RENUNCIA A LA POLITICA EXTERIOR
El
presidente Vicente Fox admitió ayer ante los reporteros que lo acompañan
en el avión presidencial que el hasta ahora titular de la Secretaría
de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda Gutman, le presentó
su renuncia al cargo. A renglón seguido, el mandatario dijo: "Lo
que estoy haciendo es contemplando su petición (...) Yo le insisto
que continúe (...) A más tardar el lunes próximo anunciaré
la decisión".
La dimisión del liquidador de la política
externa de México sería, a no dudarlo, un hecho positivo
y saludable para el país, para el equipo del presidente Fox y hasta
para el propio Castañeda, quien, con sus persistentes malos humores,
sus expresiones destempladas y sus pifias monumentales, ha dado abundantes
signos de no estar a gusto en el puesto, en el gobierno y en un país
que no lo merece. En los 25 meses en los que ha encabezado y puesto de
cabeza a la diplomacia nacional, Castañeda ha causado un daño
enorme a su jefe, a la institucionalidad de la cancillería y a la
imagen de México en el ámbito internacional; ha pasado por
encima del principio de la división de poderes y ha agraviado al
Legislativo en cada ocasión en que ha tenido oportunidad; se ha
comportado con un servilismo abyecto ante el gobierno de George W. Bush,
ha intentado destruir vínculos internacionales históricos
y estratégicos --como el que nuestro país mantiene con Cuba--
y ha tirado a la basura los principios rectores de nuestra política
exterior: la no intervención en asuntos internos de otras naciones,
el derecho a la autodeterminación, la búsqueda de soluciones
pacíficas y negociadas a los conflictos internacionales y el rechazo
a las medidas de fuerza entre naciones.
Pero la pertinencia, la urgencia incluso de la remoción
de Castañeda, no debiera dar motivo para provocar una parálisis
en la política exterior, que es, ni más ni menos, lo que
hizo ayer el presidente Fox cuando anunció que estudiaría,
de aquí al lunes próximo, la renuncia del canciller incómodo.
Sean cuales fueren los berrinches, las exigencias o los malestares del
momento del aún canciller, no había razón para hacer
pública semejante fisura en el gabinete ni para resignarse a que
la Secretaría de Relaciones Exteriores --dependencia estratégica,
si las hay-- esté siendo operada por un funcionario dimitente. En
esa lógica, si Castañeda renunció a su cargo --renuncia
que, de hacerse efectiva, sería un motivo de alivio y esperanza--,
Fox no tenía por qué dejar sin política exterior al
país durante cuatro días.
Es a todas luces urgente, en suma, que el Ejecutivo federal
corrija el rumbo de los asuntos externos del país y designe, a la
brevedad, a un nuevo titular en Tlatelolco; es de esperar, también,
que el sucesor de Castañeda sea un funcionario con ánimo
templado y modales correctos --atributos indispensables en el frente diplomático--,
que tenga buena voluntad, sentido republicano y un compromiso efectivo
con los intereses de México, antes que con los de Estados Unidos.