiciones de hacinamiento y pobreza).
Para evitar que se hagan comparaciones injustas, explica,
los colegios reciben los resultados de las evaluaciones de centros educativos
de la misma categoría.
De acuerdo con Ravela -quien ha estado a cargo de las
evaluaciones nacionales en Uruguay y ahora es responsable del programa
internacional de evaluación de la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económicos (OCDE) en su país- esta medida
es conveniente porque no se pueden comparar aprendizajes sin tener en cuenta
el tipo de población que atienden las escuelas.
Y pone el ejemplo de dos empresas que construyen carreteras.
Una tarda menos porque trabaja sobre un terreno plano; la otra se lleva
más tiempo porque atraviesa una cordillera.
"En educación pasa lo mismo, el terreno en el que
trabajan las escuelas es diferente. Hay escuelas que reciben a los niños
sabiendo leer y escribir, porque lo aprendieron en la casa, y hay otras
que cuando llegan los niños por primera vez en su vida toman un
lápiz y no saben cómo hacerlo. El trabajo de las escuelas
o de los docentes no se debe juzgar sólo a partir de los resultados
de aprendizaje, también se debe tener en cuenta el alumnado con
el que están trabajando."
El otro aspecto que debe cuidarse, abunda, es que la información
no se use como instrumento para acusar a escuelas o maestros, sino como
herramienta de aprendizaje. A diferencia del modelo de Chile, donde se
publica el ranking de todas las escuelas (listado que las clasifica
por lugares) para generar un mercado competitivo entre los centros educativos,
en Uruguay, explica, se difunden resultados generales y se da un informe
confidencial y las pruebas a cada plantel, con el objetivo de ir creando
una cultura de la evaluación.
Ravela se manifiesta contra los rankings, pues
considera que generan enfrentamiento y ponen a los maestros en la situación
de tratar a toda costa de sacar buenos resultados. "El modelo chileno agranda
las diferencias. Las escuelas que van bien tienen más demanda y
pueden elegir a sus alumnos, y el año siguiente les va mejor; en
cambio las que van mal se quedan con los peores alumnos y en las evaluaciones
les va peor".
Como resultado de seis años de aplicar evaluaciones,
asegura que en Uruguay ya se empiezan a ver "mejoras modestas". En 1996,
34 por ciento de los niños tenía nivel de suficiencia en
matemáticas; en la prueba más reciente esta cifra se elevó
a 48. Hace seis años 57 por ciento de los alumnos tenía conocimientos
básicos de español, y en 2001 el porcentaje se incrementó
a 66.
Pero esos avances, dice, fueron posibles gracias a las
políticas que se aplicaron después de las evaluaciones. En
los sectores más pobres se crearon escuelas de tiempo completo (actualmente
atienden a 10 por ciento de la matrícula) y se comenzaron a dar
incentivos a los maestros de esos centros educativos que tomaran cursos
de capacitación.
Por eso, señala, la evaluación debe ir acompañada
de políticas educativas, de lo contrario será "demoledor
para un maestro decirle que sus niños no están aprendiendo".