Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 16 de enero de 2003
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Política

Soledad Loaeza

Mejor temido que querido

Para la política exterior mexicana, como para el resto del mundo, los tiempos que comienzan con el año nuevo son de incertidumbre. El inicio de los ataques militares de Estados Unidos y sus aliados contra Irak es inminente, pero ésta es hoy la única certeza que tenemos en un escenario internacional poblado de sombras. Las más grandes nacen en el Medio Oriente y en Asia central; sin embargo, la amenaza militar de Corea del Norte y la apresurada respuesta del gobierno de Bush a los ofrecimientos norcoreanos de intercambiar su programa de armamento nuclear por alimentos y energía, anuncian la extensión de fricciones en otras regiones del mundo.

Hoy es perfectamente claro que el fin de la guerra fría no trajo consigo estabilidad ni un nuevo orden internacional. Asimismo, es evidente que la hegemonía de una sola potencia, léase Estados Unidos, no sólo no es condición de equilibrio, sino que imprime una aterradora fragilidad a las relaciones entre los gobiernos, y entre éstos y otro tipo de actores que, como compañías trasnacionales y grupos terroristas, surgieron en los pasados 25 años, y que no responden a reglas ni convenciones reconocidas.

Durante los años 90 la agenda internacional estuvo dominada por asuntos comerciales y financieros; en cambio, a partir de 2000 se ha producido una creciente militarización de la política mundial. Es decir, los temas referentes a la guerra y a la paz, al terrorismo, a enfrentamientos militares, a la violencia entre comunidades han impuesto el tono dominante en las relaciones internacionales.

La causa inmediata de este viraje fueron los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York del 11 de septiembre, así como la conciencia de que existían organizaciones terroristas cuyo blanco de ataque eran las endebles estabilidades que sostenían parcialmente las relaciones internacionales. No obstante, el tipo de liderazgo que ejerce Estados Unidos a inicios del siglo xxi también ha influido en el giro que han dado las relaciones internacionales hacia cuestiones de índole estratégica y de seguridad, simplemente porque la superioridad militar es el fundamento de su posición dominante.

No cabe duda que Estados Unidos es también una potencia económica y tecnológica; sin embargo, se le ve -y así quiere ser visto- como una superpotencia militar antes que como país líder en materia de negociaciones comerciales internacionales, en el campo de la cooperación o en la diplomacia multilateral. Es como si el presidente Bush y sus consejeros pensaran que es mejor ser temido que querido.

No se conoce con certeza la fecha precisa de la invasión de Estados Unidos a Irak, pero se sabe que ocurrirá a finales de enero o en las primeras semanas de febrero. En los medios estadunidenses se ha iniciado la campaña de educación de la opinión pública en la decisión que han tomado el presidente Bush, el vicepresidente Cheney y los asesores del Consejo Nacional de Seguridad. Se habla de la dictadura de Hussein, de sus víctimas, de la amenaza que representa para sus vecinos, de los engaños en que ha pretendido envolver a los observadores de Naciones Unidas.

La acción militar en Asia central ya no se justifica únicamente como un capítulo central en la guerra contra el terrorismo, sino que se presenta como una operación de mantenimiento de la paz y de defensa de la humanidad, capitaneada por Estados Unidos, cuyo objetivo inmediato es "desarmar a Saddam Hussein". No obstante, la imagen impaciente de un presidente W. Bush que con insolente exasperación afirma ante las cámaras que está "enfermo y cansado" de los "juegos" de Irak, y que habla del conflicto como un asunto personal, revela que para él, y seguramente para otros en su gobierno, lo que está en juego es la afirmación de la posición hegemónica de Estados Unidos en el mundo, su derecho supremo al unilateralismo.

A diferencia de los aliados europeos de Washington, México no está involucrado en las consideraciones ni en el esfuerzo militar de esta operación de "mantenimiento de la paz internacional". Sin embargo, nosotros somos los vecinos de un país que en poco tiempo estará en guerra, es decir, en una situación de emergencia que habrá de influir sobre sus decisiones y visión del mundo.

La diplomacia mexicana tiene que responder a estas circunstancias y a su previsible impacto sobre la política bilateral. Del nuevo canciller mexicano se ha subrayado su experiencia en organismos económicos internacionales y su conocimiento de temas de carácter comercial; pero si es cierto que la política internacional se ha militarizado, entonces el canciller deberá diseñar una diplomacia cuyo telón de fondo tendrá que ser predominantemente geoestratégico. Y quién sabe, en esta ocasión quizá México sepa sacar ventajas de la geografía, y aprender la lección norcoreana que supo manipular un punto vulnerable de Estados Unidos para obligarlo a sentarse en la mesa de negociaciones.

Como todas las guerras, sabemos cómo empieza la de Asia central, pero no sabemos cómo terminará ni cuándo, y para ese final los estadunidenses parecen menos preparados que para su principio. De ahí la incertidumbre que para muchos representa sólo riesgos, pero para otros también ofrece oportunidades.

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