León Bendesky
Comienza 2003
El principio de año es un momento de tentaciones para anticipar lo que puede ocurrir en los meses por venir. Desempolvamos las bolas de cristal y a partir de nuestros puntos de vista de los procesos en curso, de la información disponible, de las concepciones prevalecientes y de las diferencias de temperamento, intentamos fijar una visión de la situación que nos rodea. Mi ánimo no es de adivino, sino más limitado: considerar lo que puede pasar conforme algunas evidencias.
El escenario global está dominado por la perspectiva de la guerra contra Irak y no parece haber factor alguno que modifique la decisión del gobierno de Bush. Febrero podría ser la fecha y las consecuencias de esta guerra se plantean en distintos terrenos. El más directo, por supuesto, es el estrictamente militar y tiene que ver con la definición de las estrategias en una serie de escenarios.
Aquí destaca no sólo la gran diferencia en la capacidad bélica de las partes, sino el conjunto de las condiciones que pueden desatarse y que van desde una situación favorable, como la que ocurrió recientemente en Afganistán, hasta otra de propagación del conflicto en una zona en la que prevalecen amplios sentimientos antiestadunidenses.
La disposición geopolítica no es la misma en ambos casos, pero la sensación es que en Washington se piensa que puede reproducirse la situación de la guerra del Golfo de 1990-91, aunque sin la posterior recesión económica.
En la dimensión militar y política hay elementos de incertidumbre, sobre todo después del 11 de septiembre y en las condiciones del conflicto en Medio Oriente. En este ámbito militar está, por supuesto, el alto costo humano que tendría la guerra y la posibilidad de un estallido nuclear; además, la posición de Corea del Norte no puede tomarse como algo fortuito.
Otra dimensión del enfrentamiento es de naturaleza económica. En un ensayo publicado recientemente en el New York Review of Books (5 de diciembre de 2002), William Nordhaus, de la Universidad de Yale, plantea las "consecuencias económicas de la guerra en Irak" y estima el costo de un enfrentamiento de corta duración y otro largo, menos favorable. En el primer caso llega a una cifra de 121 mil millones de dólares, incluyendo 50 de gasto militar directo y el resto de costos asociados durante una década. En el segundo caso las cifras se disparan a mil 595 millones de dólares, con 140 de gastos directos y casi mil 500 de costos que involucran la ocupación y pacificación, la reconstrucción y creación de una nueva institucionalidad en el país, la asistencia humanitaria (casi nula, por cierto), el impacto en el mercado petrolero y el efecto macroeconómico.
La estimación de Nordhaus se basa en estudios hechos por el Congreso y en experiencias recientes, así como en una serie de supuestos con respecto al desarrollo mismo de la guerra. El gasto militar no ha probado recientemente tener un efecto multiplicador muy grande y la duración de la guerra, con la consecuente aceptación en términos políticos, podrían derivar en una recesión.
En todo caso, un pronóstico de este tipo está sujeto a grandes desviaciones, por lo que el autor apela a Keynes, quien dijo que es mejor estar vagamente correcto que precisamente incorrecto. El llamado de atención se centra en la falta de consideración del gobierno acerca de las consecuencias económicas de la guerra en una situación en la que se ha deteriorado significativamente la situación fiscal del país y no se ha afianzado la recuperación productiva en un entorno de lento crecimiento en el conjunto de las economías de la OCDE. Al final, el costo de la guerra lo paga la población, sea con más impuestos o menos servicios públicos.
El caso del petróleo ocupa lugar central en las consideraciones sobre la guerra. Ante el amago del enfrentamiento y junto con la crisis venezolana el precio del crudo ha llegado a 30 dólares por barril, 30 por ciento por encima del precio mínimo registrado en noviembre.
En el texto se cita un estudio de George Perry, de la Brookings Institution, quien estima que un recorte neto de 5 millones de barriles diarios en la oferta de crudo (asimilable al efecto de una guerra larga y desfavorable) haría que el precio se triplicase hasta 75 dólares por barril con un fuerte impacto negativo en cuanto a la inflación y la tendencia del gasto en la economía. Este escenario es el peor caso y contrasta de modo claro con lo que parece ser el supuesto del desarrollo del conflicto en que se basa la estrategia del gobierno estadunidense en el que prácticamente no habría disrupción del mercado petrolero.
México no tiene un papel en el sentido militar del conflicto, pero es productor relevante de crudo, que en un entorno desfavorable de guerra significaría un elemento político y económico de consideración. El petróleo es un recurso estratégico, el único disponible, y no estaría de más que el gobierno y el Congreso mexicanos contaran con algún documento que permitiera tomar decisiones oportunas y no se siguiera actuando de manera reactiva ante lo que ocurre en Estados Unidos.
El año 2003 no pinta favorable para la economía mexicana aun en términos de la situación prevaleciente, y los efectos de una guerra podrían ejercer un efecto adverso adicional con un costo muy grande.