ALERTA EN SAN LAZARO
Las
irrupciones violentas ocurridas ayer en el Palacio Legislativo de San Lázaro,
protagonizadas presuntamente por integrantes de El Barzón y de la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), si
bien son actos por demás deplorables, constituyen sendos focos rojos
sobre la gravedad de la crisis en la que están sumidos vastos grupos
sociales del país.
Ha de señalarse que vulnerar el recinto parlamentario
es, bajo cualquier óptica, un recurso inaceptable que perturba la
institucionalidad del país y no contribuye a la resolución
de los problemas ni a la atención de las demandas de los individuos
que incurrieron en tales acciones. Empero, no debe olvidarse que la desesperación
y el desencanto que agobian a esas personas tienen su origen en circunstancias
que no son ajenas a buena parte de la clase política representada
en el Congreso de la Unión. En cierta medida, la irritación
de los manifestantes que ayer invadieron violentamente la sede de la Cámara
de Diputados se explica en la percepción de que el Legislativo no
ha tenido la capacidad o la disposición para colocarse a la altura
de la crisis social que vive el país y para dictar resoluciones
orientadas a enfrentarla de manera justa, solidaria e incluyente.
En el caso de El Barzón, la debacle que agobia
al campo desde hace décadas, que será rematada el próximo
año con la eliminación de aranceles a la mayoría de
los productos agropecuarios dispuesta en el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte, ha exasperado a los campesinos y los pequeños
productores que no han visto sino la acelerada destrucción de su
fuente de ingresos y de su modo de vida. En lo tocante a la CNTE, la insuficiencia
de los recursos públicos destinados a la educación --que
se traduce en bajos salarios y falta de infraestructura docente-- y los
conflictos internos del magisterio, en los que han tenido participación
caciques, líderes charros y figuras partidistas, han operado como
caldo de cultivo para la irrita-ción y los desplantes irracionales.
Ciertamente, tales circunstancias no justifican los actos
violentos --de suyo injustificables-- acontecidos ayer en San Lázaro,
pero sí explican el clima de tensión y desasosiego que motivó
tales irrupciones. En este sentido, es claro que el modelo económico
vigente desde hace cuatro sexenios y la desarticulación social y
política que experimenta el país son las causas no sólo
de los reprobables actos come- tidos ayer, sino del contexto general de
desesperanza y enojo que se percibe a todo lo largo de México. La
violencia desatada en San Lázaro debería ser entendida como
una llamada de alerta para que los grupos políticos, en lugar de
reprocharse mutuamente sus actos y omisiones, emprendan una profunda reforma
del sistema económico a fin de prevenir mayores desgarramientos
sociales y atender, de una buena vez, los reclamos de una sociedad que
se siente desamparada por quienes, por mandato democrático, jurídico
y moral, están obligados a servirla.