MEDIO ORIENTE, PRIORIDAD MUNDIAL
La
más reciente espiral de violencia entre el gobierno israelí
y los extremistas palestinos -es decir, entre esos dos integrismos intolerantes
que se contemplan mutuamente en el espejo- tendría que poner en
evidencia, ante la conciencia mundial y ante los gobiernos de Europa, la
existencia de amenazas a la paz mundial mucho más significativas,
específicas y acuciantes que Irak o los evanescentes terroristas
de Al Qaeda.
Junto con la carrera de armamento atómico que se
desarrolla entre Nueva Delhi e Islamabad, el atroz atentado de ayer en
el barrio de Neve Shaanan, Tel Aviv, que dejó 24 muertos, incluidos
los dos terroristas que lo perpetraron, y las previsibles represalias del
régimen de Ariel Sharon contra civiles palestinos -tan indefensos
y tan inocentes como los judíos que mueren en los ataques dinamiteros
de Hamas y otros grupos fundamentalistas- son a todas luces expresión
de una de tales amenazas.
No debe olvidarse que Israel es una potencia nuclear y
que el pavoroso sufrimiento de la población palestina agravia a
las sociedades árabes vecinas con una profundidad que Occidente
no alcanza a percibir, acaso porque su mirada regional es en buena medida
la misma que la del Estado hebreo.
Desde su constitución a la fecha Israel ha construido
un poderío bélico sólo inferior al de los cinco miembros
permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y ha ganado todas las guerras
contra los países vecinos, solos o coligados; el único desafío
que no ha podido superar ha sido el de la ocupación de los territorios
palestinos y la consiguiente resistencia de los ocupados.
Es cierto que los sucesivos gobiernos de Tel Aviv -laboristas
o derechistas- han reducido a casi toda la población palestina al
destierro, a la miseria y a la exasperación, pero al hacerlo han
generado un permanente peligro para la sociedad israelí y sus individuos.
Al mismo tiempo, los gobernantes de Israel han conseguido generar para
su país un entorno de permanente conspiración por parte de
los regímenes árabes que los rodean.
La explosividad de esta circunstancia tendría que
ser motivo de alarma para los gobiernos más poderosos del mundo
y debería llevar al establecimiento de un proceso de paz regional
impulsado por el Consejo de Seguridad de la ONU, incluso con despliegue
de fuerzas de interposición en Cisjordania, Gaza y el sector oriental
-palestino- de Jerusalén.
Tal debería ser la prioridad del momento y no la
delirante guerra que Washington prepara en contra de Irak y que encenderá
una nueva e imprevisible hoguera no muy lejos del escenario en el que el
gobierno de Sharon y las formaciones integristas palestinas intercambian
peligrosas e indignantes acciones de barbarie y muerte.