Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 14 de diciembre de 2002
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Cultura
El último sobreviviente beat compartió mesa de pista con Juan José Gurrola

Y en el Bombay, Ferlinghetti lanzó vivas a Zapata, Pessoa y Neruda

Conoció el legendario cabaret frecuentado hace medio siglo por sus amigos Kerouac y Gingsberg Como poeta también ''vive en esa cuarta dimensión de lo absurdo''

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

Emblema o estereotipo legendario de los bajos fondos chilangos: el Bombay. Anochece el jueves guadalupano. Lawrence Ferlinghetti mira desde la ventanilla de un automóvil la fachada decadente del lugar. No le gusta, dice que es espantoso. Duda, desconfía, pero finalmente desciende del auto y entra porque ya tiene un compromiso, porque lo esperan algunas decenas de fervientes admiradores y quizá por curiosidad, para conocer el cabaret que sus amigos Jack Kerouac y Allen Gingsberg frecuentaban durante su andanzas mexicanas, casi medio siglo atrás.

Por la mañana, Ferlinghetti ha visitado el Templo de San Hipólito -en la encrucijada de Paseo de la Reforma y avenida Hidalgo-, donde manda San Judas Tadeo, el santo de las causas difíciles. Ahí escribió un poema. Por la tarde comió con Enrique Semo, titular del la Secretaría de Cultura del Gobierno del DF.

En el Bombay, con gorra de visera, vestir informal pero pulcro, Ferlinghetti puede pasar por turista gringo en busca de folclor urbano y emociones fuertes. Vino por vez primera a México a finales de los años 30, cuando era estudiante universitario. Desde entonces ha regresado varias veces. Ahora, invitado por la revista Generación, que así celebra su decimocuarto aniversario de terca y ejemplar sobrevivencia, el poeta y editor es una celebridad underground que comparte mesa de pista con Juan José Gurrola, mientras Benjamín Anaya y el grupo Restos Humanos ofrecen versiones musicalizadas de algunos de sus poemas.

Sensatez y cordura

Viene la parte del choro, el rollo. En el estrado acompañan a Ferlinghetti el propio Gurrola, Carlos Martínez Rentería -director de Generación-, Benjamín Anaya y Jorge García-Robles, estudioso de los beatniks y, por su labor editorial y de divulgación, responsable en alguna medida de que sigan siendo una referencia en el ámbito cultural mexicano.

Cáustico, transgresor empedernido, Gurrola toma primero la palabra e impide que el acto se vaya por los caminos chiclosos de la solemnidad. Advierte: ''No quiero parecer de la sala Ponce". Y canturrea: ''No hay más pedo que tu propio pedo, no la hagas de pedo, cada quien su pedo y adiós". Y entra en materia. Dice que Lawrence, Lorenzo, ''no tiene la agresividad ni la rebeldía" que tuvieron otros miembros del movimiento beat, como Kerouac o Burroughs, pero lo reconoce como un poeta, es decir, como ''un acróbata constantemente entre el peligro de lo absurdo y el peligro de la muerte". Como poeta, ''también vive en esa cuarta dimensión del absurdo". Es un hombre balanceado sobre tres sillas, una sobre otra: ''Así, este hombre, un hombre, un artista, un fracaso, debe proseguir".

García-Robles hace una semblanza y con conocimiento de causa ubica a Ferlinghetti: ''Mientras Allen Gingsberg es un explosivo volcán que arrasa con todo; Jack Kerouac un poeta que abdicó de sus sueños, y Gary Snyder, una roca zen plantada en medio de la urbe, Lawrence Ferlinghetti representa la sensatez, la cordura, la conducta aterrizada que logró conciliar la aventura poética con el quehacer (micro) empresarial, creando una obra altamente significativa e impulsando a la vez un proyecto editorial que está cerca de cumplir 50 años -City Lights-, muy probablemente la casa editorial underground más importante del mundo".

Por ahí anda -como en su casa- el fotógrafo Héctor García, ''el más underground de nuestros premios nacionales" (Martínez Rentería dixit), incansable cosechador de imágenes que da una lección in situ: una buena foto no sólo muestra lo que todos ven, sino que lo muestra diferente, lo descubre diferente. Así, sorprende a todos cuando empieza a reptar, cámara en mano, buscándole rostros nuevos a la realidad. Y se vuelve objetivo de sus colegas que lo toman a él mientras él toma a Ferlinghetti, quien después cede al fotógrafo su asiento y la palabra:

''Como estoy en mi casa, voy a remembrar: no nací aquí, nací en la calle del Organo pero aquí pasé mis mejores años y aquí dejé mi juventud y lo volvería a hacer, tomando el pinche alcohol que dan aquí y que nos hace revivir. Ferlinghetti ha caído aquí no como un gringo, sino como el hombre universal que es. Esta noche es de nuestra Lupita de toda el alma y de aquí seguimos la peregrinación a la basílica para estar bien con la poesía y con la divinidad."

Sentirse en casa

Lorenzo, Lawrence, toma la palabra al final, de pie. Entonces, ''todos de pie", pide Martínez Rentería. Habla el poeta: ''Me siento en casa también", y suelta una letanía: ''¡Viva la revista Generación! ¡Viva Walt Whitman! ¡Viva Neruda! ¡Viva Zapata! ¡Viva Nicolás Parra! ¡Viva Víctor Jara! ¡Viva Nicolás Guillén! ¡Viva Gurrola! ¡Viva Octavio Paz! (la audiencia se divide entre rechiflas y aplausos) ¡Viva Fernando Pessoa! ¡Vivan los zapatistas! ¡Viva América libre! ¡Viva la vida libre!" Y en alusión a los anuncios de neón que señalan los sanitarios, remata: "¡Viva Caballeros y Damas!"

Al final coincide en los mingitorios con Gurrola. Algo murmuran. ¡Ah, viejos carcamanes! Les cae encima una turba de fotógrafos y curiosos. Y luego se va, pensativo, cerveza en mano.

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