Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 11 de diciembre de 2002
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Cultura

Javier Aranda Luna

Las imágenes finales de Héctor García

Diez años antes de su muerte José Lezama Lima aclaró, para siempre, uno de los misterios de la poesía. La maravilla de un poema, le dijo en una charla a Armando Alvarez Bravo, es que llega a crear un ''cuerpo propio, una sustancia resistente enclavada en una metáfora que avanza creando infinitas conexiones" y una ''imagen final" que ''asegura la pervivencia de esa sustancia". Planteadas las cosas de ese modo podemos decir, sin remordimiento, que el mundo se puede sostener y germinar por una imagen.

Las buenas fotografías son metáforas del mundo. La imagen final de un instante: instantáneas de lo que pasa. Por eso dan profundidad a la vida de todos los días. Nos hacen ver el revés de las cosas, voltear hacia lo otro, adonde no habíamos visto. No sólo eso. Su apuesta por atrapar la luz de un momento, construye una estructura que redime a lo efímero, a ese río de instantes que se van sin darnos cuenta.

Para fotógrafos como Sebastião Salgado esta sentencia de Quevedo es regla de oro: sólo lo fugitivo permanece. La tarea del artista es cumplir que así sea. Las fotografías de las minas abiertas de Brasil captadas por Salgado serán, ya son, imágenes del infierno. Muchas de las imágenes del infierno mexicano, del México profundo del siglo XX, son obra de una pequeña y distinguida trouppe de fotógrafos que, me sorprende, hemos olvidado en los años recientes. Me refiero, claro, a Nacho López, Lola Alvarez Bravo, Lázaro Blanco y Héctor García. Reconozco que el ninguneo que han padecido esos artistas me lo hicieron ver con detalle recientemente Paulina Lavista y Pedro Valtierra, dos fotógrafos amigos que respeto y admiro. Por eso nos alegró el Premio Nacional de Arte a Héctor García: será, espero, antídoto contra el olvido.

Pero el otorgamiento de ese premio a Héctor García tiene otro mérito adicional: reconocer que la fotografía de prensa puede alcanzar niveles artísticos. Eso podría parecer un asunto baladí. En México no lo es: si hay quien duda de las posibilidades artísticas de la fotografía frente a la pintura, no falta quien dude que un reportero gráfico pueda construir, con su trabajo cotidiano, imágenes artísticas. Eso no ocurre, por supuesto, en otros países: baste recordar que Pedro Valtierra recibió el Premio Rey de España por una fotografía que fue nota de prensa en su momento.

Según Carlos Monsiváis en las fotografías de Héctor García conviven el poder del instante y la permanencia. Tiene razón: el trabajo reporteril del fotógrafo no anula la elaboración artística. Al contrario. Su cercanía al presente obliga al artista a distanciarse de él para ofrecernos una nueva mirada, una imagen duradera.

Héctor García es un milagro de la fotografía. Fue, sin hipérbole, hijo del limo. Nació en La Candelaria de los Patos, ese barrio que, desde la época prehispánica, fue una ciénega llena de lumpen. Hijo de un anarquista que lo abandonó con su madre fue, para sobrevivir, cargador en la estación de San Lázaro. Cargaba costales de arroz y frijol a cambio de que lo dejaran barrer lo que se regaba en el piso. Después fue llevado a la Correccional por robo. Más tarde trabajó poniendo vías en Maryland. A los 18 años estudió en la Academia de Artes Fotográficas de Nueva York y dos años después en la Academia de Arte Cinematográfico. Como Paulina Lavista, fue discípulo de Manuel Alvarez Bravo, el poeta de la luz.

Su obsesión andariega le permitió conocer palmo a palmo la ciudad. Su obra es una gran crónica urbana en la que los niños de la calle sobresalen: los vemos jugando en la tierra, aspirando tíner, absortos en la lectura o frente a la virgen de Guadalupe, cruzando la calle o apedreándose entre sí, agrediendo al fotógrafo o tendiéndole la mano.

Otras imágenes recurrentes de su mirada son los hombres que trabajan. Los vemos cargando bultos de arroz, limpiando botas, mostrando los dientes. Su obsesión conceptual, le dijo alguna vez a Cristina Pacheco, ''es la perenne lucha de la gente por conquistar mejores estadios de vida, igualdad, justicia", lucha que es, por igual ''dramática y bella". También perdura en sus placas fotográficas el testimonio de la sociedad que se organiza en mítines, marchas, huelgas; la multitud que enfrenta a los soldados o la policía, que huye despavorida del paso de los tanques de guerra o que mira a sus caídos ahogados en sangre.

Las mejores fotografías de Héctor García son metáforas de la condición humana; sustancia resistente que engendra a su vez otras imágenes, nuevas miradas: maravillas de la luz, prodigios de la sombra; ''poesía que se mira y se nombra".

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