El último sobreviviente beat compartió
mesa de pista con Juan José Gurrola
Y en el Bombay, Ferlinghetti lanzó vivas a Zapata,
Pessoa y Neruda
Conoció el legendario cabaret frecuentado hace
medio siglo por sus amigos Kerouac y Gingsberg Como poeta también
''vive en esa cuarta dimensión de lo absurdo''
ARTURO GARCIA HERNANDEZ
Emblema o estereotipo legendario de los bajos fondos chilangos:
el Bombay. Anochece el jueves guadalupano. Lawrence Ferlinghetti mira desde
la ventanilla de un automóvil la fachada decadente del lugar. No
le gusta, dice que es espantoso. Duda, desconfía, pero finalmente
desciende del auto y entra porque ya tiene un compromiso, porque lo esperan
algunas decenas de fervientes admiradores y quizá por curiosidad,
para conocer el cabaret que sus amigos Jack Kerouac y Allen Gingsberg frecuentaban
durante su andanzas mexicanas, casi medio siglo atrás.
Por
la mañana, Ferlinghetti ha visitado el Templo de San Hipólito
-en la encrucijada de Paseo de la Reforma y avenida Hidalgo-, donde manda
San Judas Tadeo, el santo de las causas difíciles. Ahí escribió
un poema. Por la tarde comió con Enrique Semo, titular del la Secretaría
de Cultura del Gobierno del DF.
En el Bombay, con gorra de visera, vestir informal pero
pulcro, Ferlinghetti puede pasar por turista gringo en busca de
folclor urbano y emociones fuertes. Vino por vez primera a México
a finales de los años 30, cuando era estudiante universitario. Desde
entonces ha regresado varias veces. Ahora, invitado por la revista Generación,
que así celebra su decimocuarto aniversario de terca y ejemplar
sobrevivencia, el poeta y editor es una celebridad underground que
comparte mesa de pista con Juan José Gurrola, mientras Benjamín
Anaya y el grupo Restos Humanos ofrecen versiones musicalizadas de algunos
de sus poemas.
Sensatez y cordura
Viene la parte del choro, el rollo. En el
estrado acompañan a Ferlinghetti el propio Gurrola, Carlos Martínez
Rentería -director de Generación-, Benjamín
Anaya y Jorge García-Robles, estudioso de los beatniks y,
por su labor editorial y de divulgación, responsable en alguna medida
de que sigan siendo una referencia en el ámbito cultural mexicano.
Cáustico, transgresor empedernido, Gurrola toma
primero la palabra e impide que el acto se vaya por los caminos chiclosos
de la solemnidad. Advierte: ''No quiero parecer de la sala Ponce". Y canturrea:
''No hay más pedo que tu propio pedo, no la hagas de pedo, cada
quien su pedo y adiós". Y entra en materia. Dice que Lawrence, Lorenzo,
''no tiene la agresividad ni la rebeldía" que tuvieron otros miembros
del movimiento beat, como Kerouac o Burroughs, pero lo reconoce
como un poeta, es decir, como ''un acróbata constantemente entre
el peligro de lo absurdo y el peligro de la muerte". Como poeta, ''también
vive en esa cuarta dimensión del absurdo". Es un hombre balanceado
sobre tres sillas, una sobre otra: ''Así, este hombre, un hombre,
un artista, un fracaso, debe proseguir".
García-Robles hace una semblanza y con conocimiento
de causa ubica a Ferlinghetti: ''Mientras Allen Gingsberg es un explosivo
volcán que arrasa con todo; Jack Kerouac un poeta que abdicó
de sus sueños, y Gary Snyder, una roca zen plantada en medio de
la urbe, Lawrence Ferlinghetti representa la sensatez, la cordura, la conducta
aterrizada que logró conciliar la aventura poética con el
quehacer (micro) empresarial, creando una obra altamente significativa
e impulsando a la vez un proyecto editorial que está cerca de cumplir
50 años -City Lights-, muy probablemente la casa editorial underground
más importante del mundo".
Por
ahí anda -como en su casa- el fotógrafo Héctor García,
''el más underground de nuestros premios nacionales" (Martínez
Rentería dixit), incansable cosechador de imágenes
que da una lección in situ: una buena foto no sólo
muestra lo que todos ven, sino que lo muestra diferente, lo descubre diferente.
Así, sorprende a todos cuando empieza a reptar, cámara en
mano, buscándole rostros nuevos a la realidad. Y se vuelve objetivo
de sus colegas que lo toman a él mientras él toma a Ferlinghetti,
quien después cede al fotógrafo su asiento y la palabra:
''Como estoy en mi casa, voy a remembrar: no nací
aquí, nací en la calle del Organo pero aquí pasé
mis mejores años y aquí dejé mi juventud y lo volvería
a hacer, tomando el pinche alcohol que dan aquí y que nos hace revivir.
Ferlinghetti ha caído aquí no como un gringo, sino
como el hombre universal que es. Esta noche es de nuestra Lupita de toda
el alma y de aquí seguimos la peregrinación a la basílica
para estar bien con la poesía y con la divinidad."
Sentirse en casa
Lorenzo, Lawrence, toma la palabra al final, de pie. Entonces,
''todos de pie", pide Martínez Rentería. Habla el poeta:
''Me siento en casa también", y suelta una letanía: ''¡Viva
la revista Generación! ¡Viva Walt Whitman! ¡Viva
Neruda! ¡Viva Zapata! ¡Viva Nicolás Parra! ¡Viva
Víctor Jara! ¡Viva Nicolás Guillén! ¡Viva
Gurrola! ¡Viva Octavio Paz! (la audiencia se divide entre rechiflas
y aplausos) ¡Viva Fernando Pessoa! ¡Vivan los zapatistas! ¡Viva
América libre! ¡Viva la vida libre!" Y en alusión a
los anuncios de neón que señalan los sanitarios, remata:
"¡Viva Caballeros y Damas!"
Al final coincide en los mingitorios con Gurrola. Algo
murmuran. ¡Ah, viejos carcamanes! Les cae encima una turba de fotógrafos
y curiosos. Y luego se va, pensativo, cerveza en mano.