Carlos Bonfil
El aro
Entre las películas orientales que no logran comprar
los distribuidores, o que no despiertan su interés, o sólo
de modo muy tardío, figura Ringu (1998), del japonés
Hideo Nakata, un thriller fantástico convertido en filme
de culto por quienes se lo procuran en video pirata o consiguen
verlo en el extranjero. Figura también otra película,
Pulse (Kairo, 2001), de un joven maestro del cine nipón,
Kiyoshi Kurosawa, cercana a la cinta de Nakata. Ambas producciones fueron
inspiración para El aro (The ring), de Gore Verbinski.
La historia original procede de un ciclo de novelas de misterio del japonés
Koji Suzuki. En ellas, una cinta de video posee el poder sobrenatural de
provocar la muerte en un plazo de siete días a quien la haya visto.
Luego de ver el video que contiene una mezcla de motivos surrealistas,
la víctima recibe una llamada anónima que le fija el plazo
fatal.
En la decisión de adaptar esta historia al gusto
hollywoodense fue determinante su potencial de suspenso -evitar la sentencia
de muerte con cronómetro en mano, como en Muerto al llegar
(D.O.A., Rudolph Maté, 1949), y procurar al mismo tiempo
los sobresaltos de terror, igualmente cronometrables, que dosifica el guión/adaptación
de Ehren Kruger (Scream 3, para más señas). El resultado
es eficaz, pero de modo alguno comparable al poder de sugerencia de los
modelos asiáticos. Un ejemplo: en la cinta de Kurosawa, el motivo
de terror es el Internet y sus adicciones. Ahí, varios jóvenes
mueren misteriosamente y reaparecen, como fantasmas, en pantallas de computadoras.
Quienes los descubren corren a su vez el riesgo de desaparecer, y la amenaza
se disemina por toda una ciudad, que se convierte en pueblo fantasma. El
cineasta trabaja ahí el suspenso y una sensación de terror
puro a partir de lo apenas vislumbrado, y del malestar creciente que se
apodera de los espectadores. Al mismo tiempo elabora una crítica
incisiva al poder de penetración de los medios electrónicos
y al modo en que diseñan y transforman el estilo de vida de comunidades
enteras. Algo similar, igualmente angustiante, sucede en el Ringu,
de Nakata. Y es justamente todo esto lo que se escamotea en la versión
estadunidense en beneficio de la fórmula comercial y de la eficacia
manipuladora. Pareciera que en este cine de la eficacia, sugerir algo,
en lugar de mostrarlo y reiterarlo, equivale a perder un porcentaje de
espectadores. Y por esa razón se conquista al público de
El sexto sentido con un niño particularmente sensible que
remite, de inmediato, al exitoso héroe infantil Haley Joel Osment,
o con adolescentes que se precipitan, inconscientes, en la fatalidad, como
en Halloween, o en algún Scream de temporada. Una
pareja protagónica tendrá la oportunidad de reconsiderar
su bienestar afectivo a raíz de la desgracia presenciada, y un niño
ayuno de cariño podrá recobrar toda la confianza en la familia.
Precisamente el tipo de preocupaciones morales en las que no desperdician
su tiempo (ni el nuestro) las cintas japonesas aludidas.
En El aro, la protagonista Rachel, una Naomi Watts
menos inquietante que en Mulholland drive, no consigue escapar a
los convencionalismos del director y su guionista. El modelo inalcanzable
sería aquí Los otros, de Amenábar, con una
Nicole Kidman muy superior y el aporte de una realización más
firme. No tendría sentido negar las cualidades de la cinta de Goran
Verbinski (realizador de La mexicana), señalando las virtudes
críticas y artísticas de otros cineastas en el mismo género.
La película no tiene evidentemente pretensiones mayores a las estrictamente
requeridas por sus productores. Lo que sí es una lástima
es que su promoción haga el vacío en las carteleras e inhiba,
como sucede aquí y en Estados Unidos, la salida comercial de películas
similares, mucho más valiosas. Reza la publicidad: "Antes de morir,
verás El aro", y sin duda sus secuelas. Mientras, el cálculo
mercantil mantendrá alejada la obra de Kiyoshi Kurosawa (más
de 10 cintas, todas inéditas aquí), al propio Ringu,
y a toda cinta que no reúna los requisitos de una comercialización
instantánea.